– ¿Me puedo mudar hoy mismo? -preguntó para asegurarse de que no estaba alucinando. Después de haberse pasado veintinueve horas sin dormir más de veinte minutos, podía estarle ocurriendo.
– ¡Por supuesto! -Carenza Flinch le parecía demasiado joven para poseer una casa como aquella, pero Jessie tenía otras preocupaciones-. No puedo dejar la casa vacía y, además, necesito que alguien alimente a mi pobre Mao, mientras estoy fuera -el gato, que era la única pega de aquella casa, se quedó mirando a Bertie, que desde los brazos de Jessie, dejó por un momento de restregar sus doloridas encías en la camiseta de su tía para mirarlo también-. Estaba desesperada.
– ¿De verdad? -preguntó Jessie, pensando que aquello debía de ser una epidemia.
– Sí. De modo que si le gusta, me paga el alquiler, y es suya durante tres meses -le dio un bolígrafo-. Lo único que tiene que hacer es firmar en la línea de puntos.
Jessie se puso las gafas y miró el contrato con los ojos cansados por la falta de sueño. Parecía ser un contrato estándar de los que tenía la agencia con la que se había puesto en contacto. Lo firmó enseguida, y contó el dinero de la fianza y de los tres meses que iba a pagar por adelantado.
Carenza Flinch firmó también, y le dio las llaves. -Es toda suya -le dijo, tras guardarse el dinero en una carterita que llevaba en el cinturón, escondido bajo la sudadera-. Va a cuidar bien de Mao, ¿verdad? Le gusta el hígado y el bacalao fresco. Tiene que desmenuzarlo con los dedos por si acaso hay espinas. Ah, también la carne de pollo picada. Se lo he dejado todo escrito, por si se le olvida -Jessie reprimió un escalofrío que sintió al pensar que iba a tener que picar carne de pollo por conseguir un techo bajo el que dormir-. Me olvidaba de decirle que todo lo referente al cuidado de las plantas está también escrito en la pizarra de la cocina.
Jessie pensó que trataría de no matarlas, aunque era consciente de que no se le daban bien las plantas. Era una persona muy responsable. ¡Por algo le habían confiado Kevin y Faye a su hijo! De repente pensó que, tal vez debería hacer algo terrible en un futuro próximo para que sus familiares se lo pensaran dos veces antes de volver a hacerle algo así.
– ¿Has dejado el número de teléfono del veterinario? -preguntó a Carenza, mientras la acompañaba hasta la puerta. No le sería fácil convertirse en una irresponsable. Tendría que practicar mucho-. Y, ¿a quién llamo en caso de emergencia? ¿Ha dejado algún número de contacto?
– No voy a tener ninguno en los próximos tres meses -le respondió Carrie, mientras tomaba su pesada mochila-. No se preocupe, que no va a pasar nada malo. La veré dentro de tres meses.
Tres meses. En ese tiempo podría encontrar otro lugar parecido a Taplow Towers. La situación no era tan grave. Al fin y al cabo lo de Bertie era solo temporal. Tanto Kevin como Faye adoraban a su hijo, y estaba segura de que no podrían pasar más de dos o tres días sin él. Además, estaba segura de que sabían lo que le estaba perjudicando todo aquello a ella.
Regresarían, avergonzados de lo que habían hecho, y su vida recobraría la normalidad. Lo único que no podría recuperar sería Taplow Towers.
Si se lo hubieran explicado con antelación, podría haberse trasladado ella a su casa, un par de días, y así no se hubiera visto casi en la calle.
Pero Bertie no tenía la culpa de nada. Suspiró, y le besó en la cabeza. Después lo abrazó y empezó a sentirse mucho mejor.
– Lo siento cariño, te voy a tener que dejar en el cochecito mientras hago una taza de té -Bertie, que no quitaba ojo al gato, no protestó. Mao bostezó, y el niño sonrió encantado.
Asombrada por lo bien que aceptaba el niño la presencia del animal, lo contempló con dulzura, y sintió una punzada en el corazón, al pensar que su sobrino era lo más bonito que había visto en su vida.
No pudo evitar sentir cierto rencor hacia Graeme, pero por suerte el maullido del gato para que lo dejara salir la distrajo y dejó de sentir lástima de sí misma. Bertie lo vio salir al jardín y lloriqueó cuando desapareció detrás de unos arbustos.
– ¡Mao! -gritó al ver la reacción del niño, pero no apareció. De repente, la idea de que no regresara, que hacía dos horas le hubiera resultado indiferente, la horrorizó. Si a Bertie le gustaba hasta picaría carne de pollo para alimentarlo. Tal vez hubiera una fotografía de un gato en algún sitio…
Carenza tomó un periódico para protegerse los ojos del exceso del sol, mientras miraba al mar.
– ¿No es ese el caso de tu tío? -le preguntó Sarah, mientras torcía el cuello para leer el titular JUICIO POR FRAUDE EN EL LEJANO ORIENTE-. Sí, mira, aquí hay una fotografía suya -quitó el periódico a Carrie y sonrió-. ¡Qué guapo es!
– ¡Vamos, pero si es lo bastante viejo como para ser tu padre!
Sarah suspiró.
– Recuerdo haberlo visto hace unos años… Parecía tan perdido. Tan solitario… Me pasé semanas fantaseando con él, imaginando que lo consolaba, que le hacía recuperar las ganas de vivir… -hizo una mueca-. Bueno, ya sabes…
Carenza puso los ojos en blanco.
– Ya sé. Tú y la mitad de las mujeres de Londres, según mi madre. Había perdido al amor de su vida y a su hija, cuando todavía era un bebé. Bueno, no creo que nadie se pueda recuperar por completo de un golpe así. Solo el trabajo lo mantiene vivo. Mamá dice que si sigue a ese ritmo de trabajo terminará siendo juez del tribunal supremo.
– ¡Qué desperdicio! -dijo, y después siguió leyendo-: Acusado cambia su alegato ¿Qué significa eso?
Carenza frunció el ceño, y arrebató el periódico a su amiga, para poder leer la información por sí misma.
– Significa, Sarah, que me he metido en un lío tremendo, porque he alquilado la casa de mi tío a una mujer con un niño llorón… -ambas intercambiaron una mirada horrorizada-. Y debe estar camino a casa en este momento. ¿Cómo demonios puedo haber sido tan estúpida?
– Me parece que has tenido mucha práctica -ironizó su amiga.
Había muchos cuadros en toda la casa, pero ninguno de gatos.
En la habitación más grande predominaban los tonos granates, y estaba decorada con muebles antiguos de nogal. No le pegaba mucho con la imagen que le había dado Carrie, con su pendiente en la nariz y un corte de pelo estrafalario.
La segunda habitación estaba amueblada como estudio, con unas estanterías que llegaban hasta el techo, todas llenas de libros de Derecho. Jessie pensó que, tal vez, su casera hubiera heredado la casa y los libros.
La mesa de trabajo era lo bastante grande como para poder poner encima su ordenador y su escáner. Todavía no había tenido tiempo de conectarlos, pero en cuanto acostara a Bertie, trataría de trabajar un poco.
Todavía no había entrado en la tercera habitación. Carrie le había dicho que era algo así como un trastero para guardar cosas que no se utilizaban desde hacía muchos años. Le costó un poco abrir la puerta, pero cuando lo consiguió vio que estaba decorada en tonos amarillos y blancos, para que pareciera soleada hasta en los días más grises. No había cuadros, solo algunas cajas que parecían no haber sido tocadas desde hacía mucho tiempo.
Volvió a la cocina con la esperanza de que Mao hubiera regresado. No había vuelto todavía, pero Bertie se había quedado dormido en sus brazos.
Hambrienta, pero temerosa de despertar al niño, tomó un paquete de galletas de chocolate que había dejado Carenza y se sentó en un sillón de apariencia cómoda a comerlas.
Se debía de haber quedado dormida comiéndolas, porque cuando los maullidos de Mao, desde la ventana la despertaron, tenía chocolate pegado a la camiseta, y varias galletas se habían caído sobre la alfombra del lado del chocolate.
Dejó entrar al gato, bañó a Bertie, lo dio de cenar, y lo dejó en su cuna. Después metió toda la ropa que llevaba puesta en la lavadora, se puso una camiseta, se lavó los dientes y se acostó.