De lo que no se arrepentía era de no haberle dicho que Bertie no era hijo suyo. Si le hubiera contado que solo lo iba a tener unos días con ella, no habría dudado en ponerla en la calle. Desde luego era lo bastante fuerte como para tomarla en brazos, y sacarla de la casa. Una vez fuera, sería ella la que lo tendría que denunciar para volver a entrar. El problema sería que no tendría dónde alojarse mientras tanto. O peor aún, tal vez denunciara a Kevin y Faye por anteponer su necesidad de sueño al cuidado de su hijo.
– Me responsabilizo del niño, señor Dalton, pero no tengo nada que ver con el gato. Es de Carenza.
– ¡Lo que faltaba!
Jessie se alegró de que a él tampoco le gustaran los gatos.
– Y parece que tiene hambre. Tal vez le apetezca desmenuzar un poco de pescado para él. Ya está cocido, así que lo único que tiene que hacer es quitarle las espinas con los dedos -no respondió, y Jessie tuvo la sensación de que, por una vez, Patrick Dalton no sabía qué decir. Sacó el plato del pescado de la nevera, y tratando de disimular el asco que le daba aquella tarea, quitó las espinas de un trozo con los dedos, y se lo puso a Mao en el plato-. ¿Ve qué fácil es? -le dijo.
El gato dejó de frotarse contra la pierna de Patrick, y fue a examinar la comida. La olió, miró con gesto de desagrado a Jessie y, con la cola levantada, se dio la vuelta, y se dirigió a la puerta de la cocina, deteniéndose allí, a la espera de que alguien se la abriera.
A Jessie le entraron ganas de aplaudirlo. No lo habría hecho mejor, ni aunque lo hubiera adiestrado para ello. Abrió la puerta de la cocina y dijo:
– Me temo que lo que le apetece hoy es pollo picado -se volvió para ver cómo se lo había tomado Patrick, pero ya estaba subiendo las escaleras-. ¿Señor Dalton? -lo llamó.
– ¿Qué? -le preguntó deteniéndose.
– Si se piensa acostar, me gustaría… me gustaría vestirme primero -de repente se dio cuenta de que había vuelto a hacer alusión a su desnudez, pero por suerte, él no pareció darse cuenta.
– ¡Acostarme! ¿De verdad cree que me puede apetecer dormir? No he estado más despejado en toda mi vida, así que me voy a la calle. Mientras tanto, le aconsejo que busque algún sitio dónde vivir.
– ¿O qué? -le preguntó.
– O… o yo lo haré por usted.
Patrick no esperó para ver la reacción de Jessie, siguió subiendo, y dio un portazo al salir.
– Creo que hemos ganado la partida esta vez -le dijo a Bertie al oído, mientras besaba sus suaves cabellos-, aunque es una pena que se haya enfadado tanto -suspiró-. Pero es comprensible, porque Carenza ha sido una niña muy mala, y ha traicionado su confianza. Aunque la verdad es que no parece muy sorprendido -acarició la tripita del niño, que se echó a reír-. No te creas que es para reírse, jovencito. Espero que no se te ocurra hacerme algo parecido cuando tengas su edad -le dijo, riendo, pero al apoyarlo contra su hombro, y sentir la suavidad de su mejilla se sintió un poco triste de no ser más que su tía.
– Es una pena -murmuró, mientras se dirigía a la puerta principal para echar la cadena y conectar la alarma, para saber así cuando regresaba Patrick Dalton.
– ¡Patrick, cariño! ¿Qué demonios te ha pasado?
– ¿Tal mal aspecto tengo? -preguntó, aun cuando sabía por la cara que estaba poniendo su tía que el aspecto que tenía se correspondía exactamente con el modo en que se sentía. Se fue a pasar los dedos por el pelo, y se encontró con los puntos de sutura-. No hace falta que me respondas. Por cierto, tía Molly, ¿no habré llegado en un mal momento? Ya sé que debería haber llamado antes…
– En absoluto, y Grady se volverá loco de alegría al verte. Está durmiendo en el jardín. ¿Por qué no vas, y le das una sorpresa mientras preparo café?
Patrick la siguió por la cocina; miró por la ventana, y contempló a su viejo perro dormitando a la sombra de un manzano.
– ¿Qué tal se ha portado?
– De maravilla. Como un cordero. Es un perro muy listo, y nos lo hemos pasado de maravilla… -calló un momento al volverse hacia el fregadero-. Vi la noticia en el periódico, pero imaginé que te pasarías el día durmiendo, para recuperarte del desfase horario.
– Dormir ha quedado pendiente, de momento.
– Pues no lo dejes mucho tiempo -lo aconsejó ella-. Bueno, ¿me vas a contar lo que ha sucedido?
– ¿Esto? -preguntó, señalando los puntos de la frente-. No es nada. Tropecé con un gato -respondió, al tiempo que echaba azúcar al café que su tía le acababa de servir.
– ¿Con un gato? -le preguntó con escepticismo-, Creo que no te vendría mal, servirte un poco de whisky, y después echarte un par de horas.
– Es una oferta casi irresistible -le dijo, bostezando-… pero es mejor que trate de mantenerme despierto con el café, porque tengo un problema que requiere toda mi capacidad mental.
– ¿Es un problema legal? ¿Puedo hacer algo por ti?
– Por desgracia no. Carenza decidió que cuidar de mi casa en verano era muy aburrido, así que se la alquiló a una señora, y se embolsó el dinero para irse a recorrer Europa con la mochila a cuestas.
– ¡Qué muchacha! Imagino que estaba convencida de que no te ibas a enterar nunca. De todos modos la consientes demasiado.
– Supongo que sí, pero ya sabes lo ocupados que están siempre sus padres. Esta vez, sin embargo, estaba tratando de ser duro con ella. Craso error, porque si la hubiera vuelto a consentir lo que quería, no me vería en este lío.
– Supongo que tendrás que convencer a la inquilina de Carenza para que se vaya.
– Lo he intentado, pero ella no está dispuesta a marcharse. Me ha sugerido que le alquile a ella la habitación que está en desuso, y me instale allí, si no puedo encontrar otro lugar a dónde ir -a pesar de lo molesto que estaba, no pudo evitar sonreír al recordar la cara tan dura que tenía Jessie. Desde luego, aquella chica era mucho más que un rostro bonito-. Asegura que me cobrará una renta razonable.
– ¡Estás de broma!
– Te aseguro que lo dijo totalmente en serio. ¿Se te ocurre algo?
– Quédate aquí.
– ¡Tía Molly! ¿Estás sugiriendo que me dé por vencido, y acepte mi propia derrota?
Molly se echó a reír.
– No, me imagino que eso sería mucho esperar -se quedó un momento pensativa-. ¿Por qué no esperas a que salga y cambias las cerraduras?
– ¡Qué tentador! -posó la taza y sonrió-. ¿Por qué no había pensado en ello?
– ¿De verdad no habías pensado en ello? Ese golpe en la cabeza debe de haber sido más serio de lo que tú crees. ¿Te sirvo más café?
Patrick negó con la cabeza, y enseguida deseó no haberla movido. Tenía que tumbarse un poco, lo antes posible.
– De todas maneras existe un contrato que, aunque no valga mucho, le hace tener algunos derechos ante la ley.
– ¿Y? -preguntó ella, abruptamente.
Patrick se encogió de hombros.
– Y tiene un bebé de unos seis meses.
Su tía lo tocó en el brazo con cariño.
– ¿No está casada?
– En apariencia no. No lleva puesta ninguna alianza, aunque bueno, hoy en día el matrimonio parece estar pasado de moda. De todos modos, la señorita Hayes no me parece que sea de las que necesita que la lleve de la mano ningún hombre.
– Bueno, pues me da la sensación de que te va a tocar dormir en la habitación de invitados.
– Hay un problema: no tiene cama -le dijo, pensando además en los recuerdos que le traían todas las cajas que había allí, pero que era incapaz de tirar.
Molly sonrió con picardía.
– ¿Y a eso lo llamas un problema? La mayoría de los hombres lo considerarían una oportunidad. Patrick -le dijo con dulzura-… han pasado ya diez años. No creo que a Bella le hubiera gustado que te quedaras solo.
– Lo sé, pero desde que la perdí… desde que las perdí a las dos, no consigo… -se detuvo un momento, buscando las palabras-. Veo a una mujer, y pienso… ¿para qué? No es Bella -dijo, aunque recordó que no le había pasado al ver a su hermosa inquilina desnuda en la bañera-. No es justo cargar a ninguna mujer con todos mis recuerdos -dijo, y se puso de pie-. Será mejor que me vaya.