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Cuando regresó no se oía nada, excepto la lavadora. Dio de beber a Grady, y tras sacarlo al jardín, subió a la planta de arriba. Jessica estaba sentada en el sofá del salón, tomando notas, y no pareció darse cuenta de su presencia. Bueno, ¿qué había esperado?, ¿que se le tirara al cuello, y le diera la bienvenida con un beso?

– ¿Eres consciente de que tu bebé está babeando sobre una alfombra muy cara, y de que tu gato está dejando perdida de pelos la tapicería?

Jessie lo miró por encima de las gafas.

– Mao no es mi gato. No me gustan los gatos, y nunca viviría con uno. Pero si me dieran a elegir entre un hombre y un gato, sin duda me quedaría con el gato.

– Más o menos lo mismo me pasa a mí, entonces-le dijo, esperando sonar convincente. Cuando se marcharan tendría la casa para él solo. Se libraría de aquel olor a bebé que lo estaba destrozando, y del aroma perturbador de la piel de Jessica Hayes, antes de que invadiera su alma por completo. Volvería a la normalidad-. No te olvides de limpiar la alfombra antes de irte.

Jessica lo miró.

– Si es tan cara, la debería limpiar un profesional. De hecho, cuando limpié un poco de chocolate…

– ¡Chocolate!

– …me di cuenta de que había otras manchas. Hay una ahí… al lado de tu pie derecho. Parece vino tinto.

– Te creeré, si tú lo dices, y seguiré tu consejo, pero dime dónde tengo que enviar la cuenta luego.

– No vas a ser uno de «esos» caseros, ¿verdad, Patrick?

Patrick pensó que su nombre sonaba perfecto en sus labios…

– No voy a ser ningún tipo de casero -se apresuró a decir. Después, sin poderse contener, preguntó-: ¿Qué tipo de casero?

– El tipo de casero que pone todas las pegas posibles para no devolver la fianza cuando finaliza el contrato.

– A mí no me has dado ninguna fianza.

– El tipo de casero que te lleva a juicio, sin pensárselo dos veces.

– Muy graciosa -le respondió. Como se había reafirmado en su idea de que Jessie debía marcharse, o al menos eso pensaba, cambió de tema-. Te veo muy ocupada. ¿Estás haciendo una lista de las agencias inmobiliarias que vas a visitar?

– No -le respondió-. Estoy haciendo una lista para la compra. Los armarios de la cocina están vacíos.

– ¿Ah, sí? Pues que te lo pases bien apuntando todas las verduras que vas a comprar. Yo me voy a dar una ducha.

Jessie se quitó las gafas. Estaba sudoroso y muy pálido.

– ¿Te encuentras bien? -le preguntó, preocupada-. No creo que debieras haber salido a correr tan pronto, después del golpe.

– Te agradezco tu preocupación, pero el que más corrió fue Grady.

– Me alegro de oírlo -después, sintiéndose culpable por haberlo dejado sin agua caliente, añadió-: Me temo que el agua no esté muy caliente. He puesto varias lavadoras. Cuando se tiene un niño, no se para de lavar.

Patrick se encogió de hombros.

– Bueno, pero el calentador está puesto, ¿verdad?

– Me temo que no. Mientras sea yo la que pague las facturas, solo se pondrá una hora por la mañana y otra por la tarde.

Patrick respiró profundamente.

– No te preocupes por la factura. Yo la pagaré, así que no lo vuelvas a apagar.

Jessie se llamó tacaña mil veces en silencio.

– ¿Me lo puedes dar por escrito?

– De acuerdo.

– Gracias -le iba a resultar difícil deshacerse de él, pero no podía arriesgarse a tenerlo a su alrededor recordándole constantemente a lo que había renunciado-. Dejaré la lista en la cocina -le dijo, para fastidiarlo más.

– ¿Qué lista?

– Si quieres comer, tendrás que ir al supermercado. Yo tengo que dar de comer a Bertie, bañarlo y acostarlo.

– ¿Es que tú no vas a comer?

– Bueno, cuando dije que los armarios estaban vacíos quería decir para ti. Yo tengo una lata de judías y una chuleta de ternera.

– ¿Solo una?

Jessie se quedó mirándolo, y preguntándose si habría estado alguna vez en un supermercado. Debía de tener a alguien que se ocupaba de él, o por lo menos de la casa. Aunque dudaba que cocinara mucho, porque los hombres guapos estaban constantemente recibiendo invitaciones para cenar. Estaba segura de que, si quisiera, no tardaría en encontrar a alguien. Pero, ¿y si se equivocara y fuera al supermercado? Ya se ocuparía de resolverlo, en el improbable caso de que sucediera.

– Solo una, pero estás invitado a compartirla, por supuesto.

– Gracias, Jessica. Es muy amable de tu parte.

Detestaba que la llamaran Jessica, y estaba segura de que él se había dado ya cuenta, pero permaneció imperturbable, como él. Hubiera deseado que se marchara, mandándola antes al infierno. Verlo perder los nervios. Saber que lo estaba sacando de quicio, pero no lo había conseguido, y ahora se veía ante la perspectiva de tener que cocinar aquella chuleta de ternera tan poco apetitosa, y además compartirla con él. Debía haber mencionado solo las judías enlatadas.

Capítulo 6

Mientras se duchaba con agua helada, Patrick pensó que Jessie iba a pagar caro hacerle pasar por aquello. El hecho de que estuviera el agua tan fría, solo podía deberse a que hubiera dejado los grifos abiertos hasta que se gastara todo el agua caliente.

Si quería pelea la tendría. Sin duda pensaba que le estaba ganando fácilmente, pero se equivocaba. Compartiría con ella la chuleta de ternera, por muy pequeña que fuera. No le importaba sufrir, si sabía que ella también sufría.

Al pasar al lado del estudio, vio que Jessie estaba trabajando. Intrigado por la ocupación de su inquilina, fue a investigar. Pero no estaba trabajando. Comía un sándwich, mientras navegaba por la red.

– ¿Están buenos? -le preguntó cuando Jessie estaba a punto de dar un bocado a su sándwich.

– Un poco secos. Los tuyos están en la cocina.

– Gracias. ¿Qué estás buscando?

– Un sitio donde vivir -con un clic de ratón se salió de Internet-. He dejado mi nombre en algunas agencias inmobiliarias.

– ¿Te has decidido a alquilar otra casa? -le dijo, sin poder disimular el alivio en su voz.

– No, ya estoy harta de caseros difíciles -le sonrió, mientras tomaba en brazos a Bertie, y se dirigía a las escaleras. Patrick hizo caso omiso de la evidente provocación, pero sin embargo no pudo evitar darse cuenta de que había utilizado el plural. ¿Qué problemas habría tenido en su anterior alojamiento? El contrato de arrendamiento que había firmado estaba todavía sobre la mesa del vestíbulo. Patrick vio cómo lo recogía, mientras la seguía hasta la cocina-. He decidido que ya es hora de que me compre una casa. Pero, al parecer, el dinero que tengo solo me da para comprar un cuarto trastero…

– ¿Comprar? ¡Pero eso te llevará meses!

– ¿Tú crees? ¿Más de tres? -le preguntó, mirando el contrato que tenía en la mano.

– Seguramente. A no ser que tengas la suerte de encontrar algo de inmediato -le dijo, consciente de la indirecta que le estaba lanzando.-¿Tu contrato admite renovación?

Jessie sonrió.

– No. Carenza fue muy firme, y ahora comprendo por qué. ¿Puedes esperar un poco para cenar? Tengo que dar de comer a Bertie.

– Creo que los sándwiches me ayudarán a aguantar.

– Bien -dijo Jessie, mientras lamentaba en silencio no habérselos dado a los pájaros. Debía de haber estado loca cuando se ofreció a hacérselos. Era demasiado impulsiva. Sin embargo, pronto se dio cuenta de que no se tenía que haber preocupado, porque el plato que contenía los sándwiches estaba roto en el suelo, y no había ni rastro del pan o el queso, solo se veía a Grady, tumbado en el escalón, con la expresión de quien sabe que ha sido muy malo. Jessie sintió ganas de abrazarlo-. Vaya -dijo Jessie, mientras Patrick se apresuraba a cerrar la puerta de la cocina, para que el perro se quedara en el vestíbulo-. Me temo que eran los últimos trozos de queso que quedaban. Y anoche rompiste los huevos…