– ¿Crees que es así?
– Espero que sí. Será mejor que acueste a Bertie -se apresuró a decirle, mientras, nerviosa, peleaba con las correas que sujetaban al niño a la silla-. Iba a… bueno estaba a punto de… cuando… -no terminó la frase-. ¿Estarás bien?
– Sí, Jessie. Estaré bien -se levantó, terminó de desatar a Bertie, y lo tomó en brazos-. Es un niño precioso.
– Sí que lo es. Espero que no me dé tantos problemas como te está dando a ti Carenza.
– Ojalá. De todos modos me consuelo pensando que siempre me queda el recurso de llamar a su padre -le puso en brazos al niño, y se apresuró a marcharse.
– Patrick, en cuanto a la cena…
– No te preocupes por eso -le dijo.
– No… -empezó a decir ella.
– Ni por cambiarte de casa. Tres meses pasan rápidos. Saldremos adelante.
Nada más decirlo, Patrick se preguntó cómo podía haber cambiado tanto de idea, si hacía unas horas quería desembarazarse de ella lo antes posible.
El corazón le latía muy deprisa, mientras levantaba la caja del suelo. Estaba seguro de que la compañía de seguros querría ver las pruebas. No sabía cómo reaccionaría. Se apoyó contra la puerta. Temblaba demasiado cómo para seguir adelante. Se había aferrado demasiado a sus amargos recuerdos. Los había usado como excusa para seguir viviendo, temiendo que si los dejaba marchar, no le quedaría nada…
– Patrick…
– ¿Qué? -miró a Jessie y al bebé que tenía en sus brazos, y detestó detectar cierta compasión en su voz. Jessie pareció darse cuenta, como si su rabia fuera algo físico, porque dio un paso atrás.
– Yo… Parecía como si te fueses a desmayar…
– Estoy bien. Lo siento, no pretendía hablarte con tanta brusquedad -en realidad no era con ella con quien estaba enfadado-. Acuesta a Bertie, y después hablaremos de cómo podemos repartirnos la casa entre los dos.
Jessie dudó un momento, y después dijo:
– Ya sé que pretendes ser amable, Patrick, pero los dos sabemos que no funcionará.
Capítulo 7
– ¿Que no funcionará? -Patrick casi no podía dar crédito a sus oídos-. ¿Qué quieres decir con que no funcionará?
– Podría compartir una casa contigo, Patrick. Pero nunca con tu perro.
– ¿Podrías, podrías compartir conmigo? ¡Serás ingrata! -empezó a decir, pero enseguida se detuvo. No tenía ningún derecho a ponerse así con ella. No tenía por qué estarle agradecida, porque ni siquiera sabía que su contrato no era legal. El problema además no era él, sino Grady. Dejó la caja en el suelo, y se acercó al teléfono de la cocina. No había línea, y soltó un juramento. ¿Tienes a mano el móvil? -Jessie tomó el bolso que estaba sobre la mesa de la cocina, sacó el teléfono, y se lo pasó sin decir palabra, observándolo después mientras marcaba el teléfono de su tía-. ¿Molly?
– Patrick, ¿qué tal vas con tu guapa inquilina?
– ¿Quieres la versión corta o puedes esperar al libro?
Molly se echó a reír.
– Suena muy interesante. Ojalá tuviera tiempo para la versión sin censurar, pero en este momento estoy hasta arriba de trabajo.
– Bueno, no te entretendré. Te llamaba para ver si puedo volverte a llevar a Grady…
– ¡Oh, Patrick! Lo siento mucho -escuchó las razones que tenía para no poder hacerle el favor. Le dio la enhorabuena, y devolvió el teléfono a Jessie.
– ¿No puede?
– No.
– He oído que es tan difícil encontrar a una persona de confianza que te cuide el perro, como niñera para tus hijos.
– No es cuestión de confianza en este caso, sino de tiempo. Molly acaba de llegar de Downing Street donde el Primer Ministro le acaba de encomendar hacerse cargo de la Comisión Real para la lucha contra el crimen juvenil.
– Ya, o sea que es juez de la Corte Suprema -Patrick asintió-. Entonces, tal vez esté demasiado cualificada para hacerse cargo del cuidado de un perro.
– Además es mi tía.
– Bueno, bien pensado, si tu perro es un delincuente, dejarlo con ella parece lo más apropiado.
– Muy graciosa.
– Me alegro de parecértelo -le dijo, deseando volver a verlo sonreír-. ¿Qué habría hecho si no hubieras regresado aún del Lejano Oriente?
– Se las habría arreglado, y supongo que también lo haría ahora, a poco que le insistiera, pero no me parece justo pedírselo -se pasó los dedos por el pelo-. No te preocupes, ya encontraremos una solución-. A propósito, aquí tienes tu compra -le dijo, señalando las bolsas.
– Gracias -Jessie levantó un poco las cejas, al verlo todo desparramado por el suelo-. ¿Cuánto te debo?
– No te cobraría nada, si te mudaras -le dijo, tratando por última vez de comportarse con sentido común.
– Bueno, lo has intentado, pero te advierto que te va a costar más que medio kilo de cebollas y un paquete de garbanzos… -inspeccionó una de las bolsas-. ¿Qué es esto? -le dijo, al tiempo que le mostraba el juguete que había comprado para Bertie en un momento de debilidad.
– No hace falta romperse mucho la cabeza. Es un juguete para Bertie.
Jessie se quedó mirándolo.
– ¡Desde luego me sacas de quicio, Patrick Dalton! Me gustaría saber a qué estás jugando.
Patrick pensó que ya eran dos. No entendía por qué se había puesto así, porque le hubiera comprado un juguete al niño.
– Es un bebé, y le he comprado un juguete. Él es quien va a jugar.
– ¿Por qué?
– ¿Sabes que haces demasiadas preguntas? Lo compré porque una señora en el supermercado pensó que yo era un padre recién estrenado, que estaba haciendo la compra para su esposa y su hijo… -se detuvo y respiró profundamente.
– Patrick…
– Probablemente estaba solo tratando de impresionarla -le dijo, cortando en seco aquel tierno Patrick…-. No hace falta que me des las gracias.
– Eres imposible. De verdad lo he intentado…
– Yo también, pero acabarías con la paciencia de un santo.
– ¿Cómo demonios puedes saberlo? -le preguntó, pero sin esperar respuesta, tomó la bolsa con los productos para bebé, y se apresuró a abandonar la cocina.
Jessie echó a Mao de la cuna, cambió las sábanas, y acostó a Bertie, que se puso a lloriquear.
La cama estaba llena de huellas de patas de perro, que la habían dejado muy sucia. Mientras la volvía a hacer con ropa limpia, el llanto del niño se intensificó. Le resultaba difícil no prestarle atención, pero sabía que estaba cansado y, seguramente, pronto se quedaría dormido. Aunque no se marcharía de su lado hasta que eso sucediera, por más que estuviera deseando bajar junto a Patrick. Sabía que había puesto en marcha el calentador, así que decidió darse una ducha rápida, que la librara de una pringosa mezcla de polvo del cuarto de las escobas y comida de bebé. Cuando terminó, se dio cuenta de que Bertie había dejado de llorar. Sonrió, mientras se tapaba el cuerpo con una toalla. Estaba empezando a saber cómo actuar con un bebé. Si aprendiera también cómo actuar con Patrick Dalton, su vida retomaría su curso normal.
Abrió la puerta con cuidado para no despertar a Bertie, pero enseguida se dio cuenta de que no hacía falta adoptar tantas precauciones, porque Patrick lo había tomado en brazos, y lo estaba paseando de un lado a otro de la habitación, mientras que el bebé mordisqueaba su nuevo juguete de goma.
– ¿Qué demonios te crees que estás haciendo? -le preguntó, airada.