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– No pasa nada, no te preocupes. ¿Puedes llegar hasta aquella silla?

– Creo…creo que sí.

Patrick no se podía creer que hubiera sonreído, a pesar de lo que Jessie le había dicho, pero sabía que no había tenido la intención de herirlo. Había sufrido una impresión muy grande, y no podía pensar como era debido. Sabía que él tenía la culpa de ello, en parte por no haberle advertido lo del perro. Le debía aquella sonrisa. Sabía que Bella lo hubiera aprobado.

– Siéntate aquí. Te traeré un poco de brandy.

– No. Yo…

– ¿No bebes?

– No me gusta el brandy -Jessie no se atrevía a mirarlo, por si acaso se hubiera imaginado lo de la sonrisa, y estuviera enfadado-. ¿Seguro que no puede entrar? -le preguntó, mirando hacia la puerta.

– No, a no ser que haya aprendido a abrir puertas mientras he estado fuera -le respondió él-. ¿Tienes miedo de todos los perros, o solo de los grandes? -le preguntó, poniéndose en cuclillas a su lado.

– Um… De todos los pe… perros -se veía con claridad que se asustaba con solo mencionarlos-. Aunque creo que los pequeños son los peores -se agachó para frotarse la cicatriz que tenía encima del hueso del tobillo. Patrick pensó que debía de haber sido un terrier, porque era el tipo de perros que si te hincaban el diente, no había manera de que te soltaran.

– Bueno, te prometo que Grady no muerde, pero cerraré la puerta principal antes de marcharme.

– ¿Irte? -le preguntó Jessie. Había evitado mirarlo hasta entonces, consciente de que aquel beso que se habían dado, había ido más allá de lo que se solía hacer normalmente para calmar los nervios de alguien, y además era consciente de haber dicho algo inconveniente, pero al oírle decir que se marchaba levantó la cabeza-. ¿Irte? ¿Adonde?

– Solamente a cambiar tus cajas de sitio, y a quitar el coche de donde está, antes de que se lo lleve la grúa -se levantó, y cerró con llave la puerta que daba al jardín. Por el momento Grady estaría bien tumbado a la sombra, debajo del banco. Después, por si le daba a Jessie por volver a poner la cadena en la puerta principal, se guardó la llave en el bolsillo. Una mujer haría cualquier cosa por proteger a su hijo-. Tardaré lo menos posible -le dijo, al ver lo asustada que estaba todavía.

Ella no le volvió a recordar que tuviera cuidado con su vajilla, ni él que no pusiera la cadena a la puerta. De repente, Bertie, que estaba harto de que no le hicieran caso, se echó a llorar.

– Oh, cariño, ¿tienes hambre?

Patrick la observó, mientras se levantaba para tomar en brazos a su bebé. De repente, parecía haber dejado de tener miedo.

La imagen de una madre con su hijo, le trajo demasiados recuerdos dolorosos, y se apresuró a salir de la cocina. Mientras cargaba las cajas, pensó en Jessie y su hijo. Ella no debía de estar casada porque no llevaba alianza. Entonces, ¿dónde estaba el padre del niño? ¿Todavía sentiría algo por él? De repente, pensó que aquello no era de su incumbencia. Al fin y al cabo, un beso no significaba nada.

– Nada -dijo en voz alta, como para tratar de convencerse. Aquella mujer le estaba complicando la vida, y el bebé hacía aún las cosas más difíciles. Tendría que marcharse.

Jessie temblaba todavía mientras Bertie se terminaba el biberón, pero no estaba segura de si era el perro, o el beso que le había dado su amo, lo que le había dejado en aquel estado.

El perro que le había mordido de niña, solo le había dejado una cicatriz física de las que desaparecían enseguida. Las peores eran las cicatrices emocionales, como la que le había dejado Graeme. Jessie se preguntó si su reacción al beso de Patrick Dalton significaría que también esas estaban desapareciendo.

– Debo de haberme puesto histérica -murmuró-. ¿Tú qué crees, cariño? -preguntó a Bertie, usando la misma voz melosa que empleaba su cuñada cuando se sentía especialmente feliz con su hijo. Debía de haber aprendido mucho en aquellos tres días de maternidad, porque Bertie se echó a reír-. Así que te parece gracioso, pillín -le hizo cosquillas en la tripita, y el niño soltó una carcajada. Entonces, se dio cuenta de por qué estaba tan contento: le había salido un diente.

– ¡Bertie, cariño, te ha salido un diente! -se volvió al oír entrar a Patrick Dalton, que puso una caja sobre la mesa.

– Esta -le dijo molesto-, no cabe.

– ¿Ah, no? Bueno, entonces tal vez la podrías dejar en la habitación pequeña con el resto de los trastos que hay allí. ¡Mira! -le dijo, porque necesitaba compartirlo con alguien-. ¡Le ha salido su primer diente!

Patrick pareció no impresionarse, y no se movió de donde estaba.

– ¿No deberías compartir este tipo de cosas con su padre?

– ¿Su padre? -preguntó Jessie, furiosa por el modo en que Patrick le estaba hablando.

– Sí, porque imagino que tendrá uno.

– Por supuesto que tiene padre -le dijo. Por un momento se sintió tentada a decirle la verdad, sobre todo porque Kevin y Faye podían volver de un momento a otro, y ponerse a su merced-. Patrick…

– Si fuera mi hijo, me gustaría saberlo -le dijo, sin dejarlo continuar-. De hecho, no permitiría que estuviera lejos de mí -Jessie se dio cuenta de que hablaba de corazón, y pensó que tal vez tuviera un hijo, y su mujer le estuviera poniendo difíciles las cosas para verlo. Sin embargo, Patrick no le dio más explicaciones, y volvió a cargar la caja-. La llevaré arriba -dijo. -Gracias. ¿Quieres que te haga un sándwich? -le ofreció, dejando en el aire el «antes de que te vayas».

Capítulo 5

Patrick dudó un momento, pero después asintió y dijo: -Muchas gracias. Es muy amable de tu parte -le dijo con ironía.

– De nada. Me iba a hacer uno para mí -le dijo, para que no se pensara que estaba intentando que se sintiese como en casa -¿Lo quieres de algo en particular?

Patrick se arrepintió enseguida de haber utilizado aquel tono de voz tan sarcástico. No conocía su situación, y por lo tanto, no tenía derecho a juzgarla. Si estaba en su casa era por culpa de Carenza.

– Da igual. De cualquier cosa, excepto de pescado desmenuzado o carne de pollo picada.

Jessie se quedó un momento pensativa, sin estar segura de que hubiera hecho una broma. Lo miró, y le pareció verle esbozar una sonrisa, pero antes de que pudiera reaccionar, Patrick ya había desaparecido escaleras arriba.

Mientras cambiaba a Bertie se dijo que, tal vez, fuese mejor así, y se esforzó en alejar de su mente aquellos inquietantes ojos grises. Tenía muchas cosas que hacer cómo para pensar en tonterías, entre otras una lista de clientes potenciales a los que llamar por teléfono, si no quería perderlos. Encima, se había comprometido a hacer un sándwich a su casero. Tendría que aprender a tener la boca cerrada.

Hizo unos cuantos sándwiches de queso; apartó dos para ella, y con Bertie apoyado en la cadera, se dirigió a la planta de arriba.

– ¿Señor Dalton?

Le había pedido que lo llamara Patrick, pero tenía la impresión de que las cosas serían más sencillas si no volvían a tutearse. El modo en que se había sentido cuando la abrazó para tranquilizarla tras el incidente con el perro, le había mostrado claramente lo complicadas que podían llegar a ser. ¿Cuándo habría descubierto él que besar era mejor tratamiento para la histeria que una bofetada? Aunque no se quejaba, porque sus besos…

Desde luego, no le quedaba la menor duda de que las cosas podían llegar a complicarse mucho.

Había dejado la caja en el estudio, en vez de en la habitación pequeña, pero no se le veía por ninguna parte. Posó el plato y se fue en su busca.

– ¿Señor Dalton? Sus sándwiches están en… -Jessie se detuvo en seco a la puerta del dormitorio, porque Patrick Dalton, abogado de prestigio, estaba tumbado en su cama, y parecía haberse quedado profundamente dormido-, la cocina -terminó de decir con un suspiro.