Ataviado con su ropa de dormir, Darcy despidió a su ayuda de cámara y llevó la vela hasta la habitación. La puso sobre la mesita y se tiró sobre la cama con un sentimiento de alivio, deslizándose bajo las suaves mantas. Luego alargó la mano, la puso alrededor de la llama y la apagó con un soplido. Mientras estiraba sus largas piernas y acomodaba la almohada, se le ocurrió un nuevo aspecto del asunto. Si la señorita Bennet se sentía tan enferma, lo más probable es que no la movieran; en ese caso, ¿no vendría a verla la hermana que la seguía en edad? Darcy estaba seguro de eso y se quedó reflexionando sobre esa posibilidad hasta que el sueño se apoderó de él.
La mañana siguiente amaneció con un sol radiante y las ráfagas de viento que normalmente siguen a las tormentas. A la temprana hora en que el sol se levantó para tentar a Darcy a dar un paseo a caballo, el aire había absorbido gran parte de la lluvia de la noche anterior, pero no la suficiente. Darcy sabía que debía aliviar la agitación que, sin duda, le estaba provocando Nelson a su mozo de cuadra, pero levantarían demasiado barro y los cascos del caballo destrozarían el césped. No, a pesar de lo mucho que disfrutaría de una hora a caballo, limpiar luego la suciedad con la que regresarían no sería nada placentero. Nelson y el mozo de cuadra tendrían que llegar a un acuerdo por sí solos.
Un café lo esperaba en la mesita y, taza en mano, Darcy se dirigió hacia la biblioteca, donde habían depositado las cartas del mayordomo y el ama de llaves de Pemberley. Una hora más tarde, una serie de ruidos en el corredor lo alertaron de la presencia del resto de los ocupantes de la casa y, doblando sus cartas, fue a reunirse con ellos en el comedor del desayuno.
– Como siempre, el señor Darcy levantado antes que nosotros. -La señorita Bingley lo saludó con una sonrisa y un gesto en dirección a la taza vacía y el plato que el caballero dejó sobre la mesita auxiliar. Mientras Darcy se servía de las bandejas desplegadas ante él, un criado entró y se inclinó para hablar en secreto con la señorita Bingley. Cuando salió, ella se volvió hacia su familia sentada a la mesa y suspiró.
– Me temo que la señorita Bennet no se siente mejor. Parece que tendrá que permanecer un poco más como nuestra invitada.
– ¿Puede hacerse algo más por ella, Caroline? -La preocupación en la voz de Bingley era casi tangible-. Tal vez deberíamos llamar a un médico de Londres.
– ¡Indudablemente eso es decisión de su familia, Charles! De nada servirá actuar de forma tan precipitada. Señor Darcy, usted está de acuerdo con eso, ¿no es así? -La señorita Bingley miró a Darcy, segura de obtener su respaldo. Por consideración a la angustia de su amigo, él no contestó enseguida. Apoyó con cierta reticencia la opinión de la señorita Bingley en ese asunto, pero se cuidó de plantearlo de una manera que esperaba aliviara la preocupación de Bingley. El desayuno continuó en silencio durante un rato, pero fue interrumpido cuando la puerta se abrió de repente, dejando paso a una extraordinaria aparición.
Enmarcada por el dintel de la puerta estaba la señorita Elizabeth Bennet, con las mejillas teñidas de un encantador tono rosado, pero por lo demás presentaba un aspecto totalmente desaliñado. A juzgar por el estado de sus botas y enaguas, era evidente que llevaba un buen rato al aire libre, probablemente caminando campo a través. Su cabello aparecía despeinado por el viento a pesar del sombrero, cuyas cintas se habían enredado totalmente, y la falda del vestido y la capa estaban salpicadas de barro. Darcy esbozó una sonrisa de placer al ver la encantadora imagen que ella representaba, con los ojos brillantes por el esfuerzo, pero cautelosamente desafiantes ante cualquier censura que pudiera despertar su inesperada aparición.
Bingley fue el primero en avanzar hacia ella.
– ¡Señorita Elizabeth! Bienvenida, bienvenida… ¡Por favor, entre y siéntese! ¿Ha venido caminando desde Longbourn? -Al ver que la muchacha asentía, Bingley sacudió la cabeza-. Debe de estar exhausta. -Apartó hacia atrás una silla y la empujó suavemente hacia ella-. Por favor, siéntese. Y, claro, ha venido a buscar noticias de su hermana.
Darcy experimentó una oleada de celos irracionales cuando Elizabeth levantó hacia Bingley un rostro lleno de gratitud y aceptó la silla.
– Gracias, señor. Es usted muy amable. -Hizo una breve pausa, mientras tiraba de las cintas de su sombrero-. ¿Qué puede contarme de Jane, señor Bingley? ¿Está muy enferma?
– Lamento comunicarle que mis hermanas me dicen que la señorita Bennet no ha dormido bien. Continúa con fiebre y no puede dejar su alcoba.
Elizabeth se levantó enseguida de la silla y rogó que la condujeran junto a su hermana inmediatamente.
– Venga, señorita Eliza -dijo la señorita Bingley, arrastrando las palabras con un tono tranquilizador-, Louisa y yo la llevaremos arriba. Estábamos a punto de visitar a su hermana, ¿no es así, Louisa? -Entre las dos mujeres sacaron rápidamente del salón a la nueva invitada.
Darcy tuvo cuidado de no mirar mientras las damas salían; en lugar de eso, terminó el desayuno, acompañado en silencio por un pensativo Bingley. Finalmente colocó a un lado la servilleta y miró a su amigo con compasión y una cierta exasperación.
– Bingley, a nadie le será de utilidad que los dos nos quedemos montando guardia ante la puerta de la señorita Bennet. Tengo unas cartas que echar al correo. ¿Qué te parece si las llevamos a Meryton personalmente? Tendremos que ir por los caminos, sin galopar de forma imprudente… -Darcy dejó la frase sin terminar. Al oír sus palabras, Bingley se movió, comenzando a mostrar cierto interés.
– Me sentiría extremadamente tentado si tú, digamos… ¿me permitieras montar a tu Nelson? -respondió con una sonrisa traviesa.
– ¡Estaría firmando tu sentencia de muerte si permitiera algo tan descabellado! No estás tan desconsolado como para tentar al destino sólo para animarte. -Darcy trató de adoptar una actitud de severidad frente a los esfuerzos de Bingley por parecer inconsolable-. Vamos -dijo, abandonando esa actitud-, ¿vamos a caballo hasta Meryton o prefieres deambular por los corredores de Netherfield, acosando a todo el que salga de la habitación de la señorita Bennet?
– ¡Vayamos a Meryton, entonces! -Bingley soltó una carcajada junto a Darcy, pero luego se detuvo y siguió hablando con un tono más serio-: Me alegra que la señorita Elizabeth haya venido. Ella sabrá juzgar mejor la salud de su hermana que los criados o, Dios no lo permita, mis hermanas. Creo que la señorita Bennet estará encantada de tener a su lado a su hermana y no a unos desconocidos. -Se quedó en silencio durante un momento y luego pareció llegar a una conclusión-. Si la señorita Bennet no está mejor cuando regresemos, invitaré a la señorita Elizabeth a quedarse en Netherfield hasta que su hermana pueda regresar con seguridad a su casa. No hay nada objetable en eso, ¿o sí, Darcy?
– Nada en absoluto, Bingley. Todo es completamente apropiado. Es una idea excelente.
– ¡Bien! Entonces, te veré en el establo en veinte minutos. No… mejor media hora, e iremos hasta Meryton a llevar al correo tus cartas tan importantes. -La mejoría en el estado de ánimo hizo que Bingley se pusiera en marcha con energía y se dirigiera rápidamente a su alcoba a ponerse la ropa de montar. Como necesitaba mucho menos tiempo para cambiarse, Darcy se sirvió otra taza de café y la llevó hasta la ventana, donde se detuvo, apoyando un hombro contra el marco.
¿Realmente la presencia de Elizabeth en Netherfield sería una idea excelente, como acababa de decirle a Bingley? Estar en su compañía con tanta frecuencia y allí, donde había alcanzado cierto nivel de sosiego, era algo que amenazaba su tranquilidad; sin embargo, era el lugar perfecto para profundizar en su relación con ella. Allí, ella sería la invitada, la extraña, y él tendría la ventaja que le concedía la familiaridad.