– Puedo adivinar por qué está tan pensativo. -El tono aburrido de la señorita Bingley le aseguró a Darcy que sus pensamientos no se habían reflejado en su expresión.
– Creo que no -respondió él.
– Está pensando en lo insoportable que sería pasar más veladas de esta forma, en esta compañía. -Suspiró con conmiseración-. Y por supuesto, soy de su misma opinión. ¡Nunca he estado más molesta! ¡Qué gente tan insípida y qué alboroto arman! ¡Con lo insignificantes que son y qué importancia se dan! ¡Lo que daría por oír sus críticas sobre ellos! -la señorita Bingley metió una mano entre el brazo de Darcy y, con la otra, alisó una arruga imaginaria en la manga de su chaqueta.
– Sus conjeturas son totalmente erróneas, se lo aseguro. Mi mente estaba ocupada en cosas más agradables. -Con suavidad, pero con firmeza, Darcy quitó de su brazo la mano de la señorita Bingley-. Estaba meditando sobre el gran placer que pueden causar un par de ojos bonitos en el rostro de una mujer hermosa.
– ¡Vaya, señor! -replicó ella con una cuidadosa indiferencia-. ¿Y a cuál de las damas debemos concederle el mérito de inspirar semejantes reflexiones en una persona tan poco habituada a los coqueteos?
– A la señorita Elizabeth Bennet -fue la respuesta espontánea de Darcy y tan directa que no le dejó ninguna duda referente a la seriedad de su afirmación.
– ¡La señorita Elizabeth Bennet! Me deja atónita. ¿Desde cuándo es su favorita? Y dígame, ¿cuándo tendré que darle la enhorabuena?
Negándose a que lo obligaran a decir algo que pudiera alimentar las sospechas de la señorita Bingley, Darcy contestó con vaguedad e ignoró sus constantes ridiculeces. Sólo ansiaba que la velada llegara a su fin. Era tal el deseo de tomarse una copa de brandy, mientras el fuego chisporroteaba en la chimenea y él ocupaba una cómoda silla desde la que pudiera disfrutar de las dos cosas al mismo tiempo que examinaba las nuevas piezas del rompecabezas de la señorita Elizabeth Bennet, que Charles apenas pudo arrancarle unas pocas sílabas. Ya fuera por gratitud por la manera en que Darcy había soportado esa noche sus preocupaciones por la hermana mayor de las Bennet o porque sintió que su amigo necesitaba estar solo, Bingley hizo que el resto del grupo regresara a Netherfield tal como habían venido.
Mientras se acomodaban para el viaje, Bingley carraspeó unas cuantas veces, pero fue ignorado.
– Darcy, ¿te ocurre algo? Nunca te había visto así -dijo Bingley y se rió con nerviosismo.
– ¿Algo? No, Charles, no me pasa nada. Al menos, no lo creo. -La voz de Darcy quedó en suspenso mientras miraba por la ventana del coche hacia la noche fría y estrellada. Después de unos momentos, volvió en sí y se dirigió a su amigo-: Me parece que tu pequeña expedición al campo ha traído más cosas de las que esperábamos. Eso es todo.
Capítulo 6
La velada con el coronel Forster y sus oficiales resultó, en opinión de Darcy, una noche agradable. Aunque no tenía inclinaciones militares, Darcy apreciaba la compañía de caballeros cuyas ideas sobre el honor y el servicio, el rey y el país no diferían particularmente de las suyas. Escuchó con más que atenta cortesía las historias del coronel sobre sus campañas contra Napoleón, e incluso con más interés cuando el hombre relató un encuentro con el almirante Nelson, uno de los héroes de juventud de Darcy. Incluso Charles se permitió disfrutar de la velada después de llegar y tomarse un vaso de buen oporto para brindar con los jóvenes oficiales por las damas de Meryton. Su viaje hasta los salones que les servían de club a los oficiales había estado marcado por la indignación que le causaba la perfidia demostrada por su hermana, al invitar a la señorita Bennet a Netherfield justo la noche en la que sabía que él tenía otro compromiso. El horrible tiempo de esa noche, terriblemente húmedo, reflejaba el estado de ánimo de Bingley, y Darcy estuvo tentado de enfadarse con él. Pero sabiendo que los raros enojos de Bingley tendían a pasar pronto, decidió contenerse y se limitó a enarcar una ceja al oír sus más extremos deseos de venganza.
En aquel momento regresaban a Netherfield con un estado de ánimo más bien relajado, dispuestos a buscar la silenciosa comodidad de sus camas. Por eso el alboroto en medio del cual encontraron a la servidumbre al llegar a la casa contrastó notablemente con lo que cualquiera de los dos esperaba o deseaba. Al ver a Stevenson, que pasaba volando por el vestíbulo, Bingley le preguntó por la razón de tanta agitación.
– Le ruego que me excuse, señor, pero la invitada de la señorita Bingley se sintió muy enferma y…
– ¡La señorita Bennet! ¿Se refiere a la señorita Bennet? -gritó Bingley.
– La misma, señor.
– ¿Qué ha ocurrido? ¿Qué está haciendo? ¡Por Dios, hombre, no me tenga en suspenso!
– Ya han enviado a buscar al boticario, señor, y esperamos que llegue en cualquier momento. De hecho, pensamos que era él. -Al ver la agitación de su amo, Stevenson se enderezó y siguió diciendo con tono más sereno-: No conozco los detalles, señor. Si usted tuviera la bondad de dirigirse a su hermana…
Sin mirar atrás, Bingley se lanzó hacia las escaleras en busca de Caroline, dejando que su amigo se defendiera por sí mismo. Darcy lo siguió escaleras arriba, pero más lentamente y con el propósito de dirigirse a su propia alcoba. Dejó el sombrero, los guantes y el bastón en una mesa que había en el vestidor, mientras recibía el saludo de su ayuda de cámara.
– Parece que ha habido algo de agitación hoy por aquí, Fletcher.
– Sí, señor. Una joven se sintió indispuesta durante la cena, señor.
– ¿Algún problema en la cocina?
– Ah, no, señor.
Darcy esperó unos segundos antes de levantar las cejas, para indicar que deseaba saber más. Fletcher, que no mostró ninguna sorpresa al ver el interés de su amo por la salud de una joven campesina, le proporcionó más detalles.
– Oí que la señorita llegó a Netherfield bastante empapada, señor. Resultado, sin duda, de viajar tres millas a caballo bajo la pertinaz lluvia.
– ¡A caballo! -La incredulidad de Darcy animó a continuar al criado.
– Sí, señor, así es. Las hermanas del señor Bingley también estaban perplejas. A la dama se le proporcionó ropa seca enseguida, pero se sintió enferma en mitad de la cena. Entiendo que están esperando al boticario, o quien haga sus veces en este lugar, señor.
Con gesto serio, Darcy asintió para indicar que comprendía.
– Fletcher, ¿no cabe duda de que la dama está realmente enferma?
– No sabría decirle, señor.
Darcy resopló con incredulidad.
– ¡Vamos, Fletcher!
El ayuda de cámara vaciló un poco, pero luego confesó:
– Oí a las criadas de arriba murmurando, lo que indica que hay una genuina preocupación de que la dama tenga fiebre, señor.
Mientras Fletcher lo ayudaba a quitarse la ropa, Darcy se preguntó por ese comportamiento tan extraño. Emprender un viaje de tres millas a caballo, bajo un tiempo tormentoso, no parecía, en su opinión, una conducta propia de la delicada señorita Jane. Si bien reconocía que el incentivo de pasar una velada en Netherfield debía de ser muy importante para una chiquilla criada en el campo, una chiquilla criada en el campo sería igualmente consciente de los riesgos que implicaba mojarse. ¿Por qué no había usado el carruaje de su padre? Con seguridad, el padre le proporcionaría a su hija todos los medios que tuviera a su alcance para fortalecer su amistad con los Bingley. El señor Bennet era, sin duda, un tipo curioso, pero no alguien que descuidaría el bienestar de su hija. En consecuencia, ¿con qué propósito, o por orden de quién, había venido la muchacha de esa manera?