– ¿Decirme qué?
– Encargué la cena en Giovanni, y ya ha llegado. Al menos algo ha llegado…
– Eso lo explica todo.
– ¿Explica el qué?
– Había encargado comida india vegetariana para las ocho. Cuando Grady abrió la puerta, estaba tratando de averiguar por qué me habían traído comida italiana a las siete y media.
– Oh, iba a hablarte de eso, mientras nos tomábamos una copa de vino -Jessie miró a su alrededor, evitando mirarlo a él-. ¿Te queda algún plato sano? -preguntó, para retrasar las explicaciones, pero no funcionó.
– ¿Hablarme de qué? -Jessie abrió un armario, y fingió estar buscando algo-. Ya he metido los platos en el horno para que se calienten, junto con la comida italiana-. ¿Qué es lo que me tenías que contar, mientras nos tomábamos una copa de vino? -insistió él.
Jessie se volvió, pero no se atrevió a mirarlo.
– Es sobre lo de ser vegetariana.
– Te escucho.
Estuvo tentada a contarle su vida, incluido el episodio de Graeme, pero se encontraba cansada, y tenía hambre. Además, a lo mejor a él no le interesaba en absoluto-. Es una larga historia -le dijo, atreviéndose por fin a mirarlo-. ¿Puedo decir simplemente que lo siento?
– Por el momento bastará. ¿Por qué no metes la comida vegetariana en la nevera para mañana, mientras yo abro la botella de vino? -Jessie estuvo a punto de decir que aquella división de tareas le parecía un poco sexista, pero no tenía fuerzas para discutir, así que sirvió la comida, y después se dejó caer en una silla, agotada-. ¿Cuál fue la última noche que dormiste lo suficiente? -le preguntó él, tras poner una copa en su mano. De repente, Jessie recordó lo que había sentido, cuando al despertar, lo encontró mirándola. La sensación tan abrumadora que había experimentado cuando la besó. Y cuánto deseaba en aquel momento que la volviera a besar.
– La del sábado -le dijo.
– En ese caso, quédate esta noche con la cama. Yo dormiré en el sofá.
– No… -empezó a decir guiada por su educación británica, que la llevaba a decirle que no podía permitir que hiciera aquello por ella.
– A no ser que no te importe volver a compartir la cama.
Jessie enrojeció al recordarlo. Se acostaría ella en la cama. Al fin y al cabo había pagado una fortuna para dormir en ella… Sola, que era lo que deseaba. No quería complicaciones. Y si él no estaba conforme, podía marcharse a un hotel. De repente, recordó que había dicho «esta noche».
– ¿Qué quieres decir con «esta noche»? Si se te ha ocurrido…
– Mañana arreglaré la habitación pequeña para ti.
– ¿Y por qué me tengo que quedar yo con esa habitación?
– Sería lo más sencillo, ¿no te parece? Yo tendría que cambiar allí todas mis cosas, mientras que tú ni siquiera has deshecho todavía las maletas. Por lo menos esa es la explicación que le encuentro a que llevaras puesto mi albornoz.
Jessie sabía que tenía razón, pero no iba a dar su brazo a torcer sin obtener algo a cambio.
– De acuerdo, pero si el estudio lo uso solo yo…
– He estado muchas veces a punto de preguntarte a qué te dedicabas -le dijo Patrick, mientras alcanzaba la botella de vino.
– Soy diseñadora de páginas web.
– ¿De verdad? -Jessie no comprendía por qué los hombres siempre se mostraban tan sorprendidos cuando les decía a qué se dedicaba. Debían de creer que los ordenadores eran de incumbencia exclusivamente masculina-. Pensaba que eso era algo que los adolescentes hacían en su tiempo libre.
– Y así es, pero no ganan dinero con ello -dijo Jessie.
– ¿Y tú sí?
– Soy organizada y de confianza. Siempre entrego los pedidos a tiempo.
– No, si no me arreglan el teléfono.
Jessie no entendía a qué se debía tanta amabilidad repentina, y no se fiaba. A lo mejor pretendía desembarazarse de ella, cortando su comunicación con el mundo exterior.
– No hace falta que te molestes por mí. Me las arreglaré con mi móvil. En cuanto lo recargue.
Patrick se encogió de hombros.
– Puedes utilizar el estudio. De todos modos, mañana tengo que acercarme a mi despacho.
– Exclusivo uso del estudio -repitió-, y una reducción del alquiler.
– No has pagado ningún alquiler -chocó su copa con la de Jessie-. A mí no.
– Ese es problema tuyo.
– Eso me temía yo -se limitó a decir, con una de esas sonrisas suyas tan peligrosas. Una sonrisa de las que conseguían que una mujer hiciera cosas que después lamentaba, cuando se paraba a pensar un poco en ellas -de acuerdo -le dijo, mientras Jessie trataba de recuperarse de aquella alteración que habían sufrido sus hormonas-, pero te toca a ti pulverizar las plantas. O lo que ha quedado de ellas.
– Te sugiero que las metas en el cubo de la basura, y así ahorraremos tiempo -dijo Jessie-. Se me dan fatal. Había pensado comprarte otras nuevas antes de marcharme, porque estaba segura de que conmigo no sobrevivirían.
– Eres un poco desastrosa, ¿verdad?
– La vida es demasiado corta, como para pasársela pulverizando las plantas.
– Me parece que Carenza y tú tenéis muchas cosas en común -Jessie sospechó que aquello no era un cumplido, pero también pensaba que la vida era demasiado corta como para pasársela discutiendo. Estaba a punto de compartir con él aquella repentina revelación cuando Patrick le dijo-: este pollo está buenísimo. Tenía entendido que Giovanni era un buen restaurante.
– Así es. Solía frecuentarlo mucho.
– ¿Con Graeme?
Jessie asintió.
– Disfrútalo, porque no volveré a encargar más comida allí en mucho tiempo. Tengo que ahorrar para tener mi propio cuarto de las escobas.
– Tal vez debieras presionar un poco al padre de Bertie, para que por lo menos te ayudara con la manutención del niño.
A Jessie no le gustaba estar engañando a Patrick, pero pensó que tal vez estuviera indagando, con el fin de encontrar una razón para echarla.
– Come, Patrick -le dijo, sin hacer caso de lo que le acababa de sugerir-. Hay zabaglioni de postre.
– Yo no tomo postre.
– ¿Ah, no? Pues entonces me tomaré el mío arriba, si no te importa. Necesito sacar un par de horas de trabajo antes de acostarme -le dijo, aunque en realidad lo que necesitaba era poner un poco de distancia entre ella y su atractivo casero. Se detuvo en la puerta-. ¿No te importa encargarte de fregar los platos? -no esperó su respuesta-. Ah, y si necesitas ropa de cama, ¿podrías recogerla lo antes posible?
Patrick pensó que, tal vez, debería echar una mano a Jessie para que el padre del niño le pasara una pensión, y así acelerar un poco la solución a su problema de compartir casa. Era increíble lo que podía hacer una carta de un abogado influyente. Lo malo era que no sabía nada del padre de Bertie, excepto su nombre, Graeme, y que ella no quería hablar de él. Tal vez todavía viviera en la anterior casa de Jessie, cuya dirección se encontraba en el contrato de alquiler. De no ser así, seguramente habría dejado dicho dónde quería que le enviaran el correo.
Puso unos cuantos cojines en el sofá. Era más grande de lo normal, pero no lo suficiente como para dormir cómodamente en él. Tendría que hacer algo al respecto. Despejar de cajas la habitación pequeña, comprar una cama…
Lo que parecía equivalente a invitarla a quedarse para siempre.
– Y, ¿por qué no? -murmuró.
La idea de tenerla en casa permanentemente le resultó tan tentadora que se asustó de sí mismo.
Bertie y Patrick estaban durmiendo. El sentido común le decía que debería seguir su ejemplo, y descansar un poco, pero todo estaba muy tranquilo, y pensó que podría trabajar unas horas. Al día siguiente se echaría unos sueñecitos coincidiendo con los de Bertie, como le había aconsejado Patrick.
Trabajó hasta que los ojos se le empezaron a cerrar. Después apagó el ordenador, y tras echar un vistazo a Bertie, se lavó los dientes y se metió en la cama, cayendo enseguida en brazos de Morfeo.