Por desgracia, la prensa no se pararía a pensar en eso. En cuanto tuvieran el menor indicio de aquella situación, empezarían a hurgar en su pasado, y las conversaciones cesarían en cuanto entrara en cualquier sitio, esta vez no porque no supieran lo qué decir, sino porque tendrían demasiado qué hablar sobre él. Lo más conveniente sería que se marchara en aquel mismo momento, sin hacer el menor ruido, para que ella no se enterara de que había estado allí.
El problema era que había tirado la camiseta en el cesto de la ropa sucia, y en cuanto Jessie fuera a dejar la toalla allí, se daría cuenta de que…
No había apartado los ojos de ella ni un momento, temiendo que hasta un parpadeo pudiera despertarla, pero no se había movido. Sus ojos entre azules y verdes, del mismo tono que tiene el Mediterráneo en un día apacible estaban cerrados, y dormía plácidamente.
De repente, Patrick se preguntó cómo podía haberse dado cuenta de aquello entre tanta confusión y a través de las gafas de búho que llevaba puestas Jessie. Tal vez cuando estaba encima de él, su subconsciente había hecho el trabajo. Entonces, sin quererlo, recordó el calor de su cuerpo y el cosquilleo del cabello femenino contra su mejilla.
Tenía los labios entreabiertos, sin maquillar, y estaba tan relajada que las manos le caían a ambos lados de la bañera.
Patrick sintió resquebrajarse un poco la coraza que le recubría el corazón, y fue entonces cuando las islas de espuma se apartaron un poco, dejando al descubierto el diminuto tatuaje de una mariquita que tenía en el muslo. Patrick notó cómo su cuerpo reaccionaba al estímulo, y empezaba a desear sentir unos labios cálidos contra los suyos, un cuerpo listo para el amor, y de repente se sobresaltó, al darse cuenta de que aquellas sensaciones no las provocaba un recuerdo, sino la mujer que tenía delante de él.
La vio suspirar, y moverse un poco al sentir que el agua se empezaba a enfriar. Patrick seguía mirándola, como hipnotizado, hasta que se dio cuenta de que estaba a punto de despertarse, y si no se marchaba enseguida, le podía dar un susto de muerte. Pero cuando se dirigía al cesto de la ropa sucia, un bebé empezó a lloriquear, y entonces recordó que no había mirado en la cuna por miedo a los recuerdos, y porque de todos modos, si Jessie hubiera salido, habría estado vacía. Había cometido un tremendo error.
El llanto del niño, cada vez más fuerte, siguió rompiendo su coraza, metiéndosele en el cerebro y trayéndole recuerdos que normalmente procuraba alejar de su mente, pero allí, en su casa, donde se sentía seguro, había bajado la guardia.
Jessie volvió a suspirar incomodada por el llanto del niño, y Patrick, renunciando a recuperar la camiseta decidió abandonar la zona de peligro. Cuando se estaba alejando oyó como se movía el agua, mientras ella se sentaba, y procuró no pensar en la Venus de Botticelli que tenía en la bañera. Su cuerpo, desacostumbrado a semejantes estímulos, no sabía cómo manejarlos.
– Espera un poco, Bertie.
Patrick recordó su voz. La noche anterior sonaba tensa y enfadada, pero en aquel momento, mientras salía del baño, era dulce y relajada. Sin embargo, Bertie no se aplacaba.
Patrick trató de no mirar al niño, pero no pudo evitarlo. Vio su carita angustiada y sus manitas tendidas hacia él, pidiendo que lo tomara en brazos, que lo tranquilizara, y no pudo huir. Lo sacó de la cuna, y lo apoyó contra su nombro, tratando de reconfortarlo con un gesto paternal que no olvidaría jamás.
Bertie dejó de llorar, y lo miró. Después le pellizcó las mejillas con sus manitas, y sonrió. La coraza del corazón de Patrick terminó de romperse por completo.
Jessie, que en ese momento estaba secándose, se detuvo un momento al notar que el niño ya no lloraba, y sonrió. Las cosas estaban empezando a ir bien.
– Buen chico. Ahora mismo estoy contigo -le dijo, contenta. Había podido trabajar un poco, se había echado un sueñecito en la bañera, y además Bertie parecía empezar a reaccionar al oír su voz. Tal vez, hasta consiguiera deshacer alguna maleta-. ¿Nos vamos a dar un paseo en cuanto te cambie? -le preguntó, mientras se ponía un albornoz que colgaba de detrás de la puerta. Era demasiado grande cómo para haber pertenecido a Carenza, pero se encontraba tan a gusto dentro de él-. Tengo que ir a la comisaría para prestar declaración, pero luego podemos pasear por el parque… -se frotó la cara contra la suave manga del albornoz-. ¿Tienes sed? ¿O quieres…? -se detuvo en seco en la puerta de la habitación, al ver que no solo el ladrón había vuelto, y sin duda había tenido razón al pensar la noche anterior que era muy grande. De pie desde luego se lo veía enorme.
– No grite -se apresuró a decirle.
Jessie se tapó la boca. Debía obedecerlo, sobre todo porque tenía a Bertie en brazos.
– No le voy a hacer daño -Jessie trató de hablar, pero no fue capaz de articular palabra-. Lo tomé en brazos porque estaba llorando. ¿Quiere que se lo dé?
Jessie asintió, a sabiendas de que en esta ocasión no podía permitirse ningún heroísmo, y debía aparentar que todo era completamente normal. No tenía que hacer nada que aquel hombre pudiera considerar amenazador. Se secó las manos sudorosas por el nerviosismo a ambos lados del albornoz. En aquel momento fue consciente de lo grande que le estaba, y se dijo que si tratara de huir, tropezaría con él, y se caería. Pero no iba a echar a correr a ninguna parte, porque Bertie era más importante que su vida. Mientras trataba de conservar la calma, se preguntó cómo habría entrado allí, y sobre todo, por qué había regresado. Debía de haber algo muy valioso en la casa, si se había arriesgado a volver por ello. Sabía que debía sonreír, pero los músculos de su cara se negaban a cooperar. Estaba petrificada por el miedo. Pero debía hacerlo para no asustar a aquel hombre, y sobre todo no dejarle ver que estaba aterrorizada.
– S… sí -consiguió decir, maldiciendo su tartamudeo.
Patrick lamentó verla tan asustada.
– Estaba llorando -volvió a decir, con suavidad.
– Por favor, démelo -le dijo Jessie, tendiendo las manos hacia su querido sobrino.
– Venga, vete con tu mamá -le puso el niño en los brazos, pero al darse cuenta de cómo temblaba temió que se le cayera, así que siguió sujetándolo-. ¿Lo tiene? -Jessie lo miró con los ojos muy abiertos-. Tal vez necesite que lo cambien.
– Normalmente lo necesita -dijo ella, y después dejó escapar una risita un poco histérica-. ¿Se ha escapado?
– ¿Cómo? -Patrick sintió la suavidad de la bata que llevaba Jessie contra su pecho. Olía a limpio, y deseó no tener que apartarse de ella pero, de repente, se dio cuenta de lo que acababa de decirle; de la visión tan diferente de la situación que debía de tener ella-. Oh… no. Bueno, ¿lo tiene bien sujeto?
– Sí -le dijo, pero el ladrón seguía bloqueándole el camino hacia la puerta-. Sus cosas están abajo.
– ¿Ah, sí? ¿Por qué?
– Porque no he tenido tiempo… -Jessie se detuvo en seco. No iba a ponerse a dar explicaciones a un ladrón-. No creo que sea asunto suyo -el hombre sonrió, y eso la hizo tranquilizarse un poco-. ¿Me deja pasar?
– Sí, claro -le dijo, y se hizo a un lado.
Jessie se dio cuenta entonces de que no llevaba camisa, ni zapatos. Sin duda se había escapado del hospital, aunque a juzgar por los puntos que le habían dado en la frente, por lo menos había esperado a que lo curaran. Seguramente la policía lo estaría buscando en aquel momento. Tenía que llamarla, pero mientras tanto, lo mejor sería que hiciera como si no pasara nada, para no asustarlo.
– ¿Ya le han dado el alta en el hospital?
– Querían que me quedara un poco más, pero les dije que no.
Patrick pensó que Jessie tenía un rostro muy expresivo, donde se podía seguir muy bien el curso de sus pensamientos. Se había dado cuenta perfectamente de que en un momento determinado había decidido comportarse con total normalidad ante el hecho de que hubiera un desconocido, muy raro y con el torso desnudo en su habitación. Aunque, en realidad fuera la habitación de él. Se preguntó dónde estaría el señor Hayes, si es que existía, o si no lo habían matado a golpes con un bate de cricket…