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– De acuerdo.

Patrick salió al jardín, pero cuando Jessie lo iba a seguir, vio a Grady debajo de la mesa. El perro abrió los ojos, la miró, suspiró y los volvió a cerrar.

– Yo me sentaré del lado de su cabeza y tú del de la cola -le dijo Patrick, al verla dudar.

– Gracias -se sentó con cuidado en la esquina del banco, y dio un sorbo a su vino-. Desde luego eres mejor casero que Carenza.

– ¿A pesar del perro?

– El perro… el gato -Jessie dio otro sorbo a su copa-. ¿Quieres que siga yo dándole de comer?

– No, casi he terminado -respondió, mientras daba otra cucharada a Bertie-. ¿Qué tiempo tiene?

– Eh… -de repente Jessie sintió la cola de Grady contra las piernas, y se asustó, dejando caer vino en el vestido. Patrick le pasó un pañuelo, y Jessie tuvo que obligarse a recordar que las colas no mordían-. Unos seis meses -tomó un sándwich-. ¡Vaya, están muy bien hechos! Eres todo un amo de tu casa.

– Bueno, llevo viviendo solo mucho tiempo.

– ¿No tienes familia? ¿Hermanos o hermanas? -le preguntó, para apartar su pensamiento de su esposa fallecida.

– Una hermana: Eleonora, la madre de Carenza, que está divorciada. Mi madre está ya jubilada, y vive en Francia. Mi padre murió.

– ¿Era abogado también?

– Todos lo somos. También mi padre cuando vivía. Y mi tía Molly -calló un momento, y Jessie se dio cuenta de que su esposa también debía de haberlo sido-. Seguramente Carenza lo será también, si se decide a estudiar en serio, y saca buenas notas en selectividad -continuó, al tiempo que daba la última cucharada a Bertie-. ¿Y tú? ¿Dónde están tus padres?

– Dando la vuelta al mundo. Mi padre vendió su negocio hace unos meses, y se fueron directamente al aeropuerto desde la fiesta que les dimos por su jubilación. Ahora deben de estar en China -hizo ademán de ponerse en pie-. Iré a buscar el biberón de Bertie.

– Déjalo. Iré yo, dentro de un momento -le dijo Patrick, apoyando la mano en su hombro, para mantenerla a su lado. Jessie sintió el calor de sus dedos a través del fino tejido de la blusa, y unas tremendas ganas de inclinar la cabeza, y rozar la mejilla contra ellos. El repentino deseo que sintió de él la asustó. Tal vez fuera ya hora de que volviera a dejarse llevar, pero necesitaba todavía un poco más de tiempo, para confiar en sus instintos.

– No -dijo con brusquedad, apartándose de su lado-. Ya has hecho bastante -dejó la copa en la mesa y se puso de pie. Necesitaba poner distancia entre ellos.

Grady empezó a ladrar y a mover la cola, hasta que Patrick lo mandó echarse de inmediato, al oír el grito de Jessie.

– Lo siento… No quería hacerlo… Me lo había prometido a mí misma… Debes de pensar que soy tan débil.

– No creo que seas débil, lo que creo es que te han hecho mucho daño. Te ha engañado el hombre en quien confiabas; te han echado de tu casa, por una estúpida cláusula en el contrato; estás muy cansada y además tratas por todos los medios de vencer el miedo que te causa Grady.

De repente, Jessie se olvidó del perro.

– ¿Cómo sabes que me tuve que ir?

– Esta mañana estuve en Taplow Towers, y por una pequeña propina el portero me lo contó.

– ¡Has estado haciendo averiguaciones sobre mí! -exclamó, sin poder dar crédito a lo que había oído.

– No pretendía disgustarte -trató de tocarle la mano, pero ella la apartó-. Lo único que pretendía era saber algo del padre de Bertie, para poder presionarlo, y conseguir que te ayudara a comprarte una casa. No te puedes ni imaginar lo que puede lograr la carta de un abogado.

Jessie comprendió, de repente, que lo que quería era que se fuera lo antes posible.

– Siento que hayas perdido la mañana -le dijo, enfadada.

– No la he perdido. Me he enterado de muchas cosas.

– Apuesto a que sí, pero no habría hecho falta que pagaras por esa información. Si me hubieras preguntado, te lo habría dicho yo misma. Además, lo habrías averiguado por ti mismo muy pronto -añadió, pensando que Kevin y Faye no tardarían en aparecer.

– No importa, Jessie. Tú vives aquí, y te puedes quedar el tiempo que desees.

– El contrato dice tres meses.

– En el nuevo existe la posibilidad de renovación, en el caso de que no hayas encontrado para entonces nada interesante que comprar. No es fácil -levantó una ceja, invitándola a sonreír-. ¿No me digas que no lees los contratos antes de firmarlos?

– No todo lo que pone -admitió Jessie, confusa. Si el portero se lo había contado todo, no entendía por qué no estaba enfadado con ella por haberle ocultado que no era la madre de Bertie-. ¿No estás enfadado?

– ¿Enfadado? ¿Por qué habría de estarlo? Es a ti a quién han echado de tu casa, y dejado sola con un bebé.

– Lo sé, pero te lo debería haber explicado todo, solo que tuve miedo de que si sabías la verdad, insistieras en que me marchara.

– Pero, ¿por quién me tomas? -le preguntó, ofendido-. Desde luego, ese hombre te ha dejado marcada.

Jessie enrojeció. No solo había averiguado que le había mentido por omisión respecto a Bertie, sino que además sabía todo lo de Graeme. Se puso las manos en sus acaloradas mejillas, y se preguntó qué más habría averiguado en su anterior dirección. Y ella que había sido tan considerada, como para no querer obtener información sobre él en Internet…

– Perdona -le dijo secamente, tomando a Bertie de sus brazos-. Si no te importa, me voy a llevar a Bertie.

– Vamos, Jessie, no seas así -Patrick se puso de pie, y la agarró por el brazo-. Por favor, quédate y termina de comer.

– Me atragantaría. Por cierto, preferiría que dejáramos de tutearnos -le dijo, mirando la mano que le sujetaba el brazo, hasta que la soltó.

– Te aseguro que solo estaba tratando de ayudarte -le dijo.

– ¿Ah, sí? ¿No estarías tratando de hacerme sentir tan mal que llegara a decirte dónde te podías meter tu flamante contrato nuevo; opción de renovación incluida?

– ¿Y por qué iba a querer hacer eso?

– Porque entonces te librarías de mí, y si me quejaba, siempre podrías referirte al nuevo contrato que acabo de firmar, a la reducción de la renta o a los muebles nuevos, y hacerme quedar como una pobre mujer histérica, que no sabe lo que quiere -al darse cuenta de que estaba a punto de echarse a llorar, salió corriendo hacia la casa. Al verla, Grady fue detrás de ella-. Échate -le dijo con firmeza, y el perro obedeció. Estaba todavía sobreponiéndose de la impresión, cuando oyó a Patrick:

– ¿Y se va a marchar, señorita Hayes?

Jessie se quedó mirándolo.

– Ni lo sueñe, señor Dalton. Ni lo sueñe.

– Pensé que se lo debía preguntar. Por si tenía que anular el pedido de la cama -le dijo con suavidad.

Jessie lo miró, y para su sorpresa él se echó a reír.

– Si cancela el pedido, señor Dalton, le aseguro que se pasará mucho tiempo durmiendo en el sofá.

– Sí, señora.

Entró en la cocina, tomó el biberón de Bertie, y subió escaleras arriba. Las risas de Patrick la acompañaron hasta el piso superior.

Jessie estaba trabajando cuando llegaron los muebles, pero no salió en ningún momento para ver lo que habían traído, ni ofrecerse a ayudar. Ni siquiera movida por la curiosidad de oír una voz femenina.

– Jessie, ya han terminado -le dijo Patrick-. ¿Quieres ver cómo ha quedado?

– Estoy segura de que estará bien -le respondió, sin mirarlo.

– Creo que deberías comprobar si el colchón es de tu agrado.

– Si no lo es, puedes dormir tú en él.

– Resistiré la tentación de preguntarte si me estás sugiriendo algo -Jessie lo miró-, y me limitaré a repetirte que todavía estás a tiempo para cambiar el colchón, si no te gusta. Así que compruébalo o tendrás que conformarte con él después, de todos modos.