– Yo también -intervino Travis-. Pero cuando conocía a Elizabeth todo pareció encajar.
– Cuando se encuentra a la mujer adecuada todo cambia -aseguró Jordan mirando hacia la casa.
– Sí, yo también lo he vivido -dijo Kevin con una convicción que provocó la envidia de Nash.
Tras años de correrías y de asegurar que no quería sentar la cabeza, su hermano gemelo había terminado por enamorarse.
Nash sintió de pronto deseos de preguntarle cómo podían estar tan seguros. ¿Cómo era posible que hubiera una mujer que fuera la adecuada? Cuando él salía con Tina nunca pensó en ella como alguien adecuado o inadecuado. Era alguien con quien salía y punto. Cuando ella presionó para llevar las cosas hacia el segundo nivel Nash estuvo de acuerdo. Cuando Tina habló de matrimonio, él consideró las opciones y finalmente se lo pidió. Pero ¿había sido la mujer adecuada? Lo dudaba.
– Ahora somos un atajo de viejos aburridos y casados -dijo Craig-. Con hijos, hipotecas, trabajos fijos y unas mujeres maravillosas.
– Brindo porque nada de todo eso cambie -aseguró Travis levantando su cerveza.
Los hombres brindaron con las latas. Nash se unió a ellos pero sabía que no tenía ninguna razón para hacerlo. ¿Quería que su vida continuara exactamente igual? Dos semanas atrás habría dicho que sí, que tenía todo lo que quería. Pero ahora, después de haber pasado unos días con Stephanie, no estaba tan seguro. Ella le había recordado que la vida era algo más que limitarse simplemente a existir. Hacía falta participar, y él había hecho todo lo posible por evitarlo.
En aquel momento Kevin se puso de pie y se acercó hasta donde él estaba.
– Y cuéntame, ¿qué hay entre Stephanie y tú? -le preguntó sin más preámbulo.
A Nash no les sorprendía que su gemelo hubiera notado su interés. Kevin y él no eran idénticos pero estaban más unidos que la mayoría de los hermanos y no tenían demasiados problemas para averiguar lo que pensaba el otro.
– Nada importante -aseguró Nash bajando los ojos.
– Eso no es lo que parece.
– Es una mujer fantástica pero no quiero tener ninguna relación estable. Y da la casualidad de que ella tampoco.
– No puedes seguir solo el resto de tu vida -aseguró Kevin.
– ¿Por qué no?
– Porque es mejor estar con la persona adecuada.
Nash negó con la cabeza.
– Tú dices eso ahora porque has encontrado a Haley, pero hace seis meses pensabas que no se estaba nada mal solo.
– Querías a Tina lo suficiente como para casarte con ella. ¿Qué ocurrió que fuera tan malo como para que no te atrevas a arriesgarte de nuevo?
– No ocurrió nada malo.
Nada concreto. No podía pensar en una causa específica y decir: «Ésta es la razón por la que no quiero volver a tener una relación». Seguramente porque el problema no era el matrimonio, sino él mismo.
– Eres un cabezota -aseguró Kevin.
– Igual que tú.
– Lo sé. Mamá solía quejarse constantemente de eso -dijo Kevin con un suspiro-. Por cierto, quiero invitarlos a Howard y a ella unos días. Para que conozcan a todo el mundo. Sé que no te gusta la idea pero tendrás que aguantarte. No puedes…
– Por mí está bien -lo cortó Nash.
– ¿Lo dices en serio? -preguntó Kevin mirándolo con asombro.
– Claro. Dales el nombre de la posada de Stephanie. Pueden quedarse allí.
Nash pensó en sus últimas revelaciones respecto al pasado. Tal vez las cosas no hubieran sido exactamente como él las recordaba. Tal vez al tener doce años había coloreado la realidad. Tal vez fuera el momento de cambiar algunas cosas.
– Estupendo. Los llamaré esta noche.
En aquel momento se abrió la puerta de atrás de la casa y docenas de niños salieron al jardín. Detrás iban varias mujeres, algunas llevando tartas, otras bandejas con galletas o tarrinas de helados. Stephanie tenía en la mano platos, tenedores y cuchillos.
Nash la observó moverse, vio la facilidad con la que caminaba y cómo sonrió cuando Adam y Jason se acercaron a la carrera. Ella se inclinó para decirles algo. Los niños se rieron, contestaron y luego se dirigieron hacia Nash.
Adam lo vio primero. Lo señaló con la mano y los gemelos corrieron hacia él. Nash tuvo apenas el tiempo justo para dejar la lata de cerveza en el césped antes de que los dos niños se tiraran en plancha encima de él. Jason lo agarró de una pierna mientras que Adam le rodeó el cuello con los brazos.
– Mamá dice que podemos tomar helado con la tarta -anunció Jason con emoción.
– Dice que puedo comerme las guindas -aseguró Adam ladeando ligeramente la cabeza-. ¿Tú vas a tomar tarta, Nash?
– Por supuesto.
– Entonces ven.
Los gemelos lo agarraron cada uno de una mano y trataron de moverlo. Nash se impulsó para ponerse de pie. Cuando levantó la vista por encima de sus cabezas vio a Kevin observándolo. Conocía bien la expresión de su hermano.
Nash sintió el impulso de detenerse y decirle algo. Decirle que se equivocaba, aunque no estuviera muy seguro de en qué estaría pensando. No lo había pillado fuerte aquella historia, porque de hecho no lo había pillado en absoluto. Esta vez con Stephanie se trataba sólo de una distracción y poco más. No podía haber más… Porque no estaba dispuesto a pagar el precio que supondría una nueva relación.
Los niños no se acostaron de inmediato. Hicieron falta tres intentos y varias amenazas para conseguir meterlos en la cama con las luces apagadas. Stephanie cerró la puerta de la habitación de Brett y se dirigió al salón, donde Nash la esperaba. Se sentó a su lado en el sofá.
– Tendremos que esperar un poco -aseguró ella-. Estoy segura de que dormirán de un tirón toda la noche pero tal vez tarden un poco en pillar el sueño.
– Entonces hablaremos hasta que se duerman. Stephanie se giró un poco para mirarlo a la cara.
– Vaya, un hombre más que decente en la cama al que encima le gusta hablar -bromeó-. ¿Cómo he podido tener tanta suerte?
– Ésa es una pregunta que debes hacerte a ti misma todas las mañanas.
Ella soltó una carcajada.
– Aunque te parezca sorprendente tengo otras cosas en mente cuando me levanto.
– Pues sí me sorprende. No deberías pensar en otra cosa que no fuera lo bien que te hago sentir.
De hecho aquello era en lo primero que pensaba pero no estaba dispuesta a admitirlo delante de él, y menos después de comprobar lo seguro que estaba de sus habilidades en el dormitorio. Aunque lo cierto era que Nash tenía motivos más que de sobra para sentirse orgulloso de sí mismo. El cielo sabía que hacía temblar de excitación cada rincón de su cuerpo.
– Hoy lo he pasado muy bien -dijo Stephanie-. Tienes una familia estupenda.
– Estoy de acuerdo. Todavía me cuesta trabajo asumir que hayan estado ahí todo el tiempo sin que yo lo supiera.
– Yo solía soñar con descubrir de pronto que tenía una gran familia -admitió ella-. Quería tener tíos, tías y un montón de primos. Sobre todo en vacaciones. Mi casa estaba siempre demasiado tranquila. Mis padres emergían de su trabajo lo justo para saber que era Navidad o mi cumpleaños, pero no participaban activamente. Recuerdo que solían regalarme juegos de mesa pero nunca se tomaban el tiempo para jugar conmigo. Yo intentaba ocupar el puesto de los dos jugadores, pero no era muy divertido.
– Eso es muy triste -aseguró Nash con mirada sombría.
– No me mires con lástima -le pidió Stephanie levantando la mano-. Ya lo he superado. Lo único que digo es que habría estado bien tener más niños alrededor. Tú por lo menos has tenido siempre a Kevin.
– No sólo a él, sino también a Gage y a Quinn. Siempre estábamos los unos en casa de los otros. Gage, Kevin y yo somos de la misma edad y Quinn es sólo un año más pequeño. Nuestras madres eran amigas también -le contó Nash reclinando la cabeza sobre el cojín del sofá-. Solíamos decir que éramos hermanos. Y al final, irónicamente, resultó ser verdad.