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– No seas tonto. Ha habido un malentendido, eso es todo. Lo aclararemos mientras nos tomamos una taza de té.

Kevin se quedó mirando a Patrick, esperando que corroborara las palabras de Jessie. Como permanecía en silencio, Jessie se quitó las gafas y lo miró, inquisidora, con las cejas levantadas. Patrick levantó las manos.

– Por supuesto. Pasa. Trae a tu esposa. Invita a la familia. Pero olvidaos del té. Lo que necesito en este momento es una copa.

– ¿Se puede entrar? -dijo, en aquel momento Faye desde la puerta, moviendo un pañuelo blanco en señal de paz.

– ¡Faye! -Jessie corrió a abrazarla, y después se apartó de ella, y la contempló-. Estás fenomenal. Está claro que la cura de sueño ha dado sus resultados.

– ¿No estás enfadada?

– Bueno, hubiera preferido que me lo pidierais. Habría sido más sencillo que me quedara en vuestra casa, y no me hubieran echado de la mía.

Tanto Kevin como Faye miraron al suelo, sin atreverse a mirar a Jessie a la cara.

– Teníamos que sacarte de allí, Jessie, porque si no hubieras acabando marchitándote con tanta quietud y respetabilidad -le dijo Faye-. Sin embargo, este sitio es agradable -le dijo, mirando a su alrededor.

– Sí que lo es. Además el alquiler es razonable, y al casero se le dan muy bien los niños… -miró a Patrick, y no le gustó la expresión de su rostro-. Ven a ver a Bertie. Ya verás que diente le ha salido…

– Jessie… -dijo Patrick, con la misma voz que usaba seguramente para interrogar a algún testigo hostil-. ¿Me puedes decir qué demonios está pasando aquí?

Jessie se limitó a tomar a Faye por el brazo.

– Ya sabes lo que tienes qué hacer, hermano -dijo a Kevin, antes de empezar a subir las escaleras con su cuñada-. Cuéntale a Patrick lo que me hiciste y por qué. Ya puedes hacerlo bien, porque espero darle pena, y que pegue el contrato -miró a Patrick-. Me gusta estar aquí.

Kevin los miró a los dos, y sonrió.

– Si las cosas son como parecen, lo mejor será que seas tú la que des las explicaciones, hermanita.

– Estoy de acuerdo contigo -dijo Faye, bajando para tomar a su marido del brazo.

– No os preocupéis por nosotros, nos las arreglaremos para encontrar la tetera…

– Olvídate del té -dijo Jessie-. Estoy de acuerdo con Patrick en que todos necesitamos una copa -lo miró, pero no recibió ningún apoyo por su parte-. Tal vez este sea el momento de tomar ese brandy que estás empeñado en meterme por la boca a la menor ocasión -se volvió a Kevin y Faye-. Encontraréis a Bertie en la habitación de la derecha del primer piso…

– Y la cocina está en la planta baja -añadió Patrick. Estáis en vuestra casa -dijo, y entró con Jessie en el salón, cerrando la puerta tras de sí.

– Brandy -dijo Jessie, después de un momento.

La voz de Patrick la detuvo, cuando iba a buscar la bebida al aparador.

– Bertie no es hijo tuyo.

Jessie se volvió bruscamente.

– Pero, pensé…

– Graeme no es su padre.

– ¡No! Patrick…

– Entonces, solo tengo una pregunta.

– ¿Una solo?

– ¿A qué demonios has estado jugando?

– ¿Jugando?

– Sí, o fingiendo. Llámalo como quieras. Haciéndote pasar por una desgraciada madre a la que han echado a la calle.

– Pero tú sabías que Bertie no era mi hijo. Te lo dijeron en Taplow Towers…

– Allí lo que me dijeron fue que te habías tenido que ir a causa del bebé, y que el padre se había marchado con su esposa…

– ¿Cómo has podido pensar que había tenido un lío amoroso con un hombre casado? -Jessie sirvió dos copas de brandy, y tomó un buen trago de una de ellas. Le entró la tos, pero Patrick no hizo nada para aliviarla, se limitó a esperar a que se le pasara.

– Para empezar, nunca pensé que supieras que estaba casado. Pero, ¿por qué no me dijiste desde el primer momento que Bertie no era hijo tuyo?

– Iba a hacerlo -titubeó, y miró a su copa para evitar mirarlo a él.

– ¿Pero?

– Lo iba a hacer a primera hora de mañana.

– ¿Y por qué no lo hiciste?

– Porque dijiste que si no me echabas a la calle, era por Bertie.

– Me había dado un golpe, no había dormido la noche anterior, y además me había encontrado con una inquilina no deseada. ¿Cómo querías que me mostrara razonable?

– Lo único que sabía era que no estabas siendo razonable…

– Pero no te iba a echar así. ¿Acaso me tomas por un monstruo?

– Cómo tú bien dices, te habías dado un golpe, no habías dormido, y además, estabas enfadado porque tu sobrina te había engañado. Cómo iba a saber yo que bajo aquella piel de tigre se escondía un dulce corderito.

– Deberías habérmelo dicho…

– Lo sé. Iba a hacerlo, pero entonces fuiste a Taplow Towers, y hablaste con el portero que lo sabía todo. Por el amor de Dios, ¿no te diste cuenta de lo sorprendida que estaba de que te lo hubieras tomado con tanta tranquilidad?

– ¿Con tranquilidad? Sería lo que aparentaba. ¿Cómo me lo iba a tomar con tranquilidad, si pensaba que te habían abandonado?

– No. Al que abandonaron fue a Bertie. Me lo dejaron a la puerta, con una pequeña nota donde decían que necesitaban dormir urgentemente.

– Bueno, pues supongo que ya se habrán recuperado -dijo Patrick, con una sonrisa.

– ¿No te das cuenta de lo duro que tiene que haber sido para Faye estar separada de su hijo? Lo hicieron por mí.

– ¿Por ti?

– Para que me viera obligada a marcharme de Taplow Towers. Allí me sentía a salvo, porque sabía que ningún otro hombre iba a llamar a mi puerta para pedirme café, y después romperme el corazón.

– ¿Eso fue lo que hizo? ¿Romperte el corazón? -lo dijo con tanta intensidad, que Jessie se mantuvo alejada de él, cuando lo que más deseaba en ese momento era abrazarlo y tranquilizarlo.

– En aquel momento fue lo que creí. Lo peor fue que me hizo perder la fe en mi capacidad de juzgar a la gente, y me encerré en mí misma, olvidándome de que solo se vive una vez, y que en esta vida hay que arriesgar, si se quiere ganar. ¿No te parece?

Patrick se acercó a ella a toda prisa, y le tomó las manos.

– Jessie…

Llamaron a la puerta, y Faye asomó la cabeza.

– Siento interrumpiros, pero Bertie tiene sed, y hay un enorme perro a la puerta de la cocina, que parece no querer dejarme entrar.

– Ah, vaya. Yo me ocuparé -dijo Patrick.

Jessie lo detuvo.

– No. Lo haré yo. Tú, quédate a hablar con Kevin.

– ¿Estás segura?

Jessie sonrió.

– Si me voy a quedar, Grady y yo tendremos que hacernos amigos. Vamos, Faye.

– Pero, Jessie…

– Grady es un pedazo de pan -aseguró, con solo un ligero temblor en la voz que la pudiera traicionar.

Su hermano hizo ademán de seguirla, pero Patrick lo detuvo.

– A mi hermana le aterran los perros -dijo, preocupado.

– Sí, pero creo que preferiría que no fuera así. ¿Le damos una oportunidad?

Desde las escaleras la vieron acercarse a Grady, que estaba guardando la puerta de la cocina.

– Túmbate -lo dijo con aparente firmeza. Solo alguien que la conociera bien, podía detectar la inseguridad en su voz. Grady le hizo caso, y se echó en el suelo, con la cabeza entre las patas-. Buen perro -le dijo, y le dio una palmada en la cabeza-. Buen perro.

Los dos hombres respiraron aliviados, y después intercambiaron una sonrisa.

– ¿Os quedáis a cenar? -preguntó Patrick-. No hay gran cosa, pero nos gustaría compartirlo con vosotros.

– Nos encantaría.

– Lo siento -se disculpó Jessie, mientras calentaban la comida india del día anterior, y freían la chuleta que había comprado Patrick. Mientras tanto, en el salón, Kevin y Faye hacían carantoñas a su hijo-. Debía haberte dicho la verdad desde el principio, pero temí que me pusieras en la calle.