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– Sí. Lo estás haciendo estupendamente.

– Me estás mirando.

Nash no podía discutirle aquel punto.

– ¿Quieres que trabaje con los ojos cerrados?

– ¿Estoy horrorosa? -preguntó Stephanie pasándose la mano por la mejilla con la mano libre.

– Eso es imposible.

Ella abrió los ojos de par en par y se sonrojó. Luego bajó la cabeza y siguió lijando con movimientos cortos y enérgicos.

– Un gran cumplido -murmuró-. No me importaría tenerlo escrito en un cojín para leerlo en los días malos.

La tensión había regresado, y con una fuerza que iba más allá del deseo de hacer el amor. Nash quería acariciarla y abrazarla, conectar con ella.

¿De dónde demonios había sacado aquella idea? Nash frunció el ceño y siguió trabajando. Nada de conectar. Nada de relaciones. Nada de emociones confusas. Nada de desastres.

– Hoy he quedado con mi hermano Kevin para conocer a dos de mis hermanastros, Travis y Kyle Haynes -dijo Nash cambiando de tema radicalmente.

– ¿Y qué tal ha ido? -preguntó ella aclarándose la garganta-. No puedo imaginar qué se siente al descubrir de pronto que uno tiene una familia de la que no había oído hablar. Cuando me mudé a vivir a Glenwood escuché muchas historias sobre Earl Haynes y sus hermanos. Tenían fama de rompecorazones. Pero por lo que sé sus hijos han resultado ser unos hombres excelentes. Creo que alguna de las niñas está en clase de mis gemelos.

– Imposible saber cuál de ellas. Son tantas…

– Yo quiero muchísimo a mis hijos, pero no me hubiera importado tener también una niña -reconoció Stephanie-. Echo de menos cosas como los lazos y los vestidos.

– Todavía puede ocurrir.

– ¿Acaso has visto al Espíritu Santo revoloteando por aquí? -preguntó ella con una mueca-. No hay ninguna posibilidad de que vuelva a casarme de nuevo, así que las posibilidades de tener otro hijo se reducen drásticamente.

Nash sintió cómo aquellas palabras se le clavaban como cuchillos. Hasta el momento había disfrutado de la conversación, pero ahora sólo tenía ganas de salir corriendo de allí. Se dispuso a lijar de nuevo. «Tranquilízate», se dijo. La negativa de Stephanie a volver a casarse no tenía por qué afectarlo a él. Ni lo más mínimo.

– Debiste de quererlo mucho -dijo en medio del silencio,

– ¿Cómo? ¿A quién?

– A tu marido. No quieres volver a casarte porque lo quisiste mucho.

Stephanie parpadeó varias veces y luego comenzó a lijar a toda prisa los azulejos. Y de pronto se incorporó bruscamente.

– Mira: tengo muchas razones para no querer volver a casarme, pero ninguna de ellas es que quisiera mucho a Marty -aseguró-. Sé que suena horrible pero es la verdad.

Nash no supo qué hacer con aquella información, ni tampoco comprendía por qué había desaparecido de pronto el nudo que se le había formado en la garganta.

Hubo un momento de silencio incómodo y luego los dos empezaron a hablar al mismo tiempo.

– Adelante -le pidió Nash.

Stephanie comenzó a lijar de nuevo, pero esta vez con mucha más suavidad.

– Con tanto niño te has convertido de golpe y porrazo en tío múltiple -bromeó-. Prepárate para el ataque.

– No había pensado en ello -reconoció Nash-. Con razón la cena de hoy va a ser en una pizzería.

– Pareces tan entusiasmado como si te fueran a abrir en canal sin anestesia -aseguró ella soltando una carcajada-. ¿Va a ir toda la familia?

– Casi toda. Nuestro padre, Earl, está en Florida con su esposa número seis o siete. Ninguno de sus hijos mantiene una buena relación con él. No está invitado a la cena. Pero el resto de los hermanos, nuestra hermanastra, los niños y las esposas estarán allí.

– Suena divertido.

Nash no estaba de acuerdo. Kevin estaba prometido, igual que Gage. Quinn, el otro soltero de la numerosa familia, todavía no había aparecido. Lo que significaba que él sería el único que iría solo.

Así había ocurrido toda su vida, pensó. Lo prefería así. Pero eso no significaba que no fuera a encontrarse incómodo.

– ¿Quieres venir conmigo? -le preguntó.

Fue una invitación impulsiva, pero no la retiró.

– Podrías llevar a los niños. Dijiste que conocían a los hijos de los Haynes. Se lo pasarán bien.

Stephanie dejó a un lado la lija y se limpió las manos en los pantalones vaqueros mientras reconsideraba la invitación. No le importaba pasar un rato en compañía del protagonista de sus fantasías eróticas, pero no entendía por qué Nash quería que fueran ella y sus hijos.

– ¿No es sólo para la familia?

– Demasiada familia. Así me protegerás.

Nash lo dijo con naturalidad, pero ella habría jurado que vio en sus ojos algo de tristeza y soledad.

«No te lances», se dijo a sí misma. Tenía que dejar de leer en las expresiones de Nash cosas que no estaban. Aquel hombre no estaba solo. Se encontraba perfectamente. La idea de que ello lo protegiera era risible.

– Dejaré que te comas el trozo de pizza más grande -le prometió Nash.

Stephanie tenía que admitir que sentía curiosidad por la familia Haynes. Y a los chicos les encantaría cenar en una pizzería. Y luego estaba el hecho de pasar el rato con Nash, una compañía que cada vez le resultaba más agradable.

Lo miró a los ojos y observó el modo en que sus labios se curvaban ligeramente hacia arriba en una media sonrisa. Tal vez si le decía que sí, él le acariciaría como por casualidad la mano. Tal vez se sentaran lo suficientemente juntos como para que ella pudiera hacerse una idea de cómo sería estar tumbada en la cama a su lado. Aunque en ese sentido no necesitaba mucha ayuda. Nash ya era la estrella absoluta de sus fantasías.

¿Qué tenía que perder?

– Nos encantará ir contigo -contestó-. ¿A qué hora quieres que estemos listos?

«Esto no es una cita», se recordó Stephanie mientras se quitaba el jersey rojo para ponerse otro más de vestir. Se trataba de una velada en una pizzería, así que no había razón para sudar.

Estudió su reflejo en el espejo. El color del jersey le hacía los ojos más azules pero con aquella tela tan gruesa parecía como si no tuviera pechos. Y para complicar todavía más las cosas tenía un nudo en el estómago del tamaño de un elefante y le temblaban los dedos.

Escuchó entonces cómo llamaban a la puerta con los nudillos y después escuchó la voz de Brett llamándola.

– ¿Mamá?

Stephanie se miró por última vez y se pasó la mano por el cabello corto, deseando por enésima vez en su vida ser más alta. Luego le dijo a su hijo mayor que entrara.

– ¿Qué tal? -le preguntó mientras elegía unos pendientes de aro de la colección que tenía en el tocador.

– ¿Por qué vamos a salir? -preguntó a su vez el chico mirándola con los brazos cruzados.

– Nash es un tipo simpático -aseguró su madre acercándose a él-, y nos ha invitado a pasar la velada con él. Acaba de descubrir que está emparentado con los hermanos Haynes. Ya sabes que son muchos, y también estarán sus esposas y sus hijos.

Stephanie bajó la voz antes de seguir hablando.

– El no lo ha admitido claramente pero creo que quiere que vayamos porque está un poco nervioso. Pienso que quiere que seamos una ruidosa distracción. Eso creo.

Brett levantó la vista hacia ella.

– ¿Sí? -le preguntó con expresión esperanzada.

– Sí.

– Se nos da muy bien meter ruido -aseguró Brett con una sonrisa.

– Yo diría que tus hermanos y tú sois unos auténticos expertos -respondió su madre apartándose el pelo de la frente.

Nash mantuvo la puerta de la pizzería abierta. Cuando Stephanie y los chicos hubieron entrado él pasó también y se paró delante del mostrador para hablar con la recepcionista.

– ¿Cuántos son?

– Vamos a la fiesta de los Haynes -dijo él.

– Muy bien. Al fondo encontrará una doble puerta. No tiene pérdida. Limítese a seguir el ruido.