– Lo cierto es que ese fue mi primer pensamiento.
– ¿Y qué te hizo cambiar de opinión?
– Un beso.
– ¿Podemos ayudar? -preguntó Faye, desde la puerta. Detrás de ella apareció Kevin con Bertie en brazos-. ¡Qué gato más bonito! -dijo refiriéndose a Mao.
– ¿Te gustan los gatos? -preguntó Patrick.
– Me encantan -se acercó a acariciar a Mao, que recibió encantado el homenaje-. Por desgracia…
– Bertie lo adora -apuntó Jessie, y miró a Patrick. Podía notar que le estaba leyendo el pensamiento. Era como ser tocada íntimamente. Poseída. Conocida.
– Sí, Bertie lo adora… -Patrick le sostuvo la mirada, y ella supo exactamente lo que iba a decir-. Bertie lo debería tener.
– Pero… -empezó a objetar Kevin, cómo Jessie sabía que haría. A nadie en su familia le gustaban los gatos.
– Insisto, Kevin -dijo Jessie, sin que ella y Patrick dejaran de mirarse.
Su hermano se dio cuenta de que no le quedaba más remedio que tragar.
– Gracias. Siempre que no me tenga que llevar también al perro.
– No -dijo Jessie con firmeza-. Mao tiene un contrato de alquiler limitado, y para alivio tuyo lo vendrá a recoger su dueña en septiembre, sin embargo Grady vive aquí -dicho esto, pasó a su hermano un plato de ensalada-. ¿Comemos en el jardín?
Patrick cerró la puerta tras Kevin y Faye.
– Bueno, ya estamos solos tú, Grady y yo.
– Ahora que ya se han marchado dos de tus huéspedes molestos, será mejor que me ponga yo a buscar casa, mañana mismo -Patrick no dijo nada-. Por lo menos ahora, como no está Mao, puedes volver a trasladar a casa la cesta de Grady.
– Tú todavía estás aquí. No quiero más ataques de histeria en medio de la noche.
Jessie levantó las cejas.
– ¿De histeria?
– Podrías querer levantarte a media noche a tomar una taza de té. Hoy te has portado como una valiente, pero a lo mejor sola, en plena noche…
– Lo puedo sobrellevar. Faye estaba asustada, y pensé: no seas tonta. Grady no te va a hacer ningún daño. Y así fue.
– Si estás segura…
– Lo estoy. Buenas noches, Patrick.
Patrick se sintió cómo perdido en un vasto océano, convencido de que era demasiado pronto para decirle a Jessie cuáles eran sus sentimientos. Estaba seguro de ellos como nunca lo había estado en su vida. Al principio Bertie lo había confundido, pero ahora que se había ido, se daba cuenta de que sus sentimientos por ella eran los mismos.
El problema era que había tenido una mala experiencia amorosa, y necesitaba tiempo. Estaba dispuesto a dárselo: tiempo y espacio. Se alegraba de haber hecho el esfuerzo de arreglar la habitación pequeña. Ahora tenía en ella lo que necesitaba para pasar allí todo el tiempo que deseara, incluso…
– ¡Dios mío, la cuna! -exclamó, consciente de que si la veía Jessie allí, pensaría…
Subió las escaleras de dos en dos, pero cuando llegó a la habitación pequeña, Jessie estaba acariciando la cuna.
– ¿De dónde ha salido esto? -le preguntó, muy seria.
– Del desván. Pensé que sería más cómoda que la cuna de viaje que usaba Bertie para dormir -se hizo un incómodo silencio entre los dos-. Era la cuna de mi hija Mary Louise. Iba con su madre, cuando… -hizo un gesto con la mano que indicaba que no deseaba seguir hablando de aquello-. Tenía cinco meses.
– Patrick, lo siento mucho. No lo sabía…
– Alguien que vio el accidente me contó que Bella podría haber salido ilesa, pero se tiró encima del cochecito para proteger a nuestra hija.
– ¿Por qué no me lo habías contado hasta ahora?
– No podía. Me hacía sufrir demasiado -Jessie notó que se le quebraba la voz y lo abrazó con fuerza-. Ves las caras de la gente; la compasión que sienten por ti; lo que les gustaría que se les tragara la tierra por haber preguntado…
Jessie siguió abrazándolo, dejando que se desahogara, tratando de no pensar lo que todo aquello significaba: La habitación vacía, las cajas apiladas. Tratando de no imaginárselo quitando todas aquellas cosas que habían pertenecido a su querida esposa de aquella habitación por ella. Y por último había traído la cuna, y se temía que sabía por qué.
– Vámonos -le dijo-. Salgamos de aquí.
– No, quitaré la…
– Mañana -le dijo Jessie, mientras lo llevaba a la otra habitación.
– Esta noche, me quedaré contigo -le dijo, porque no podía soportar dejarlo solo con sus recuerdos.
Patrick se quedó mirándola, y bromeó.
– Esto se está convirtiendo en una costumbre.
– No todas las costumbres son malas -apuntó Jessie-. Sin sexo, ¿vale? Solo cariño. ¿Podrás hacerlo?
Patrick la abrazó. Había esperado diez años para empezar una nueva vida, así que bien podía esperar sin problema hasta que Jessie confiara en él.
Patrick no podía dormir. Durante mucho tiempo habían estado hablando muy abrazados sobre Bella, Mary Louise, y lo difícil que era estar solo. Jessie había esperado hasta darse cuenta de que se había desahogado por completo. Ella no le habló de Graeme, pero Patrick ya se conocía esa historia porque Kevin le había puesto al día. Jessie se apretó más a él. También ella necesitaba cariño y un hombre en quién confiar. Esperaría lo que fuera: un mes, un año, le besó los cabellos con cariño, y deseó con toda su alma que no fuera un año.
Todavía era de noche cuando, al despertarse, vio que Patrick, apoyado en un codo, la estaba contemplando. En algún momento de la noche debía de haber sentido calor, porque estaba sin camiseta. Trató de no preocuparse por las otras prendas que podía haberse quitado también. Que ella recordara, al meterse en la cama solo llevaba la camiseta y los calzoncillos.
– Te equivocas, ¿sabes?
Jessie se sobresaltó. Temió que le hubiera leído el pensamiento, y le estuviera diciendo que no se había quitado los calzoncillos.
– ¿A qué te refieres?
– Te equivocaste si pensaste que os estaba utilizando a Bertie y a ti como sustitutos de Bella y Mary Louise.
– Patrick, no pasa nada. Comprendo…
Patrick le puso un dedo en los labios.
– Déjame terminar. No quiero más malentendidos entre nosotros. Por un momento yo también pensé estar haciéndolo, pero me equivoqué.
– ¿Cómo puedes saberlo?
– Porque se han llevado al bebé a su casa, pero tú te has quedado. Y eso es lo más importante -le retiró un mechón de la mejilla, y dejó allí la mano. Se sentía muy a gusto con ella, y quería besarla, mostrarle lo que sentía por ella, pero se daba cuenta de que era demasiado pronto. Tenía que ser decisión de Jessie-. ¿Y qué pasa con Graeme? ¿Te queda algún fantasma por espantar?
A Jessie se le hizo un nudo en el estómago. Por un momento pensó que la iba a besar, pero sin embargo, seguía insistiendo en hacerla recordar.
– Comparado con lo que has pasado tú, no merece la pena siquiera hablar de ello. ¿Por qué sigues insistiendo en que lo recuerde?
– Bueno, yo he estado quitando las telarañas de mi vida, y pensé que tal vez tú quisieras hacer lo mismo.
– Ya está hecho. ¿O es que quieres que te cuente la historia de toda mi vida?
– Solo si tú lo deseas, pero no ahora -Patrick se dio cuenta de que tenía que poner distancias entre ellos en aquel momento. Retiró las sábanas, y se levantó-. A no ser que quieras decirme por qué tienes tatuada una mariquita en el muslo derecho.
Jessie suspiró un poco irritada.
– ¿Pero cómo os dan tanto morbo a los hombres los tatuajes?
– No lo sé, pero cuando entré y te vi… -se detuvo, al darse cuenta de que se acababa de descubrir.
– ¿Entraste? -de repente, Jessie se dio cuenta de cuándo exactamente había sido la primera vez que le había visto el tatuaje-. ¡Maldita sea, Patrick! Ahora entiendo por qué ibas sin camisa -trató de levantarse, pero Patrick la detuvo-. La encontré en la cesta de la ropa sucia, y me di cuenta de que algo se me estaba escapando.