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Su cuerpo tuvo que estirarse levemente para encajar en aquella dureza. Todas las terminaciones nerviosas de su cuerpo se estremecieron mientras él la llenaba. Stephanie se apoyó en los brazos y comenzó a moverse.

Era una sensación deliciosa, pensó al tiempo que sus músculos se cerraban alrededor de Nash. Cuanto más se hundía en él más tensión iba sintiendo.

– Te estás conteniendo -dijo entonces Nash con voz trémula.

Ella abrió los ojos y vio la tensión dibujada en su rostro. La estaba mirando.

– Déjate llevar -le pidió Nash.

– Es lo que quiero -aseguró Stephanie aguantando la respiración al recibir una nueva oleada de placer-. Es sólo que…

– ¿Crees que voy aquejarme si vuelves a alcanzar el orgasmo?

– Bien visto -respondió ella con una sonrisa.

– Vamos -dijo Nash mirándola fijamente-. Quiero sentirte. Déjate llevar.

A cada embiste de él dentro de su cuerpo Stephanie se acercaba más y más al límite.

– Hazlo.

Nash acompañó su orden con un rápido movimiento de cadera. Las manos que cubrían sus senos se movieron a más velocidad. El la llenó una y otra vez hasta que el placer alcanzó una cota insoportable. Stephanie se sentó más afianzadamente, colocó las manos sobre los muslos y comenzó a subir y a bajar cada vez más deprisa.

Nash supo que aquél era uno de aquellos momentos perfectos de la vida. Estaba a punto de alcanzar su propio orgasmo, pero se las arreglaría para esperar hasta que Stephanie llegara al clímax. Por desgracia sus buenas intenciones se veían seriamente en peligro por la visión de ella cabalgándolo como una amazona de película porno. A cada movimiento que hacía los senos le subían y le bajaban, provocando que a él se le secara la boca de deseo. Stephanie tenía la cabeza inclinada hacia atrás, los ojos cerrados y estaba perdida en el placer del momento. Aquélla era la experiencia más erótica que Nash había experimentado en su vida.

Podía sentir la presión creciendo profundamente en la parte inferior de su cuerpo, lo que constituía todo un problema. Trató de pensar en otra cosa, pero ¿cómo podía hacerlo con ella desnuda, balanceándose con la boca entreabierta y humedeciéndose los labios con la lengua mientras…?

Nash gimió cuando lo venció el orgasmo. Un placer blanco y cálido le atravesó el cuerpo con furia. Mantuvo la conciencia el tiempo suficiente para darse cuenta de que Stephanie gritó en el momento exacto en el que él perdió el control. A través de las oleadas de su propio placer sintió el cuerpo de ella contrayéndose alrededor del suyo, tirando de él, provocando un orgasmo infinitamente más largo de lo que hubiera creído posible.

Cuando se recobraron lo suficiente como para que Stephanie se levantara de encima de él y Nash se limpiara, ambos se deslizaron entre las sábanas y se colocaron de lado para mirarse el uno al otro.

Ella sonreía. A Nash le gustaba la expresión de contento que dibujaba su rostro y el modo en que tenía la rodilla colocada como por casualidad entre sus piernas. Le gustaba el aroma de su cuerpo mezclado con la fragancia de su acto amoroso. Y le gustaba que aunque hubieran acabado hacía un instante deseara hacer el amor con ella de nuevo.

Había pasado mucho tiempo, pensó. Demasiado. Tras la muerte de Tina no tomó la decisión de evitar a las mujeres y el sexo. Fue algo que simplemente ocurrió. Se encerró en el trabajo y no encontró la manera de salir de allí.

– ¿En qué estás pensando? -le preguntó Stephanie.

– En que nunca pretendí vivir como un monje tras la muerte de mi esposa.

– Me sorprende que las mujeres solteras de tu oficina no se te echaran encima.

– ¿Cómo sabes que no lo hicieron?

– ¿Tenías que apartarlas con un bastón? -bromeó ella sonriendo.

– Sólo un par de veces al año.

Stephanie apartó la mirada y se le borró la sonrisa del rostro.

– Debes de quererla mucho todavía.

Aquel cambio dejó a Nash un poco desconcertado durante unos instantes. Pero enseguida comprendió lo que Stephanie quería saber.

– Eh -le dijo tocándole la barbilla para obligarla a mirarlo a la cara-. Tú y yo éramos los únicos que estábamos en esta cama. Al menos por mi parte.

– Por la mía también -aseguró ella recuperando la sonrisa-. No había estado con nadie desde Marty, pero es que las cosas eran muy complicadas, como he tratado de explicarte antes.

Nash deslizó la mano por debajo de las sábanas y le acarició la cadera desnuda. Stephanie tenía la piel de seda cálida.

– ¿Y esto es fácil? -le preguntó.

– Mucho. Lo más fácil del mundo.

Nash estaba de acuerdo. En el pasado le parecía que el primer encuentro sexual en cualquier relación era tan peligroso como entrar en un campo de minas. En cualquier momento se podía dar un paso en falso. Pero con Stephanie todo había encajado perfectamente. Él no había tenido nunca antes una aventura meramente sexual, sin ataduras, pero era mucho mejor de lo que podía haber imaginado.

– ¿Qué te parece si establecemos unas cuantas reglas básicas para que las cosas sigan así? -dijo Nash.

– Buena idea -contestó Stephanie asintiendo con la cabeza y sentándose.

Al moverse se le retiró la sábana, dejándole los senos al descubierto. Nash cambió el objeto de su atención de sus palabras a su cuerpo. Se inclinó hacia ella y le acarició con un dedo la curva de uno de los pechos. Luego trazó una línea en el punto en que la pálida piel se oscurecía en un rosa profundo. El pezón de Stephanie se puso duro al instante. Nash se humedeció la punta del dedo con la boca y le acarició el pezón hasta que ella se quedó sin respiración.

Tal y como era de esperar, el cuerpo de Nash reaccionó con una oleada de sangre en la parte inferior.

– Regla número uno -dijo ella-: mucho sexo.

– Ésa es buena -reconoció Nash alzando ligeramente la cabeza para mirarla a la cara-. Tan buena que debería ser la número uno y también la número dos.

– Me parece bien. Sexo y más sexo. No vas a quedarte mucho tiempo en la ciudad y quiero aprovecharme de esa situación.

– Ésa es mi chica.

No había nada que Nash deseara más que inclinarse lo suficiente como para besarle los pechos, pero pensó que sería mejor dejar las cosas claras antes de iniciar el siguiente asalto. Se obligó a sí mismo a retirar las manos y concentrarse en la conversación.

– Doy por hecho que no quieres que los chicos se enteren de lo nuestro -dijo.

Ella asintió lentamente con la cabeza.

– Sólo serviría para confundirlos. Brett todavía tiene miedo de que remplace a su padre y los gemelos querrían estar todo el tiempo contigo.

– Entonces dejaré mi puerta abierta. Así sólo tendrás que bajar las escaleras cuando quieras estar conmigo.

– Me parece bien. También tenemos las mañanas hasta que acabe el colegio a finales de semana. Si no estás demasiado ocupado con tu familia.

– No lo estoy -aseguró Nash alzando la mano para entrelazar los dedos con los suyos-. Y hablando de mi familia: ¿te gustaría venir conmigo a alguna de las reuniones multitudinarias? Tú y los chicos.

No sabía por qué le había pedido aquello y esperaba que Stephanie no le pidiera que se lo explicara.

La suerte estaba de su lado. Ella asintió al instante con la cabeza.

– Sería estupendo. Me lo pasé muy bien en la última y mis hijos también. Tanta familia puede llegar a resultar intimidante.

– Yo no me siento intimidado.

– Porque tú eres un tipo duro.

– Ya lo sabes tú.

Stephanie se rió y luego se deslizó de nuevo sobre el colchón.

– De acuerdo, entonces me lo tomaré como si te hiciera un favor. Tú me rascas a mí y yo te rasco a ti.

– Me gusta cómo suena eso -aseguró Nash acercándose más y bajándole las sábanas hasta la cintura-. ¿Dónde dices que te pica?