– Ejem.
Darcy se recostó nuevamente en el asiento y miró a Bingley, cuya tos y la ceja que tenía enarcada expresaban una pregunta que él no estaba dispuesto a responder. Se encogió de hombros y volvió a dirigir su mirada hacia la noche a través de la ventanilla, tratando de alejar con determinación todos los pensamientos acerca de muchachas campesinas, en especial aquellas cuyos ojos brillantes parecían esconder interesantes secretos.
A la mañana siguiente a la fiesta de Meryton, Darcy se encontraba solo, sentado a la mesa del soleado comedor pequeño de Netherfield, acariciando una taza de café negro mientras leía con atención una carta de su hermana. Los Bingley y los Hurst todavía no habían bajado, pues se estaban recuperando de los sucesos de la noche anterior. Al no encontrar ninguna razón para romper el hábito de levantarse temprano, Darcy bajó a la hora acostumbrada y encontró que tenía el comedor sólo para él y que, sobre la mesita, lo aguardaba una muy esperada carta de su hermana Georgiana. Se sirvió una taza de la humeante bebida, se metió la carta bajo el brazo y miró a su alrededor en busca de un lugar cómodo donde pudiera disfrutar de las dos cosas. Si estuviera en su casa de Londres o en su mansión campestre, Pemberley, se habría dirigido a la biblioteca. Pero aquello no era Pemberley sino Netherfield. Y como la casa había sido recientemente alquilada por su amigo, la biblioteca estaba tristemente descuidada y era casi la habitación más incómoda de todo el lugar. Así que tendría que instalarse en aquella estancia, que era menos tranquila, y confiar en que sus anfitriones decidieran abandonarse un rato más al sueño, permitiéndole la privacidad que su carta merecía.
Mientras el delicioso aroma del café flotaba a su alrededor, Darcy rompió el sello de la carta de su hermana, que tenía un significado más considerable que las que acostumbraba recibir. Últimamente, desde el incidente con George Wickham, sus cartas consistían apenas en unas pocas líneas: informes sobre sus clases, sus progresos en la interpretación del piano, el nombre de los visitantes y cosas por el estilo. El suave brillo que hasta entonces había caracterizado a Georgiana se había convertido en un polvo ceniciento que cubría su corazón y la obligaba a retirarse del mundo. Darcy rezaba para que aquello fuese una cuestión pasajera y que haberse visto expuesta a semejante vileza no hubiese dañado de manera permanente la capacidad de su hermana para asumir su lugar en la sociedad. Abrió las hojas cuidadosamente dobladas y leyó:
18 de octubre
Queridísimo hermano:
Espero que al recibir esta carta te encuentres bien y contento durante tu estancia con el señor Bingley y su familia. ¿Qué te parece Netherfield? ¿Es agradable, tal como prometió el señor Bingley?
¿Qué le parecía Netherfield? La mansión era bastante agradable, excepto por la biblioteca. Se trataba, ciertamente, de una propiedad que Bingley podía administrar en ese momento de su vida. Sí, funcionaría… si los vecinos… Darcy volvió a concentrarse en la carta.
Recibí tu carta del… el pasado miércoles y tuve la intención de responder a tu amable solicitud enseguida, pero encontré que, en ese momento, no tenía mucho que contar que justificara el esfuerzo de enviar una carta hasta Hertfordshire. Eso ha cambiado radicalmente y dudo que pueda expresarme de una manera que transmita adecuadamente mis sentimientos actuales.
Darcy se enderezó un poco en la silla, mientras un cosquilleo de preocupación se deslizaba por su espalda. Estiró la mano para tomar la taza de café y le dio un largo sorbo.
Sé que has estado muy preocupado por mí desde los sucesos del verano pasado y, sinceramente, querido hermano, me he sentido muy mal. No creía que fuera posible confiar en nadie, excepto en ti, o aceptar la más mínima deferencia sin sospechar. No deseaba tener ningún contacto social y nada me hacía feliz excepto mi música que, debo confesártelo, también se había cubierto con un velo de melancolía. Esto no pasó inadvertido para la nueva dama de compañía que me enviaste. La señora Annesley, que es una mujer sabia, decidió no presionarme ni reprenderme por eso. Sin embargo, insistió en dar largos paseos por Pemberley, afirmando que sólo yo podía mostrarle realmente su hermosura y, desde luego, mis lugares favoritos. También me animó a retomar la tarea que nuestra madre abandonó hace tantos años: visitar a las familias de nuestros arrendatarios. Después de considerar su propuesta, encontré que deseaba hacer esas visitas; de hecho, que debía haberlas hecho hace mucho tiempo.
No sé exactamente cómo sucedió, hermano, pero ya no me encuentro agobiada por el pasado. Siempre me afectará, pero ahora sé que no gobernará mi vida. El gentil consejo y sereno aplomo de la señora Annesley han sido un bálsamo curativo y un valioso ejemplo. Elegiste bien, querido hermano, y bajo su cuidado me estoy recuperando y he ido adquiriendo más fortaleza de ánimo.
La carta cayó suavemente sobre la mesa al tiempo que la tensión de Darcy se evaporaba con un suspiro que no pudo reprimir. El resto contenía los acostumbrados informes sobre sus progresos académicos y musicales, aunque redactados con un tono más alegre que los que había recibido de Georgiana durante algunos meses. Cerró los ojos un momento. Ella estará bien, se aseguró mentalmente.
Al oír pasos, Darcy dobló rápidamente la carta, la deslizó en el bolsillo de la chaqueta y se levantó del asiento. La señorita Bingley entró en el comedor y enseguida vio que Darcy estaba solo en la mesa. Le hizo señas a un criado para que abandonara su puesto junto a la puerta y actuara de camarero, inclinó la cabeza ligeramente como respuesta a la reverencia de Darcy y permitió que él eligiera una silla para que ella se sentara.
– Señor Darcy, es usted un modelo para todos nosotros. -La señorita Bingley levantó la vista hacia él, mientras Darcy la ayudaba a sentarse-. Levantarse tan temprano, me atrevería a decir que antes del amanecer, después de una noche tan extenuante, en una compañía tan agotadora. ¡Me admira su fortaleza, señor!
Darcy recuperó su café y volvió a tomar asiento en el otro extremo de la mesa.
– No puedo reclamar ningún mérito por eso, señorita Bingley. Es únicamente una cuestión de costumbre, se lo aseguro.
– Una costumbre muy buena, señor Darcy, estoy convencida. ¡Pero su café ya debe de estar frío! Deje que Stevenson le sirva otro. ¡Pocas cosas pueden ser tan desagradables como el café frío! No puedo permitirlo. -La señorita Bingley se estremeció suavemente. Darcy ocultó tras la taza una incipiente mueca de disgusto, mientras daba otro sorbo a su café. Estaba tibio, pero él no iba a darle a Caroline Bingley la oportunidad de representar esa escena de intimidad doméstica que estaba intentando comenzar, en otro desafortunado intento por llamar su atención. Darcy colocó la taza sobre el platillo con determinación y comenzó a levantarse, cuando la señorita Bingley lo sorprendió con una pregunta sobre la carta.
– Por favor, cuénteme qué dice su querida hermana. Deseo saber qué tal le va con su nueva dama de compañía. ¿Se queja de ella, o es demasiado pronto para eso? ¡Cómo desearía que hubiese venido con nosotros a Netherfield! -Suspiró con irritación-. Su compañía sería un gran alivio para soportar a los galanes locales y sus «respetables» damas. -La señorita Bingley reorganizó la comida en el plato, mientras pensaba en sus nuevos vecinos-. Charles insiste en que hagamos visitas. Estoy segura, señor Darcy, de que usted coincidirá conmigo en que eso difícilmente sería un placer. Al igual que la fiesta de anoche. Dígame una cosa, señor, ¿acaso la velada de anoche no fue toda una prueba para su sensibilidad?