Acostó a Bertie en la cuna, puso en funcionamiento el aparato musical que hacía sonar una nana de Brahms, y se quedó a su lado acariciándole la mejilla, tratando de olvidarse del hombre que estaba tumbado en la cama detrás de ella.
Tapó al bebé, mientras pensaba que, tal vez, ahora que ya le había salido el diente se tranquilizaría, y se volvió hacia Patrick. A pesar de que estaba decidida a hacerlo salir de su vida, no podía enfadarse con él, porque debía de estar al borde de la extenuación, y ella sabía muy bien lo que era eso. Lo miró con cierta envidia, luchando contra las ganas que sentía de tumbarse a su lado.
¿Pero era la cama o el hombre lo que le tentaba tanto? Después saber por experiencia lo poco que significaba un beso para los hombres, y de haber sufrido tanto por el último no comprendía cómo se lo planteaba siquiera.
Reprimió un bostezo, y se marchó hacia la puerta de puntillas, alejándose de la cama o del hombre que tanto la atraían.
Pero en cuanto salió del campo de visión de Bertie, el niño se echó a llorar.
– Shh -susurró Jessie-. Deja dormir al pobre hombre.
Pero lejos de hacerle caso, el bebé empezó a llorar con más ganas. Jessie lamentó que Patrick no le hubiera advertido de que pensaba echarse la siesta, porque de haberlo sabido, habría cambiado la cuna de habitación. Pero, seguramente, ni siquiera él pensaba que se iba a quedar dormido, porque, de lo contrario, no habría aceptado el sándwich, y se hubiera desvestido y metido en la cama.
Vio una caja de calmantes encima de la mesita, y asumió que se los habían dado en el hospital. Tal vez se había tomado un par de ellos, y por eso se había quedado dormido. Teniendo en cuenta el desfase horario que había sufrido por el vuelo, y el modo en que había pasado las últimas veinticuatro horas, posiblemente no se despertara hasta el día siguiente.
Jessie bostezó, y se sentó con cuidado en el borde de la cama. El niño dejó de llorar de inmediato. También ella había pasado dos días terribles, y el sonido de la nana era tan agradable. Reprimió otro bostezo, y se puso de pie. Tenía demasiado trabajo cómo para echarse a dormir. Cuando se dirigía a la puerta, Bertie se echó a llorar otra vez, y Jessie se detuvo sin saber qué hacer.
– Jessie, si te sientas en algún sitio desde donde te pueda ver, se quedará dormido.
Jessie se volvió. Patrick seguía con los ojos cerrados, y no se había movido de sitio.
– Pensé que estaba dormido.
– Yo también, pero entre la nana, el llanto del niño y tú, que no has parado de moverte un momento, me ha resultado bastante difícil seguir dormido.
– Lo siento. Me llevaré la cuna…
Patrick entreabrió los ojos. Los párpados le pesaban como hierro. Se dio cuenta de que Jessie parecía exhausta, lo que no lo sorprendía teniendo en cuenta la noche que había pasado.
– No vas a llevarte la cuna, sino a echarte sobre la cama diez minutos, que va a ser el tiempo que Bertie y yo tardaremos en quedarnos dormidos -le dijo, pensando que con un poco de suerte ella también se quedaría dormida-. Después puedes levantarte y hacer eso que parece ser tan importante.
– Usted no comprende…
Patrick pensó enseguida que lo que ocurría era que no tenía a nadie que le pasara una pensión por el niño, y debía arreglárselas ella sola.
– Diez minutos más o menos de trabajo no tienen mucha importancia, y Bertie se quedará dormido.
– Posiblemente tenga razón.
– Siempre tengo razón -le dijo, mientras Jessie se echaba con cuidado sobre la cama, sin que Bertie le quitara ojo, listo para romper a llorar en el momento en que desapareciera de su campo de visión-. Quítate los zapatos y túmbate. Este niño es listo como un rayo, no lo vas a engañar.
– Señor Dalton…
– Patrick. Si vamos a compartir la cama, lo más normal será que nos tuteemos, ¿no te parece, Jessie?
– No vamos a compartir ninguna cama -dio una palmada sobre el espacio de cama que había dejado entre ellos-. Patrick, no pienso que esto sea…
– No pienses. O por lo menos no pienses en voz alta. Limítate a tumbarte y estar callada, por favor.
Patrick cerró los ojos y Jessie, sintiéndose culpable por haberlo despertado, y bastante estúpida por no querer echarse al lado de un hombre cuyo único deseo era dormir, se quitó los zapatos, y se acostó al lado de él, sin que se rozaran, pero consciente de la presencia de su cuerpo musculoso, y de la fragancia de su piel, mezclada con el olor a limpio de las sábanas.
La nana seguía sonando, y podía ver a Bertie cerrando poco a poco los ojos. No harían falta diez minutos, en cinco podría levantarse y dejarlos a los dos dormidos. Cerró los ojos, y se dejó invadir por el aroma a lavanda de las sábanas.
Patrick, a su lado, sonrió en cuanto oyó su respiración acompasada, señal de que se había quedado dormida.
Abrió los ojos, y se preguntó dónde estaba. Se encontraba muy cómodo y caliente, apoyado sobre los pechos de una mujer…
Los pechos de una mujer.
Incluso atontado por los tranquilizantes, presentía que no era un sueño, que algo no iba bien, pero aquellos pechos sobre los que descansaba su cabeza eran como los de sus sueños, aunque mucho más cálidos. Sabía que debía moverse, comprobar si aquello era una fantasía, pero la verdad era que no le apetecía nada. Apartó el pelo que le hacía cosquillas en la cara, y lo sintió como seda entre los dedos. Era de verdad. Luchó por hacer funcionar su cerebro a pleno rendimiento, porque se daba cuenta de que ningún sueño podía ser tan real. Esta vez, cuando abrió los ojos, ya no los volvió a cerrar.
Jessie.
No era un sueño, y los pantalones de chándal y la camiseta amplia no lo engañaban. Sabía muy bien lo que ocultaban. Sonreía. La verdad era que le resultaba muy difícil poner cara de enfado, incluso cuando estaba furiosa. Tenía los labios entreabiertos, como si quisiera que la besaran, y por un momento la tentación fue demasiado fuerte. Le había gustado desde el momento en que, después de caerse encima de él, sus ojos se habían encontrado.
Jessie se movió, y se apretó más a él. Entonces ella también debió de intuir que algo no iba como tenía que ir, y abrió los ojos de repente.
Por un momento no ocurrió nada. Era como si, en la penumbra, estuviera tratando de separar lo que estaba viendo de lo que había esperado encontrarse.
– ¿Graeme? -preguntó con el ceño un poco fruncido.
Patrick sintió de repente una punzada de celos.
– ¿Quién es Graeme? -preguntó, sin poder evitarlo.
– ¿Qué?
– ¿Es el padre de Bertie?
De repente Jessie se dio cuenta de dónde y con quién estaba.
– ¡Oh, no me lo puedo creer! ¡Pero si me he quedado dormida!
– Necesitabas dormir.
Jessie pensó que parecía haberse convertido en un hábito caer en los brazos de aquel hombre. Primero en el suelo de la cocina, después por culpa del perro… ¿Qué demonios podía decir? ¿Qué estaría pensando de ella?
– De verdad tenemos que dejar de encontrarnos de esta manera -tenía que moverse. Necesitaba moverse. Dio la orden a su cerebro, pero tal vez estaba todavía adormecido, porque no pasó nada-. Debería levantarme -dijo, como para hacerle ver que lo creía de verdad.
– No te preocupes, Bertie está todavía dormido.
– ¡No te preocupes! ¡No te preocupes! -repitió, hasta que, de repente, se dio cuenta de que tenía razón. No había nada de qué preocuparse, porque ambos estaban completamente vestidos, así que no había sucedido nada.
Al tenerlo tan cerca, pudo apreciar mejor su atractivo. Se dio cuenta de que ya tenía algunos cabellos plateados en las sienes, observó su nariz aquilina, el corte de cara perfecto. Era un rostro de los que mejoraban con los años. No le cabía la menor duda de que debía de hacer estragos entre las mujeres en los juzgados. Tal vez por eso su esposa lo había abandonado. Lástima que no se hubiera llevado con ella al perro.