Darcy rememoró algunos momentos del baile del día anterior. ¿Una prueba para su sensibilidad? Un eco del disgusto que había sentido reverberó a través de su cuerpo. Sí, una verdadera prueba. Aduladores fastidiosos, tímidas jovencitas e impertinentes mujeres mayores. Todos ellos calculando, evaluando, siguiendo con los ojos cada movimiento… De repente, recordó unos ojos con unas expresivas cejas enarcadas que lo desafiaban, intrigantes ojos llenos de interesantes secretos. Darcy se quedó absorto en ese recuerdo durante unos instantes, hasta que el tintineo de una cuchara golpeada con fuerza contra una taza le hizo recuperar la noción de la realidad, devolviéndolo a la presencia de su interrogadora. La sonrisa de la señorita Bingley apenas ocultaba la indignación que claramente estaba sintiendo por la falta de atención, pues tenía los ojos entrecerrados mientras esperaba una respuesta a su pregunta.
– ¿Una prueba, señorita Bingley? Tal vez para aquellos caballeros que, como yo, no disfrutaron con el baile. Pero con seguridad usted fue objeto de muchas amables atenciones y gran admiración. -Darcy esbozó una sonrisa de satisfacción. Ella no podía negar la evidente cortesía con que la habían tratado durante todo el baile. Despreciar esa gentileza sería inapropiado, aunque reconocer que había tenido éxito en medio de una sociedad tan limitada no era algo que pudiera exhibir como un trofeo, en especial en su compañía-. Tendrá que disculparme, señorita Bingley -continuó diciendo Darcy, en un tono que exigía más que solicitaba su permiso para retirarse. Con una sonrisa de desconcierto, Caroline no pudo hacer otra cosa que asentir con la cabeza mientras él se levantaba para marcharse. Mientras se dirigía hacia la puerta y los establos, la imagen de una joven muy distinta, con los ojos levantados hacia el cielo nocturno, apareció en su mente, haciéndole detenerse inesperadamente. Sacudiendo la cabeza, siguió su camino a los establos. ¡Al caballo, señor! ¡Has venido a inspeccionar los campos y las cercas, no las escuelas locales!
Darcy entró en el patio de la caballeriza y se alegró de ver a Nelson ya preparado e impaciente por una buena carrera. Balanceándose sobre la montura, concentró sus pensamientos en su caballo y señaló con la cabeza un campo bañado por los rayos de una deliciosa mañana otoñal.
Capítulo 2
Darcy regresó a Netherfield tras su cabalgada matutina, sintiendo todavía más admiración por el paisaje en el que estaba enclavada la mansión. Las granjas eran limpias y, a juzgar por la reciente cosecha, parecían prósperas. Los campos estaban rodeados de tapias, cercas o filas de árboles, en una disposición que era agradable a la vista y satisfacía incluso el gusto de un ávido cazador o jinete. Las tierras que correspondían a Netherfield necesitaban atención, pero Darcy no encontró nada especialmente incorrecto, o que no se pudiera corregir en poco tiempo con una cuidadosa administración y una inversión de capital. En resumen, era una buena propiedad, con problemas mínimos, excepto aquellos que mostrarían a Bingley lo que significaba ser un propietario. Tras desmontar, Darcy le dio a Nelson una fuerte y cariñosa palmada en el cuello, que terminó con una caricia sobre la amplia frente y un terrón de azúcar contra el hocico. Después de comer con cuidado el dulce manjar de la mano de Darcy, Nelson soltó un relincho para demostrar su satisfacción. Con una carcajada, el caballero se lo entregó al muchacho que salió del establo.
Un propietario. Una delicada sonrisa, apenas perceptible, cruzó el rostro de Darcy mientras oía en su cabeza el eco de esas palabras, pero pronunciadas por su padre. Bajo la cuidadosa tutela de su progenitor, comenzó a aprender a una tierna edad el significado exacto de esas palabras. En el primer recuerdo que acudía a su mente estaba sentado a horcajadas sobre una montura, instalado con seguridad en el regazo de su padre, aferrando con los dedos la crin del caballo, mientras el antiguo señor Darcy realizaba la inspección de primavera de las granjas y dependencias de Pemberley. Quizás estaba en aquel entonces empezando a caminar o, como mucho, tendría tres años, pero el recuerdo era lo suficientemente vivo como para convencer incluso a sus padres de que era cierto. Aquel paseo a caballo sirvió para introducirlo en su posición en la vida y las responsabilidades que venían aparejadas a ella, las cuales ahora sobrellevaba solo, con una justificada satisfacción que reflejaba, sin duda, la excelente preparación que le había dado su padre. Con mucha frecuencia, Darcy tenía ocasión de dar gracias al cielo por el ejemplo diario de atención al deber que había recibido de su padre y la experiencia práctica que había ganado bajo su orientación. Eso había hecho de Pemberley la joya que era. Darcy esperaba poder servir a su amigo Bingley de igual manera.
– ¡Aja, así que estás aquí! -resonó la voz de Bingley cuando Darcy entró en el vestíbulo de Netherfield-. Supongo que no puedo esperar que hayas aguardado un poco para permitirme el placer de llevarte a hacer un recorrido por las tierras de Netherfield, ¿no es cierto? -Bingley estaba parado en la puerta del salón, con los brazos cruzados y el ceño fruncido en una fingida actitud de seriedad, mientras miraba con indignación a su amigo.
– No tienes ninguna esperanza, Bingley -respondió Darcy sin remordimiento alguno-. ¡Es este maldito tiempo otoñal, que lo empuja a uno a salir!
– ¿De verdad? -inquirió Bingley con tono imperativo, obviamente disfrutando de la inusual experiencia de tener una ventaja sobre su amigo-. Yo más bien pienso que lo que te empujó a salir fue la perspectiva de tener que entretener a Caroline toda la mañana. ¡Dios sabe que yo también saldría disparado! -La actitud de superioridad que Bingley había asumido fue reemplazada por una queja genuina cuando continuó-: Pero, de verdad, Darcy, yo tenía la ilusión de recorrer la propiedad contigo.
– Y lo harás -se apresuró a decir Darcy-. Me disculpo por adelantarme, pero necesitaba ver Netherfield tal como es, sin hacerlo a través de tus ojos, como ocurriría si fuéramos juntos. Sabes perfectamente que me estarías llenando la cabeza de poesías sobre cada riachuelo o cada bosque. -Darcy hizo una breve pausa al ver la expresión de contenida objeción de Bingley ante aquella descripción-. ¡Sabes que tengo razón! Tales distracciones no me darían la oportunidad de serte de verdadera utilidad.
Con una sonrisa de amargura, Bingley reconoció que la excusa de su amigo era razonable.
– Sé que no es, y nunca será, como Pemberley. Pero hasta yo mismo puedo apreciar que puede convertirse en más de lo que es -respondió-. La cuestión es que no tengo ni la menor idea de por dónde empezar.
– Puedes comenzar por permitirme quitarme esta ropa de montar y reunirte conmigo para tomar algo fresco en… -Darcy miró alrededor, buscando una habitación en la cual fuera poco probable que entraran las damas o el señor Hurst- en la biblioteca. -Y aprovechando la oportunidad, agregó-: ¿Sería posible, Charles, trasladar allí un par de cómodas sillas? Es un lugar bastante espartano.
– Desde luego, Darcy, enseguida. No sabes cuánto…
– Entonces no digas nada, amigo. Contén tu gratitud hasta que me hayas oído. -Darcy no pudo evitar sonreír al ver el entusiasmo que se reflejó en el rostro de Bingley-. Si después de estar enterrado hasta la cintura en papeles, plumas rotas, informes de cosechas y cuentas, todavía sientes el impulso de mostrarme agradecimiento, estaré encantado de recibir tu gratitud. -Comenzó a avanzar hacia las escaleras y luego se detuvo y se volvió hacia su amigo con expresión severa-. Te advierto, Bingley, que obtener un diploma en Cambridge no es nada comparado con convertirse en un propietario cabal. Lo aprendí de la mayor autoridad.