– ¿Ya se ha ido?
Stephanie se dio la vuelta y vio a Brett entrando en la cocina.
– Supongo que te refieres a Nash -dijo-. Se ha ido a su habitación.
– ¿Qué hace este tipo por aquí? -preguntó su hijo sentándose a su lado.
¿Por qué le preguntaba Brett aquello? ¿Sentiría que Nash era una amenaza? Stephanie no había salido nunca con nadie desde que Marty murió. Tal vez tener a un hombre alrededor lo hiciera sentirse como si alguien intentara remplazar a su padre.
– Nash es sólo un huésped -aseguró tratando de restarle importancia-. Lo que significa que vive en otro sitio y que se marchará dentro de un par de semanas. Y mientras tanto es una persona agradable, recoge sus cosas y a mí me gusta tener una persona adulta con la que poder hablar. Nada más. ¿De acuerdo?
– ¿Sigues echando de menos a papá? -le preguntó el chico mirándola a los ojos.
Stephanie observó los ojos azules de su hijo y la forma de su boca, que era idéntica a la de Marty,
– Por supuesto. Claro que sí. Yo lo quería mucho.
Brett asintió con la cabeza, como si se sintiera aliviado.
Stephanie se dijo a sí misma que mentir en aquellas circunstancias no estaba mal. Su primera responsabilidad era que sus hijos vivieran en un mundo lo más estable y seguro posible. Una pequeña mancha en su conciencia era un precio muy pequeño.
Capítulo 5
Nash salió de la cafetería después de almorzar y se dirigió a la posada. Le había gustado mucho conocer a sus hermanastros. Lo primero que le llamó la atención al ver a los cuatro hombres era el extraordinario parecido físico que guardaban con él y con Kevin. Eran muy agradables, pero se había sentido un poco abrumado cuando le hablaron de sus familias. Todos tenían muchos hijos, sobre todo niñas. El más pequeño de ellos, Kyle, tenía nada menos que cinco. Cinco hijos. Aquello le parecía excesivo.
Nash nunca había dedicado mucho tiempo a pensar si quería tener hijos. Cuando se casó con Tina quiso esperar un tiempo antes de formar una familia. Su mujer lo había presionado, pero él no quiso saber nada. Al menos hasta que las cosas entre ellos estuvieran más estables. Daba por hecho que habría niños en un futuro pero se le aparecían como sombras lejanas que jugaban en un parque, no como gente real. No como los hijos de Stephanie. Parecían muy buenos chicos los tres, cada uno en su estilo, aunque estaba claro que el mayor no terminaba de aceptarlo del todo. Y en cuanto a Stephanie…
Más le valía no seguir por aquel camino, se dijo. Durante toda la noche había tenido sueños eróticos con la dueña de la posada. No recordaba la última vez que se había despertado con semejante erección. Seguramente fue durante la adolescencia, cuando tenía las hormonas revolucionadas. Por aquel entonces tenía muchos deseos pero muy poco conocimiento de lo que se suponía que tenía que pasar entre un hombre y una mujer. Ahora sabía exactamente lo que quería hacer, y eso sería lo que le haría a Stephanie si tuviera la oportunidad de estar con ella en la cama.
Nash sonrió al darse cuenta de que la cama no era absolutamente necesaria. En sus sueños había sido bastante creativo. Recordaba con claridad cómo la había acorralado contra la pared. Ella le enredó las piernas desnudas alrededor y…
Nash gimió levemente al sentir la presión y el calor agolpándosele en la entrepierna. Trató de concentrarse en la conducción para evitar llegar a la posada con una erección del tamaño de Argentina.
Y funcionó. Cuando aparcó delante de la mansión victoriana ya no estaba erecto aunque todavía sentía una cierta tensión. La experiencia le demostraba que aquello también pasaría… al menos momentáneamente.
Se bajó del coche de alquiler y se encaminó hacia la posada. Mientras recorría el sendero escuchó ruidos que salían de la antigua casa del guarda, que estaba situada al lado de la mansión principal.
Nash cambió de dirección. Cuando llegó a la casa del guarda comprobó que el ruido provenía de una canción de la radio. La música lo llevó hasta un salón que tenía todo el aspecto de estar en obras. Stephanie estaba de pie cerca de una puerta con una lija en cada mano. En ese momento estaba intentando llegar a un lugar que quedaba muy por encima de su cabeza. Al alzar los brazos se le alzó la camiseta, dejando al descubierto una parte de su vientre. La entrepierna de Nash cobró vida al instante. ¿Qué le pasaba con el vientre de aquella mujer? ¿Por qué no encontraba igual de eróticos sus pechos, o incluso sus piernas?
– Necesitas una escalera -dijo Nash con naturalidad.
Ella dio un respingo y luego se dio la vuelta para mirarlo.
– El próximo día que vaya al hipermercado te juro que me voy a acercar a la sección de mascotas y te voy a comprar un collar con un cencerro.
– Me quedaría grande.
– Pues te lo pondré alrededor de la cintura.
– Para eso tendrás que someterme primero.
Lo había dicho a modo de broma, pero al pronunciar aquellas palabras le brillaron los ojos y una especie de fuerza le marcó las facciones. En la estancia se creó un momento de tensión.
Por lo visto él no era el único en sentir aquella atracción, pensó Nash satisfecho. Aunque aquella información no le servía de nada. Stephanie era una madre sola con tres niños, lo que significaba que no andaría en busca de pasar un buen rato sin compromiso.
Tal vez Nash la deseara, pero de ninguna manera se aprovecharía de ella. Había crecido con una madre soltera y sabía lo dura que podía ser la vida. Él no estaba allí para crear más problemas.
Nash ignoró la tensión del momento y el deseo que flotaba entre ellos y señaló las paredes desnudas.
– ¿Ésta va a ser la suite presidencial del Hogar de la Serenidad?
Stephanie parpadeó lentamente, como si acabara de salir de un estado de trance.
– ¿Cómo? Ah, no. Es para los niños y para mí -aseguró girándose para lijar el marco de la puerta-. Ese era al plan original. Cuando Marty y yo compramos la casa queríamos arreglar este sitio e instalarnos aquí. Así tendríamos más habitaciones para alquilar. Pero cuando él murió el proyecto quedó aparcado. Espero tenerlo terminado para mediados de verano.
Nash la observó mientras trabajaba durante treinta segundos. Cuando alzó los brazos para tratar de llegar a la parte superior del marco, la fugaz visión de su vientre lo golpeó como un puñetazo.
– Ve a lijar algo más cercano al suelo -murmuró entre dientes agarrando un trozo de lija-. No eres lo suficientemente alta. Yo lo haré.
– Soy perfectamente capaz de hacerlo yo misma -respondió Stephanie entornando los ojos.
– Sin una escalera, no -insistió él agarrándola suavemente de los brazos para apartarla y tratando de no dejarse llevar por el aroma a mujer que desprendía.
– No puedo permitirlo -dijo Stephanie-. Eres un huésped.
– Y estoy aburrido y descansado. Necesito hacer algo.
– Claro -respondió ella soltando una carcajada-. Qué tonta soy. Soy yo la que te está haciendo a ti el favor al dejar que me ayudes. ¿Cómo no me he dado cuenta antes?
– No lo sé. A mí me extraña.
Nash la miró de reojo. Tenía la barbilla levantada en gesto desafiante y los brazos en jarras, como dispuesta a librar batalla.
– Dame las gracias y déjalo estar -le pidió.
– Pero yo… Gracias, Nash -dijo Stephanie exhalando un suspiro-. Te agradezco la ayuda.
Él le sonrió antes de ponerse manos a la obra. Bajo los jirones de papel pintado había una madera preciosa muy bien conservada.
– Quienquiera que construyera esto sabía lo que hacía -aseguró-. Tiene unos materiales magníficos y está muy bien construida.
Stephanie se dispuso a lijar el suelo mientras él trataba de concentrarse en el trabajo. Al estar colocada de rodillas, el trasero se le levantaba hacia arriba. Nash no pudo evitar quedarse absorto mirándola.
– ¿Qué pasa? -preguntó ella alzando la vista-. ¿No lo estoy haciendo bien?