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Nash agarró la llave que Stephanie había dejado en recepción y cargó con dos maletas. Subieron al segundo piso y se dio cuenta al instante de que la habitación no estaba cerca de la suya, lo que significaba que Stephanie y él no tendrían que andar de puntillas cuando todo el mundo se hubiera acostado. Bien pensado por parte de ella, se dijo sonriendo.

– No tengo suficientes platos -dijo Stephanie tratando de no entrar en pánico-. Ni vasos.

– Utiliza los de plástico -exclamó Nash saliendo del cuarto de las herramientas en dirección al garaje, donde había varias sillas plegables.

– Utiliza los de plástico -murmuró ella entre dientes-. Para él es fácil decirlo.

Aunque era una buena idea. ¿Tenía platos y vasos de plástico?

Stephanie se detuvo en medio de la cocina y trató de recordar si había guardado los que sobraron tras el último cumpleaños de los gemelos. Entonces abrió uno de los armarios. En la estantería superior, a la que ella no llegaba, había tres paquetes sin abrir de platos.

– Fuera quedan todavía un par de ellas -dijo Nash entrando con cuatro sillas.

– Ya hemos bajado las de arriba y las del comedor -recordó Stephanie con expresión de disgusto-. No hay suficientes.

– Vamos, deja de preocuparte por detalles nimios.

– ¿Te parece un detalle nimio que la gente no tenga dónde sentarse?

– Por supuesto. Los niños estarán encantados de sentarse en el suelo.

Nash dejó las sillas en el suelo y se acercó a ella. Le rodeó la cintura con los brazos y la besó.

– Gracias por ofrecerte como anfitriona para la cena.

Con sólo sentirlo cerca, Stephanie ya se sentía más tranquila.

– Estoy encantada de que venga toda tu familia. De verdad. Pero necesito que me bajes esos platos de ahí arriba.

Cuando Nash se los bajó a Stephanie se le ocurrió mirar el reloj. Se quedó helada al ver la hora que era.

– Estarán aquí en cualquier momento. Coloca las sillas. Yo empezaré a poner los cubiertos.

Nash hizo lo que le decía y ella se apresuró a recolectar cucharas y tenedores.

Kevin había llamado un poco antes para sugerir otra cena familiar improvisada. Para que nadie tuviera que cocinar, propuso traer comida china. Stephanie ofreció su casa para la ocasión. Vivian y Howard se habían llevado a los chicos al restaurante chino y habían traído comida suficiente como para alimentar a un batallón.

– Vasos -murmuró Stephanie-. Las sodas se están enfriando. Tengo leche y zumo para los niños. He hecho té. Hay…

El sonido de un timbre interrumpió sus pensamientos.

– Nash, está sonando tu teléfono móvil.

– ¿Puedes atenderlo tú? -exclamó él desde el cuarto de las herramientas-. Está en la entrada, al lado de mis llaves.

Stephanie corrió hacia la parte delantera de la casa. El sonido se hizo más intenso a medida que se acercaba. Cuando vio el teléfono lo agarró y apretó el botón para hablar.

– ¿Diga?

Se hizo un momento de silencio.

– ¿Podría hablar con Nash Harmon, por favor? -preguntó finalmente una voz masculina.

– Claro. Un momento.

Stephanie recorrió el pasillo y se encontró con Nash llevando más sillas.

– Es para ti -dijo ella-. Yo me encargo de esto.

– No, las dejaré aquí mientras -aseguró él apoyándolas contra la pared y agarrando el teléfono.

Ella hizo ademán de retirarse discretamente a la cocina pero Nash la rodeó con el brazo que tenía libre y la atrajo hacia sí.

– Harmon -dijo él.

Stephanie no podía escuchar lo que decía el hombre, así que se conformó con relajarse sobre el pecho amplio y fuerte de Nash. Cerró los ojos y aspiró con fuerza el aire.

– Pensé que no querías que me ocupara de más misiones -dijo entonces.

Tras escuchar un rato más lo que el hombre decía, Nash volvió a hablar.

– Pensaré en ello y te llamaré -contestó antes de sonreír-. No es asunto tuyo. Sí, es muy guapa. He tenido suerte. Sí, te lo haré saber dentro de unos días -concluyó tras una breve pausa.

Nash colgó el teléfono.

– ¿Era tu jefe? -preguntó Stephanie ignorando conscientemente el comentario de «sí, es muy guapa».

Nash asintió con la cabeza.

– Quería hablarme de un trabajo que pensó que podría interesarme. En una ciudad nueva, un cambio de escenario. Pensó que me vendría bien.

– ¿Por qué cree que lo necesitas? -preguntó Stephanie mirándolo fijamente.

Nash se metió el teléfono en el bolsillo de la camisa y la abrazó.

– No tuve opción para estas vacaciones. Mi jefe insistió en que me las tomara. Estaba preocupado por mí.

– ¿Porqué? -preguntó ella sorprendida.

– No me había tomado nunca vacaciones desde la muerte de Tina.

Stephanie se apartó de él instintivamente. Antes de que supiera lo que estaba haciendo se retiró lo bastante como para apoyarse en la otra pared del pasillo. No le gustaba nada que Nash ya no sonriera.

– ¿Te estás escondiendo en el trabajo? -preguntó sabiendo que era una pregunta obvia.

– Sí, pero no por las razones que tú piensas.

Stephanie no sabía en qué razones pensar. Sólo sabía que no quería que él siguiera enamorado de su mujer.

– ¿Y cuáles son esas razones? -insistió tratando de mantener la voz en un tono neutro.

Nash aspiró con fuerza el aire y clavó la vista en un punto indefinido del techo.

– Ya te conté que Tina murió estando de servicio, en la explosión de una bomba. Lo que no te dije fue que yo también estaba allí. Me habían llamado para negociar en una situación en la que había rehenes. Convencí a los tipos para que se rindieran. Cuando salieron supe que algo no iba bien pero no pude concretar el qué. Luego me di cuenta de que las cosas habían resultado demasiado fáciles. Le dije a mi equipo que esperara pero Tina no me escuchó. Era muy impulsiva. Diez segundos después entró corriendo en el edificio para liberar a los rehenes y yo comprendí por qué los secuestradores se habían rendido.

Stephanie no quería pensar en ello, no quería ni imaginárselo, pero sabía lo que había ocurrido.

– La bomba hizo explosión.

Nash asintió con la cabeza sin variar un ápice su expresión.

– Tina, otro agente y todos los rehenes murieron.

Él se sentía culpable. Stephanie lo sabía porque conocía a Nash y porque ella también se habría echado la culpa en las mismas circunstancias. Absurdo, pero así era.

– Nadie más piensa que fuera culpa tuya.

– Eso tú no lo sabes -respondió Nash mirándola.

– ¿Me equivoco?

– No.

– Así que tú te culpas y te refugias en el trabajo. Y ahora tu jefe te ofrece un trabajo distinto pensando que así reaccionarás.

– Algo parecido.

– ¿Necesitas que te hagan reaccionar?

– Ahora mismo no -respondió Nash relajando los músculos-. Tú me haces mucho bien, Stephanie.

Sus palabras la enternecieron de un modo que nada tenía que ver con el deseo y sí con el corazón. También él le hacía bien. Le hacía desear creer en el amor y en el futuro. Le hacía desear que…

Stephanie parpadeó mentalmente. «No vayas por ahí», se dijo a sí misma. Nash era algo temporal y no debía olvidarlo. No tenía ningún sentido desear la luna. Terminaría desilusionada y triste.

– Estoy contratada para proporcionarle un servicio completo -dijo tratando de bromear-. No olvide mencionarlo en sus comentarios. Eso me dará puntos de cara a la dirección.

– Estoy hablando en serio -aseguró Nash avanzando hacia ella-. Desde que te conozco, yo…

Fuera lo que fuera lo que iba a decir, se perdió bajo el sonido de las puertas de un coche cerrándose bruscamente. Stephanie se moría por saber qué iba a decirle pero estaban a punto de ser invadidos por las hordas de la familia Haynes.

– Guarda ese pensamiento -le dijo aunque supiera que no volverían nunca a tocar aquel tema.