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Ella le había propinado un buen vapuleo; a Darcy no le quedó más remedio que reconocerlo con cierta imparcialidad. La manera en que había logrado dar la vuelta a su insultante comentario, apenas disfrazado, para convertirlo en un supuesto elogio había sido magistral. Pero ¿qué le había sucedido para hablarle así a aquella muchacha? Darcy revisó mentalmente los sucesos de su encuentro. ¿Acaso había sido la rudeza de la respuesta de la joven a sus desesperados intentos por entablar una conversación banal, o tal vez se había molestado desde el principio, debido al evidente cambio de actitud de ella después de que Bingley se la presentara? A ella le gustaba Bingley, pero ¿qué pensaba de él, de Darcy?

¿Me considerará el mismo tipo de personaje que la señorita Bingley?, se preguntó, ¿o no será que su manera de comportarse es sólo una farsa, un juego de coquetería con el que espera atraer mi atención? De manera distraída, Darcy comenzó a darle vueltas al anillo de rubí que llevaba en el dedo meñique. ¿Podría tratarse de otra cosa totalmente distinta? Recordó cómo la señorita Bennet había bromeado con Bingley sobre el hecho de que él la hubiese ignorado en el baile y su amenaza de exigir un castigo. De repente, sintió que los músculos de su estómago se contraían, pues volvió a repasar mentalmente los sucesos del baile. ¡Eso era! ¡Tenía que ser! La señorita Bennet había alcanzado a oír su imprudente y desconsiderado comentario.

– ¡Idiota! -El insulto hacia sí mismo se escapó de sus labios. Al no haber recibido una disculpa, ella piensa exigir lo que le corresponde a fuerza de ingenio. Consideró su teoría, mientras observaba atentamente el objeto de sus cavilaciones, que, en ese momento, se encontraba conversando animadamente con la señorita Lucas. ¿Qué debería hacer, si es que debo hacer algo?, se preguntó con sentimiento de culpa. Debía excusarse con la muchacha, sin duda, pero ¿qué podía decir: «Discúlpeme, señorita Bennet, me comporté como un patán el viernes pasado»? Y si lo hiciera, ¿cuál sería la respuesta de ella? ¿Lo perdonaría con un bonito discurso o aprovecharía la ocasión para hacerle un desplante frente a todo el mundo?

Darcy hizo una pausa en medio de su reflexión sobre la posibilidad de cerrar los ojos y masajearse las sienes con los dedos. No, no importaba que él hubiese herido el orgullo de la muchacha, no se arriesgaría a sufrir el reproche de una campesina cualquiera, sólo para el entretenimiento de ella o sus amigas. Si ella hubiese decidido guardarle rencor, estaría obligado a hacerlo, pero tal como estaban las cosas, Elizabeth había optado por desenfundar la espada. Darcy volvió a levantar la vista y encontró a Elizabeth Bennet al lado de su hermana mayor, mientras las dos miraban una carpeta con los últimos dibujos de la señorita Bingley. ¡Un movimiento audaz! Darcy sonrió para sus adentros. ¡Ahora la entiendo, pero me temo que usted está equivocada si cree que puede jugar a ese juego conmigo! Una mirada sarcástica acompañó entonces a su sonrisa, mientras se inclinaba para dedicarse a la tarea de descubrir todas las cualidades de su adversaria.

Se entretuvo dando una vuelta por el salón, intercambiando una palabra aquí, un saludo allá con los nuevos vecinos de Bingley y, de paso, observando a Elizabeth Bennet sin ser visto. Se dio cuenta de que su voz era bien modulada y agradable al oído, aunque no le resultó extraño después de haberla oído cantar en la iglesia el día anterior. La forma de comportarse entre sus amigas mostraba una espontaneidad y una sinceridad encantadoras, pero que ciertamente no reflejaban la conducta que se esperaba de una señorita del nivel social al que él estaba acostumbrado. Su rostro, decidió Darcy, era de la variedad «lechera»: redondo, limpio y saludable, pero carente de la distinción que se necesitaba para que fuera considerado modernamente clásico. Se movía con bastante gracia, reconoció Darcy, pero el temblor de su vestido dejaba intuir una falta de simetría en su figura que no le habría agradado a un purista.

Poco común en sus modales, eso es seguro, sentenció Darcy, pero le falta la gracia física y social que revela una educación verdaderamente aristocrática. Es bueno para ella que los oficiales estén cautivados, porque eso es lo más lejos a lo que podrá aspirar. Darcy esperó en vano a que sus emociones secundaran su veredicto, pero éstas se mostraron poco dispuestas a aceptar ese juicio y, en lugar de eso, exigieron más información, de manera que la decisión final sobre la dama quedaría pospuesta hasta una fecha posterior. Al volver su atención sobre la familia de la muchacha, Darcy no encontró las mismas reservas. Nadie que tuviera ojos u oídos podía dejar de notar los modales estridentes y claramente calculadores de su madre y el atrevimiento descarado de sus hijas más jóvenes, cuya única disculpa era su juventud. Darcy suspiró con fuerza para expresar su disgusto con ellas.

– Vamos, vamos, Darcy, qué actitud tan negativa. Estoy seguro de que la partida de caza de mañana será muy agradable. -Absorto en su debate interno, Darcy apenas había notado que estaba cerca de Bingley y el grupo de caballeros que lo acompañaban. Era evidente que estaban planeando una cacería, y su resoplido había sido interpretado como la expresión de su disgusto ante la idea. Pero nada podría estar más lejos de la verdad. Un día al aire libre, con perros y armas, alejado de las intrigas de un salón social de provincias, era exactamente lo que necesitaba.

– Al contrario, Bingley, una idea excelente. -Darcy palmeó a su amigo en el hombro y el alivio engendrado por la perspectiva de un día así hizo que estuviera más comunicativo de lo acostumbrado entre desconocidos-. Caballeros, ¿ya les ha hablado Bingley de su más reciente adquisición? Es la escopeta ligera más hermosa que ustedes hayan visto…

Más tarde, durante la cena, la señorita Bingley estaba relatando los sucesos de la mañana a quienes se hallaban sentados a la mesa. Antes de que se anunciara la cena, el señor Hurst se excusó diciendo que tenía un terrible dolor de cabeza y ahora se encontraba feliz en su habitación, ocupado con un botellón de brandy, mientras sus compañeros y su esposa formaban parte de la audiencia de la señorita Bingley. Bingley se sentó cómodamente en su asiento a la cabecera de la mesa y se dedicó a prestarle a su hermana toda la atención que le permitía su bondadosa naturaleza. La aparente compostura de la señorita Bingley esa mañana, cuando se marchaban los invitados, no había engañado a Darcy ni por un instante; era evidente que ardía en deseos de contar, analizar, criticar y regodearse. Mientras esperaban en el salón de armas a que los llamaran a cenar, Bingley le advirtió a Darcy que cualquier intento de detenerla sería inútil. Dijo que le daría a su hermana rienda suelta -como si pudiera hacer otra cosa- y que Darcy debía prepararse para una velada de habladurías y maliciosa satisfacción.