Bingley se encogió de hombros y Darcy le respondió de la misma forma; luego le ordenó que montara rápidamente y se reuniera con él frente a la mansión. Llevando a Nelson al trote rápido, dejó atrás el patio del establo y lo contuvo cuando llegaron hasta el sendero de la entrada. Ya no hay tiempo para excusas, se dijo a sí mismo. Te exijo que le hables en la casa de sir William, esta misma noche. Darcy echó los hombros hacia atrás, pero luego se mordió el labio inferior y levantó los ojos hacia el claro cielo de la mañana. ¡Y que Dios te ayude!
– Su chaqueta, señor. -Fletcher colocó cuidadosamente sobre los hombros de Darcy la prenda hecha a medida y luego tiró de ella desde el frente para ajustarla. Dio un paso hacia atrás y examinó la apariencia de su amo con un ojo crítico que no había permitido ninguna imperfección en su vestimenta durante los últimos siete años. Darcy esperó el veredicto con una mezcla de impaciencia y aprensión. Es posible que no hubiese traído al campo su ropa más elegante y a la moda, pensó mientras el ayuda de cámara caminaba a su alrededor como si él fuera una obra de arte, pero para la reunión de los Lucas deseaba parecer lo más distinguido posible-. Muy bien, señor. «Como un rey» -concluyó Fletcher. Darcy asintió con la cabeza.
Bingley se reunió con él en el vestíbulo, y estaba tan ansioso que los ojos le brillaban.
– ¡Qué bien, ya estás aquí y preparado! Les advertí a mis hermanas que se pueden retrasar todo lo que quieran, pero que nosotros salimos en diez minutos. -Estiró el brazo con gesto desdeñoso hacia la escalera-. Se pueden ir todos en el coche de los Hurst, ¡si quieren llegar tarde! -Comenzó a ponerse los guantes, esperando a que llegara un criado con sus abrigos. Darcy avanzó hacia la puerta cuando oyó ruido de cascos sobre la gravilla y el fuerte golpeteo de los arneses.
– El carruaje, Bingley. ¿Acaso quieres irte…?
– Inmediatamente, Darcy. ¡Qué suerte, no hay ninguna hermana a la vista! ¡Date prisa, hombre! -Con una risita de complicidad, Darcy se puso rápidamente el abrigo y agarró el sombrero y los guantes.
Bingley bajó corriendo las escaleras y saltó al coche con Darcy pisándole los talones.
– ¡Adelante! -gritó Bingley. Le arrancó la puerta de las manos al lacayo, cerrándola de un golpe y luego se desplomó sobre el asiento, frente a su amigo.
– A la señorita Bingley no le va a gustar que la hayas dejado para que se vaya con los Hurst -observó Darcy, mientras el carruaje se alejaba con rapidez.
– Cierto -respondió Bingley, acomodándose sobre los cojines-. Lo mismo que a mí no me gustó que haya invitado a la señorita Bennet a cenar en Netherfield, ¡una noche en que estaba segura de que yo estaría ausente! ¿Recuerdas por qué me retrasé en llegar al establo esta mañana? Pues bien, la invitada a la cual mi hermana quiere evitarme el «inconveniente» de atender es la señorita Bennet. ¡Si yo no hubiese descubierto la verdad por pura casualidad, la señorita Bennet habría venido y se habría ido sin que yo me enterara siquiera!
– Tal vez tu hermana sólo quiere entablar una amistad con la señorita Bennet independientemente de ti -sugirió Darcy, mientras se obligaba a mantener un gesto indiferente que no dejara traslucir las dudas que tenía sobre las intenciones de la señorita Bingley. Su amigo se limitó a mirarle con escepticismo.
El resto del viaje transcurrió placenteramente, entre recuerdos de su paseo por Netherfield durante la mañana. Hablaron de diversos planes que incluían tierras cultivadas, zanjas limpias, estanques abastecidos, cercas arregladas y mucho ganado nuevo. Al llegar a la entrada de la propiedad de los Lucas, Netherfield ya era un verdadero paraíso. Cuando el coche dejó atrás las columnas de piedra, la conversación fue decayendo y los dos hombres sintieron descender sobre ellos un silencio incómodo, que se fue haciendo más profundo a medida que se acercaban a su destino.
La efusiva bienvenida de sir William fue aceptada por los dos caballeros con aplomo. Darcy dejó que Bingley dijera, en nombre de los dos, todo lo apropiado, mientras echaba una discreta ojeada al salón. Después de presentar sus respetos formales, acompañó a Bingley al salón, pero, de repente, cambió de rumbo cuando vio que el lugar al que su amigo se dirigía era una mesa que había en una salita contigua. Allí, las dos hermanas Bennet mayores y otras cuantas jovencitas estaban reunidas alrededor de la señorita Lucas mientras ésta hacía una demostración de técnicas de pintura en porcelana, una moda que había causado furor entre la alta sociedad hacía un año, recordó Darcy, pero que ahora era considerada obsoleta en Londres. Antes de que Bingley pudiera hacer su reverencia, fue rodeado por un arco iris de muselinas. Darcy miró hacia otro lado, frunciendo el ceño al pensar en lo cerca que había estado de no poder escapar a la multitud de damas que ahora le pedían a su amigo que opinara sobre el arte de la señorita Lucas. Durante unos minutos aparentó mirar por una ventana cercana que ofrecía una excelente perspectiva del parque, antes de que la conciencia lo obligara a mirar hacia atrás, hacia su asediado amigo, y entonces vio a Bingley con una sonrisa beatífica en el rostro y la situación totalmente bajo control.
Un súbito murmullo entre las damas puso punto final a su reflexión sobre las sorprendentes habilidades de Bingley y llamó su atención hacia una muchacha en particular. Con los ojos entrecerrados por la risa, la señorita Elizabeth había tomado asiento al lado de su amiga. Darcy la observó cautivado, mientras la joven elegía una pequeña pieza de porcelana, la levantaba para examinarla y luego, con un gesto de picardía, mojaba el pincel en la pintura y aplicaba varias pinceladas gruesas. Rápidamente abandonó el primer pincel por uno nuevo, que introdujo en otro color, y aplicó otras cuantas pinceladas con el mismo desparpajo del principio. El grupo que la rodeaba estalló en exclamaciones y risas cuando la señorita Elizabeth puso la pieza en la mesa para la inspección de todo el mundo.
– Mira, Charlotte, ésta es la mejor muestra de mi talento para la pintura en porcelana. Te autorizo a quemarla o disponer de la pieza como desees. ¿Quién sigue? -Elizabeth le entregó el pincel a un ansioso joven, dejó libre la silla que ocupaba y le hizo una rápida inclinación al grupo-. Y ahora, si tienen la bondad de excusarme… -Esbozó una sonrisa y salió hacia donde se encontraba Darcy. Él giró la cabeza enseguida, fingiendo indiferencia al ver que ella se acercaba.
Darcy percibió, más que vio, cómo pasó junto a él. Un curioso pero delicioso cosquilleo lo recorrió de arriba abajo al sentir la fugaz cercanía de la muchacha, como si el calor de ella flotara a su alrededor, acariciándolo. El caballero se quedó mirándola hipnotizado, y se le formó un nudo en el estómago al ver que ella se detenía a sólo unos metros de él para contemplar el panorama.
Darcy se movió, aunque de manera involuntaria, porque Elizabeth se volvió de repente hacia él, con una actitud de sorpresa, demostrando que antes no lo había visto.
Antes de que él pudiera apreciar bien el rubor que coloreó las mejillas de la muchacha, ella le hizo una reverencia.
– ¡Señor Darcy! Por favor, perdóneme.
– Señorita Bennet. -Darcy la saludó con una inclinación rápida y enseguida se alejó. Casi tropieza con la señorita Bingley, que entraba en ese momento en el salón.
– ¡Señor Darcy! -murmuró-. Por favor, ¡dígame que no está usted a punto de marcharse! Dependo de usted, señor, para que me rescate del terrible aburrimiento que, con seguridad, me atormentará en cualquier momento, si es que no lo ha hecho ya. -La señorita Bingley se apoderó del brazo de Darcy, aunque éste no se lo había ofrecido, y exigió que dieran una vuelta alrededor del salón-. ¡Ha sido muy malvado por su parte y por la de mi hermano haber venido solos! Me sentí totalmente desolada -agregó, y luego hizo un puchero mientras paseaban por el salón.