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Cuando él y Bingley se cansaron de jugar al billar, Darcy se mantuvo ocupado en diferentes cosas durante el resto del día. Leyó y jugó varias partidas de whist con las hermanas Bingley y Hurst. Durante la cena sólo habló con Bingley y Hurst acerca de un día de cacería. Después, les escribió cartas a todos los parientes y amigos en los que pudo pensar y que estuviesen esperando alguna noticia suya. Por último, la velada llegó a su fin y pudo retirarse con toda tranquilidad a sus aposentos. Al cerrar la puerta, tocó la campanilla para llamar a Fletcher y se felicitó por mantenerse en su propósito, pero al desplomarse pesadamente en un sillón, se dio cuenta de que el esfuerzo lo había fatigado de una manera que no guardaba proporción con el efecto que buscaba.

No pienses en eso, se ordenó, mientras cerraba los ojos y bostezaba. Estás demasiado cansado para analizarlo todo con detalle. Darcy estiró las piernas y se recostó para esperar a su ayuda de cámara.

– ¡Ejem! Señor Darcy. ¡Ejem!

Darcy abrió los ojos lentamente, pero al ver a Fletcher se sentó de un salto.

– ¡Fletcher! ¡Debí de quedarme dormido!

– Sí, señor. Estaba usted atrapado en los brazos de Morfeo. ¿Necesita esta noche alguna cosa distinta a lo usual, señor?

– No, no. -Darcy negó con la cabeza y bostezó-. Sólo quisiera continuar lo que empecé aquí en este sillón y lo más pronto posible.

– Claro, señor. ¿Puedo preguntarle qué chaqueta y qué chaleco desea que le planche para los servicios religiosos de mañana? -preguntó Fletcher mientras le quitaba a su amo la chaqueta y la corbata con habilidad. Darcy suspiró; la energía que necesitaba para concentrarse en esa pregunta parecía inalcanzable.

– ¿Tal vez la verde, señor, con el chaleco de rayas doradas y grises?

Darcy hizo una mueca y miró a Fletcher.

– Sí, supongo que sí. Aunque es un poco excesivo para una pequeña iglesia de pueblo, ¿no cree, Fletcher?

– ¿Excesivo, señor? Notable, ciertamente, pero ¿excesivo? No, señor -le aseguró Fletcher, mientras preparaba la ropa de dormir de su patrón.

Darcy miró de cerca a su ayuda de cámara.

– Así que notable, ¿ah? ¿Y por qué querría yo vestirme de manera «notable» mañana?

La mirada de Fletcher fue una representación del orgullo profesional.

– Señor Darcy. ¡Tengo una reputación que mantener!

– ¿En Hertfordshire?

– En cualquier lugar donde usted esté, señor. Es mi deber velar para que usted se presente siempre de una manera acorde con su posición y con la ocasión, señor. -Fletcher siguió con sus preparativos, ejecutándolos con exaltada dignidad.

– ¿Y los servicios religiosos de una iglesia de pueblo requieren una presentación «notable»? -preguntó Darcy con tono insistente, pues las protestas de Fletcher habían despertado sus sospechas.

– Perdóneme, señor, pero tenía la convicción de que el Señor estaba tan presente en una «iglesia de pueblo» como en Saint… en Londres.

– ¡Ejem! -resopló Darcy-. No estoy totalmente convencido de que su sinceridad en esto sea tan buena como su teología, pero estoy demasiado fatigado para discutir. Que sea la chaqueta verde.

– ¿Y el chaleco dorado y gris, señor?

– El gris con dorado -aceptó Darcy-. Aunque todavía no puedo entender por qué tengo que llevar un aspecto «notable» mañana.

– Muy bien, señor. Buenas noches, señor Darcy. -La sonrisa de Fletcher al salir despertó las dudas del caballero, pero la falta de sueño de la noche anterior, el brutal paseo a caballo de la mañana y la extenuante lucha contra su atracción por Elizabeth Bennet habían tenido un precio. En cuestión de segundos, cayó profundamente dormido, en un sopor sin sueños.

Capítulo 8

Su peor enemigo

Darcy se aflojó la corbata, dejándola un poco menos apretada de lo que su ayuda de cámara había juzgado necesario, y luego se miró al espejo mientras Fletcher daba una última sacudida con el cepillo a los hombros de su chaqueta verde.

– Listo, señor. -Fletcher le hizo dar la vuelta, mirándolo con ojo crítico. Se detuvo en el chaleco y, con un preciso movimiento del pulgar, volvió a presionar el doblez de la solapa, asintiendo con la cabeza en señal de satisfacción.

– Entonces ¿tengo su aprobación? -preguntó Darcy un poco exasperado por la extraordinaria atención que Fletcher le había prodigado al arreglar su atuendo para asistir a los servicios religiosos de una mañana cualquiera en la iglesia de Meryton.

– Estará bien, señor.

– ¡Bien! Fletcher, confío en que usted no haya perdido la cabeza conmigo. Cuando contraté sus servicios le advertí que no deseaba pasar por un petimetre.

– ¡Claro que no, señor! -exclamó Fletcher con dolida presunción-. Ni yo permitiría semejante desatino si alguien tratara de convencerlo de hacer el intento. No es su estilo, señor.

– En eso, al menos, estamos de acuerdo. -Darcy agarró sus guantes, mientras Fletcher abría la puerta de la habitación, con el sombrero de su patrón en la mano.

– Que tenga una buena mañana en el día del Señor, señor -dijo el ayuda de cámara haciendo una inclinación y entregándole a Darcy su sombrero de copa y su libro de oraciones. El gesto de Darcy al salir fue uno de esos movimientos de cabeza lentos y pensativos destinados a recordarle a Fletcher quién era el patrón. Completamente seguro del significado del gesto, el sirviente bajó los ojos con humildad y rápidamente cerró la puerta con firmeza.

Sacudiendo la cabeza por la gracia que le había causado el inexplicable comportamiento de su ayuda de cámara, Darcy descendió las escaleras hasta el vestíbulo principal. Al no ver todavía a nadie dispuesto a salir, sacó su reloj de bolsillo para ver si se había equivocado de hora. Comprobó con el reloj del vestíbulo que indicaba la hora convenida. Con el ceño fruncido, guardó el reloj y comenzó a caminar hacia el comedor del desayuno, pero enseguida se detuvo al oír voces que venían del corredor del piso superior. Darcy dio media vuelta y, volviendo sobre sus pasos, rodeó la pilastra de la escalera y miró hacia arriba, preparado para exigir mayor premura.

– ¡Elizabeth! -El nombre de la muchacha escapó de sus labios como un susurro, pero ella pareció oírlo porque levantó los ojos que tenía fijos en el suelo mientras bajaba la escalera para encontrarse con su mirada de admiración. Iba vestida de una manera encantadora, con un traje color crema adornado con delicado encaje blanco, sobre el cual llevaba una chaquetilla amarillo mostaza con ribetes verdes. Los colores le sentaban admirablemente bien, notó Darcy, y teñían su piel de un resplandor dorado. La señorita Elizabeth parecía vacilante, mientras observaba al caballero con una curiosa expresión de sorpresa. Sin pensarlo, Darcy avanzó unos pasos y, cuando llegó al lado de la muchacha, se detuvo y bajó la vista al ver su confusión.

– Señorita Elizabeth -murmuró Darcy y se inclinó hacia delante, teniendo el cuidado necesario debido a la estrechez de la escalera-. ¿Me permite? -Le ofreció el brazo y le señaló los escalones que aún faltaban.

– Señor Darcy… gracias, señor. -La voz de la muchacha tembló un poco cuando tomó el brazo de Darcy y miró afanosamente alrededor del vestíbulo-. Mi hermana viene detrás de mí… Y los demás vendrán enseguida.

– Espero que así sea o llegaremos muy tarde -logró decir Darcy en voz baja y estable, a pesar del temblor interno que le producía el hecho de sentir la ligera presión de la mano de la muchacha sobre su brazo. Era una imagen tan encantadora…; el suave color crema y el amarillo mostaza parecían combinar bien con la manga de su chaqueta. Casi como si…