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En cuanto ella sintió algo firme bajo los pies le echó los brazos al cuello y se apretó contra él. Nash la estrechó con fuerza entre sus brazos y la besó con más profundidad.

Cada rincón del cuerpo de Stephanie reclamaba sus caricias, su desnudez, su alivio. Trató de quitarse los zapatos pero su cerebro no podía concentrarse en otra cosa que no fuera la sensación de la boca de Nash contra la suya, así que renunció a enviar ningún mensaje a sus músculos. Nash intentó desabrocharse la camisa y compuso una mueca.

– No estamos haciendo ningún progreso -dijo dejando de besarla y dando un paso atrás.

Terminó de quitarse los botones y se sacó la prenda. Ella consiguió sacarse los zapatos y trató de hacer lo mismo con el jersey, pero cuando lo tuvo a la altura de la cabeza Nash se inclinó hacia abajo y le besó la piel desnuda debajo del sujetador. Le cubrió las costillas de besos suaves y húmedos. Stephanie se quedó paralizada con los brazos en las mangas, saboreando aquel placer. Nash le cubrió los senos antes de tirarle del jersey y terminar el trabajo.

Volvió a buscar su boca para besarla. Mientras le saboreaba la lengua consiguió desabrocharle el sujetador y bajarle los tirantes a la altura de los brazos.

Los pezones de Stephanie, ya erectos, rozaron el vello de su torso. Aquel contacto tierno y al mismo tiempo excitante provocó en ella una hipersensibilidad que le hizo desear con desesperación más y más. Se colgó de sus hombros y movió el cuerpo arriba y abajo para que sus pezones acariciaran la piel desnuda de Nash. Al mismo tiempo le succionó con fuerza la lengua y apretó el vientre contra su erección.

Nash gimió desde lo más profundo de su garganta, alzó las manos para cubrirle con ellas los senos y le acarició con los pulgares los pezones. Una oleada de placer estalló en el pecho de Stephanie y luego descendió hasta instalarse entre sus muslos. Aumentó la temperatura de su cuerpo y también la humedad. Estaba más que dispuesta, pensó con cierta desesperación. Ambos estaban todavía medio vestidos y ella temblaba de deseo.

Descendió las manos hasta su propia cintura y se desabrochó los pantalones. Nash siguió su ejemplo, lo que los acercó más a la desnudez aunque la dejó a ella con ganas de seguir sintiendo las caricias en sus senos.

En cuestión de segundos, Stephanie se despojó del resto de ropa. Nash se quitó los pantalones y los calzoncillos, se sacó los calcetines y la besó fugazmente.

– No te muevas -le ordenó entonces.

Y desapareció en el cuarto de baño. Escuchó ruido de trastos, tres palabrotas y luego el sonido de algo duro cayendo al suelo. Nash reapareció llevando en la mano una caja de preservativos. Los dejó encima de la mesilla de noche y la acompañó a sentarse en la cama. Luego la reclinó sobre el colchón y se puso de rodillas delante de ella. Deslizó una pierna entre las suyas. Mientras se inclinaba para introducirse en la boca su pezón derecho, apretó su muslo rígido contra la expectante humedad de Stephanie.

La combinación de aquel beso succionador y la presión que sentía sobre el centro de su deseo estuvo a punto de enviarla al cielo. Gimió sin palabras y le hundió los dedos en el pelo.

– No pares -susurró desesperada.

Alzó las caderas sin vergüenza alguna, frotándose contra él, acercándose todo lo que podía para que la presión se hiciera más fuerte, más rápida, más intensa.

Nash giró la cabeza para dedicarse al otro pecho y se movió de manera que quedó de rodillas entre sus piernas. Entonces retiró el muslo y lo sustituyó por una mano.

Dos dedos fuertes y seguros se abrieron camino entre sus rizos húmedos hasta llegar a la piel. Nash la exploró por todas partes, acariciando aquel punto tan sensible de un modo tal que se vio obligada a contener la respiración. Entonces él hundió los dedos con más firmeza en su interior.

Stephanie sintió que le salían palabras de los labios pero no habría sabido decir cuáles eran. No podía hacer otra cosa que sentir el modo en que Nash entraba y salía de ella. El deseo se hizo aún más ardiente y se expandió por todas las células de su cuerpo. Apenas se dio cuenta de que él había dejado de besarle los pechos y en su lugar apretaba los labios contra su vientre. Nash se iba deslizando cada vez más hacia abajo sin dejar de mover los dedos en su interior.

Con la mano que tenía libre le apartó el vello púbico, posó suavemente los labios en su zona sensible y la lamió con delicadeza.

Los pulmones de Stephanie se quedaron sin aire. Antes de que pudiera recuperar el aliento, Nash cerró los labios alrededor de ella y succionó sin dejar de mover los dedos. Ella sintió que volaba.

El orgasmo llegó inesperadamente con mucha fuerza. Stephanie se estremeció y gimió y gritó y clavó los talones en el colchón. Los espasmos la atravesaron al tiempo que el placer aliviaba la tensión que la había invadido durante lo que le parecía un siglo. Nash siguió besándola aunque con más ternura y continuó moviendo los dedos, llenándola una y otra vez hasta que tuvo la sensación de que llevaba horas en estado de clímax.

Su cuerpo se relajó por fin y Nash se detuvo. Stephanie tenía la sensación de que se le había derretido los huesos. Tal vez no pudiera volver a caminar nunca, pero ¿qué importaba? Lo único que importaba era aquel delicioso letargo en el que se hallaba sumida.

Nash le besó la cara interior del muslo y luego se giró para tumbarse a su lado. Sonreía.

– No tengo que preguntarte si ha ido bien -bromeó.

– Creo que no. Si sale en las noticias que ha habido un terremoto en la zona creo que será culpa mía. O tuya, para ser más exactos.

– Me gusta que sea culpa mía.

Stephanie le acarició el rostro antes de deslizarle el pulgar por los labios.

– Ha sido maravilloso.

– Me alegro.

Ella se giró hacia él y le puso la mano en la cadera. Luego la deslizó hacia su protuberante erección.

– ¿Preparado para la segunda parte?

En lugar de responder, Nash estiró la mano para hacerse con la caja de preservativos. Mientras la abría Stephanie se inclinó sobre él y lo besó. Al primer contacto de su lengua sobre la suya la tensión volvió a anidar en su cuerpo. Lo besó más profundamente y luego se apartó un poco para mordisquearlo suavemente en la mandíbula.

– Me estás distrayendo -protestó Nash.

– ¿De verdad? -preguntó ella bajando la vista hacia el envoltorio de la protección-. ¿Quieres que te ayude?

– Claro. Nunca se me ha dado bien esto.

Stephanie le quitó el preservativo de las manos y lo deslizó suavemente a lo largo de su erección.

– ¿El hecho de que la caja estuviera cerrada significa que no has practicado mucho? -le preguntó.

– No he estado con nadie desde que murió mi mujer -respondió Nash mirándola fijamente con los ojos brillantes-. Hace unos meses conocí a alguien y pensé que… Por eso compré los condones -aseguró tras vacilar un instante-. Pero la cosa terminó mucho antes de que llegáramos a la fase de desnudez.

Stephanie pensó que sus amigas le dirían que era peligroso ser la primera mujer con la que estaba un hombre tras el fallecimiento de su esposa. Pero Nash era también su primera vez. Además, ambos estaban de acuerdo en mantener una relación meramente sexual, sin compromisos. A ella le gustaba Nash, lo deseaba, y estaba segura de que él sentía exactamente lo mismo. Era la relación perfecta.

– ¿Listo para hacerle una prueba al látex? -le preguntó.

– Claro.

Stephanie hizo amago de tumbarse boca arriba pero él le colocó las manos en las caderas para pedirle sin palabras que se pusiera encima. Ella colocó las piernas a cada lado de sus caderas. Nash elevó las manos para cubrirle los pechos. En cuanto sus dedos le rozaron los pezones sintió cómo todo su interior se despertaba. Al parecer él no era el único preparado para una segunda parte.

Stephanie buscó entre sus piernas y gimió levemente al encontrarse con aquella erección. Luego presionó levemente la punta contra su humedad. Entonces apartó la mano y se acomodó dentro de él.