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– ¿Dónde está ese misterioso Quinn? -le preguntó Stephanie-. He oído hablar mucho de él pero todavía no lo conozco.

– Trabaja para el gobierno. En alguna rama secreta del ejército. Viaja por todo el mundo y no siempre está disponible. Gage le ha dejado un mensaje y en cuanto lo reciba aparecerá por aquí.

– Suena un poco peligroso. Me imagino a un tipo todo vestido de negro y con una gran ametralladora.

– Eso suena más a Quinn -aseguró Nash frunciendo el ceño-. De adolescente era un poco rebelde. No se llevaba muy bien con su padre. Aunque supongo que ya no se puede decir que Ralph siga siendo su padre. Al menos no biológicamente -dijo mirando a Stephanie-. Edie y Ralph no podían tener hijos. Es una historia complicada.

– Creo que es maravilloso que su madre ayudara a la tuya cuando ella fue rechazada por su propia familia al quedarse embarazada tan joven -dijo ella-. Aunque tu hermano y tú no supierais que erais parientes de Gage y Quinn crecisteis muy unidos.

– Me alegro de que Edie fuera tan cariñosa. Mi madre estaba en una situación muy mala -aseguró Nash sacudiendo la cabeza-. Apenas había cumplido los dieciocho años y tenía dos bebés. ¿Qué clase de padres echan a su hija de casa en semejantes condiciones? Edie estaba allí para ayudarla.

Nash estiró la mano y cubrió con ella la de Stephanie.

– ¿Quién está para ayudarte a ti, Stephanie?

Aquella pregunta la pilló por sorpresa.

– Tengo amigos. En caso de urgencia me echarían una mano.

– ¿Y qué me dices del día a día?

– Por desgracia la gente no hace cola en la puerta de mi casa para ayudarme -admitió ella-. Pero me las arreglo.

– ¿Y te basta con arreglártelas?

Stephanie pensó que aquella conversación podría llevar a un terreno peligroso. Peligroso y tentador. Tal vez no le importaría fantasear con la idea de que Nash estuviera dispuesto a apoyarla en todo, pero la realidad era muy distinta y tenía que acordarse de mantener los dos mundos separados.

– Es una pregunta difícil de responder, porque no tengo elección -aseguró frotándose las manos-. Oye, cambiemos de tema. La única responsabilidad que tienes conmigo es complacerme en la cama. Nada más.

Nash la observó fijamente como si quisiera decir algo más pero luego se limitó a asentir con la cabeza.

– Esta noche han estado hablando de nuestro padre -dijo-. Earl Haynes era un completo canalla.

– He oído muchos cotilleos al respecto durante los últimos años.

– Se acostaba por ahí con todo el mundo y no parecían importarle en absoluto ni su mujer ni sus hijos. Todos los hermanos tienen miedo de haber salido como él.

– Por lo que yo he visto, ninguno se le parece. ¿Tú también estás preocupado?

Nash se encogió de hombros.

– No debes preocuparte por eso -aseguró Stephanie acercándose más a él.

– ¿Por qué no? ¿Cómo sabes que yo soy distinto? Me estoy acostando contigo.

– Sí, pero es sólo una prueba de tu excelente gusto.

– ¿Eso crees? -preguntó él alzando levemente las comisuras de los labios.

– Estoy convencida.

Estaban tan cerca que Stephanie podía aspirar su aroma y sentir su calor. El deseo se apoderó de ella pero no actuó en consecuencia. Por una parte quería darles a los niños unos minutos más para que se durmieran y por otra le gustaba experimentar aquella sensación de anticipación. Tras tantos años viviendo en castidad era divertido sentirse de pronto como una gatita sensual.

– Al tener esa información sobre tu padre tienes la oportunidad de elegir con la cabeza -dijo-. Sabes lo que necesitas.

– Una de tus elecciones fue quedarte con Marty -respondió Nash-. ¿Crees que acertaste?

Stephanie suspiró.

– En lo que se refiere a mis hijos, sí. No los hubiera dejado por nada del mundo. Pero en lo respecta a mí personalmente, no. Marty no fue una buena elección. No fui feliz en mi matrimonio.

Nash estiró el brazo para acariciarle dulcemente la mejilla.

– ¿Estás bien? Económicamente, me refiero…

– ¿No hemos tenido ya esta conversación? -preguntó Stephanie.

– Sí, pero no contestaste a mi pregunta.

– Déjame adivinar. No vas a parar hasta que lo haga, ¿verdad?

Nash asintió con la cabeza.

Stephanie sabía que podía callarle la boca diciendo que nada de todo aquello era asunto suyo. Pero Nash sólo le estaba preguntado porque se preocupaba por ella, nada más. Aunque no tenía muy claro qué haría él si le dijera que tenía problemas económicos. ¿Le ofrecería un crédito a bajo interés?

Aquella idea le parecía divertida, pero no podía desviarse del tema. ¿Iba a contarle la verdad o no?

Se decidió por la verdad porque nunca se le había dado bien mentir.

– No nos va mal -comenzó a decir muy despacio-. Ya te he contado cómo era la vida con Marty, así que te imaginarás que no contábamos con mucho dinero extra cada mes. Yo era la única que tenía un trabajo fijo en la familia, y eso provocaba ciertas tensiones. Cuando Marty cobró aquella herencia fue como un milagro.

– Me sorprendió que me contaras que estuvo de acuerdo en comprar una casa. Eso no cuadraba con su estilo.

– No, no cuadraba. Tuvimos muchas peleas. Al final accedió pero con una condición. Compramos está mansión en lugar de una casa normal.

Stephanie alzó la vista para observar los techos altos de la zona familiar de la posada.

– Al principio la odiaba. Lo último que me hubiera gustado era tener una gran hipoteca y verme obligada a hacer reformas. Cuando Marty murió me puse furiosa. Me había dejado sola con aquel desastre. Pero pasado el tiempo me di cuenta de que aquello era lo mejor que me podía haber pasado. Por aquí pasan gran cantidad de turistas y a muchos de ellos les encanta la idea de quedarse en una posada. He podido acometer yo sola muchas de las obras, lo que me ha ahorrado bastante dinero. Y como soy yo la que me organizo puedo estar con los niños cuando salen del colegio. Si tuviera un trabajo normal necesitaría ayuda doméstica y eso me resultaría económicamente inviable.

– Una información muy interesante -intervino Nash-. Pero no has respondido a mi pregunta.

– No nos va mal -le dijo ella-. Algunos meses se dan peor que otros. Conseguí que Marty mantuviera su póliza de seguros, así que cuando murió recibí una pequeña cantidad de dinero. No me la gasté. Si ocurriera alguna emergencia podría tirar de ella. Cruzo los dedos para no tener que utilizar nunca ese dinero -aseguró alzando una mano-. Si todo va bien lo utilizaré para pagar la universidad de los niños. Así que estoy bien -concluyó-. De verdad.

– Estás mejor que bien -respondió Nash con una sonrisa-. Eres responsable, generosa, y una excelente madre.

Aquel cumplido la halagó, pero se dijo a sí misma que aquello era una tontería. Y sin embargo se sentó un poco más recta y luchó contra el deseo de sonreír de puro orgullo.

– Lo intento.

– Y lo consigues.

Stephanie se giró y, sin dejar de mirarlo, se apoyó contra el respaldo del sofá.

– De acuerdo, ahora me toca a mí. Tú me has hecho una pregunta muy personal y quiero hacer lo mismo contigo.

– De acuerdo.

Stephanie pensó en todas las posibilidades que tenía y se decidió por la que más la turbaba de todas ellas.

– Háblame de tu esposa.

Ella lo observó de cerca, pero la expresión de Nash no cambió en absoluto.

– ¿Qué quieres saber?

– Lo que tú quieras contarme. Lo que tú…

Stephanie se quedó sin palabras cuando un horrible pensamiento se le cruzó por la cabeza. ¿No querría hablar de ella porque todavía la seguía amando? Nash le había asegurado que no pensaba en su esposa cuando hacían el amor, pero ¿y se mentía? ¿Y si había fantasmas que…?

– No es por eso -dijo él.

Stephanie parpadeó varias veces.