– ¿Quién es Graeme? -repitió Patrick.
– ¿Cómo? -Jessie no quería hablar de él-. Nadie. Un hombre con el que viví cierto tiempo… Tengo que levantarme -dijo. Patrick tenía una mano puesta sobre su muslo, y la apretó ligeramente-. De verdad -insistió, tratando que su voz sonara firme, pero sonriendo.
– Deberías aprovechar cualquier oportunidad para dormir, Jessie. Cuando se tiene un bebé, el trabajo debe ocupar un segundo plano.
– Es muy fácil para ti decirlo, pero tengo que ganarme la vida.
– Ya entiendo -Patrick pensó que el tal Graeme debía de ser uno de esos padres que no colaboraban en la manutención de su hijo o de ella, lo que le hizo muy feliz, aunque fuera duro para Jessie, porque eso significaba que, probablemente, no tenía ataduras emocionales con él.
– Lo dudo mucho, aunque tenías razón al decir que necesitaba dormir un poco, pero ahora…
Tenía la cara oculta en su cuello y podía sentir los latidos de su pulso contra la mejilla, el cosquilleo de su barba reciente en la frente, el peso sinuoso de su mano contra las caderas, apretándola contra él. La tentación de olvidarse del trabajo y quedarse allí era demasiado fuerte. Tenía una pequeña cicatriz en la barbilla. Una cicatriz de la niñez, probablemente, como la que se había hecho su hermano Kevin jugando al rugby en el colegio. ¿Jugaría Patrick también?
Se dio cuenta de que había vuelto a cerrar los ojos, y se preguntó si sería mejor permanecer tumbada para no molestarlo, esperar hasta que se despertara Bertie, y así aprovechar unos minutos más de sueño…
Pero le resultaba muy difícil volverse a quedar dormida junto a aquel hombre, que había despertado sus hormonas, sus más íntimos deseos acallados desde hacía tiempo.
El dulce Bertie se encargó de rescatarla con sus sollozos.
– Era demasiado bueno para que durara -Patrick movió el brazo para dejarla marchar, y después observó cómo se levantaba, se estiraba la camiseta y tomaba en brazos al bebé. Al bebé de Graeme. Se preguntó cómo podría ser capaz aquel hombre de desentenderse de él-. ¿Sabes que tienes comida de bebé en el pelo? -le dijo.
– Vaya, muchas gracias -respondió Jessie-. Necesitaba saberlo.
– De nada -le dijo, al tiempo que se levantaba de la cama. Tal vez un poco de aire fresco le aclarara las ideas. Lo que estaba claro era que si se quedaba allí un poco más, lo único que le iba a funcionar a la perfección no tenía nada que ver con su cerebro-. Voy a sacar a Grady a dar un paseo -le dijo desde la puerta-. ¿Vas a cocinar, o traigo algo de fuera?
– ¿Cocinar? -preguntó Jessie con el ceño fruncido.
Patrick se dio cuenta enseguida de que lo había malinterpretado, que había pensado que quería que cocinara para él, pero decidió seguirle la corriente, pensando que tal vez hubiera más de una forma de echar a un inquilino.
– ¿No es esa la razón por la que la mayoría de los hombres prefieren compartir casa con mujeres? Están domesticadas.
– Entonces, tendrás que encontrar una mujer que sepa cocinar, y esperar que te invite -la oyó gritar Patrick mientras bajaba las escaleras. El llanto de Bertie se unió a sus gritos.
– Bueno, chico -dijo a Grady, mientras el perro lo seguía moviendo la cola de alegría a través del jardín, en dirección al garaje-, ha sido muy fácil hacerla enfadar.
Lo que no entendía era por qué no estaba contento.
Jessie se lavó la cara con agua fría, y contempló su imagen en el espejo, pensando que Patrick era tan aprovechado como Graeme. Como no podía echarla, pretendía sacar el mayor provecho de ella.
El espejo le reveló que, además de comida de bebé en el pelo, tenía manchas en la camiseta, y ni un solo resto de pintalabios que mejorara un poco su aspecto. En realidad su boca no lo necesitaba porque tenía unos labios muy sensuales, que parecían estar suplicando ser besados… Todavía podía sentir la respiración de Patrick contra la mejilla. Se tocó los labios, como esperando encontrar en ellos algún rastro dejado por su boca.
De repente se sintió idiota, y dejó caer la mano.
– ¿Quién te crees que eres? -preguntó a su imagen en el espejo-. ¿La Bella Durmiente? Incluso si lo fueras no te habría vuelto a besar. Es abogado, y no puede ser tan estúpido dos veces.
Una parte de ella deseó que sí lo fuera. Necesitaba tiempo a solas antes de volverlo a ver. Por eso, en vez de bajar a la cocina, se fue al estudio, y conectó el teléfono móvil. Casi se sintió aliviada al ver la cantidad de mensajes que tenía que responder. Dejó a Bertie en el suelo, y mientras le mordisqueaba feliz el bajo de los pantalones, se puso a devolver las llamadas, y se hizo promesas que esperó cumplir. Después, llamó a Kevin y Faye.
– Espero que por lo menos vosotros os lo estéis pasando bien -les dejó en el contestador-. Por cierto, a Bertie le ha salido un diente.
– ¡Un diente! ¡Le ha salido su primer diente, y yo no estaba con él! -se lamentó Faye en el hombro de Kevin.
– Tranquila, cariño, que ya le saldrán otros.
– ¡Pero no serán el primero!
– Recuerda que fue idea tuya.
– Lo recuerdo, y supongo que merecerá la pena, si así conseguimos sacar a Jessie de aquella horrible comunidad. Lo malo es que parecía estar muy harta, ¿verdad?
– Bueno, eso es buena señal.
– ¿Tú crees?
– ¿Tú estarías contenta, si te acabaran de echar de tu casa?
Una vez hechas las llamadas, Jessie se puso a pensar en la cena.
– ¿Así que quiere una mujercita que le tenga hecha la cena cuando regrese de correr? -murmuró-. Pues lo tiene claro, porque nunca se me ha dado bien la cocina, y aunque así fuera, no le iba a hacer a él ninguna demostración de mis dotes culinarias. Cuanto más incómodo esté, menos tardará en marcharse.
Se puso a hacer la cama, mientras se decía que, para empezar, ya no se volverían a echar la siesta juntos. Después, se limpió la comida de bebé del pelo, y apagó el calentador. Si estaba esperando darse una ducha caliente al llegar, estaba listo. Al fin y al cabo, según el contrato de arrendamiento, era ella la que pagaba el gas. Se cambió de camiseta, y puso una lavadora. Ya no recordaba la cantidad de lavadoras que había puesto desde que tenía a Bertie. Después se puso a inspeccionar los armarios de la cocina, donde encontró un paquete de cereales, una lata de judías y otra de lentejas. En el congelador solo había una chuleta, así que si Patrick se quedaba a cenar, tendría que escoger entre entretener a Bertie, o ir al supermercado más cercano. Ya tratarían el humillante tema de quién cocinaba cuando tuvieran algo que guisar.
Patrick se dio cuenta de que había sido un iluso al pensar que ya estaba bien para correr. Además, ¿durante cuánto tiempo podía huir un hombre de los recuerdos que lo perseguían? Tiró un palo a Grady para que corriera tras él, y se puso a pasear por el parque, intentando comprender el torbellino de emociones dispares que lo embargaban desde que había conocido a la inquietante Jessica Hayes.
Al llegar a su casa en mitad de la noche, cansado del viaje, y con el solo pensamiento en su mente de que su sobrina se marchara lo antes posible, aquella ladrona amazona lo había pillado con la guardia bajada, y por eso había tenido aquella reacción.
Tal vez.
La mayoría de los hombres reaccionarían del mismo modo ante una mujer hermosa, sobre todo después de haberla visto desnuda en la bañera, y no tenía por qué significar nada. El problema era que el deseo permanecía. La sonrisa de Jessica era como el sol que calentaba su cuerpo, y cuando fruncía el ceño le daban ganas de estrecharla entre sus brazos, y borrar el gesto con un beso. Y cuando se enfadaba… Bueno tal vez fuera mejor que no pensara demasiado en el efecto que le producía.
El bebé complicaba las cosas. Los dos juntos resultaban demasiado tentadores. Bella y la hija de ambos, Mary Louise, habían muerto, así que Jessica y Bertie encajaban en el hueco que habían dejado en su vida, como un tapón en una botella.