– Me encuentro bastante bien, señor.
– ¿Y su hermana, la señorita Bennet, no ha sufrido ninguna recaída?
– Me complace decir que Jane disfruta de la misma buena salud que yo, señor Darcy.
– Ah, me alegro. -El caballero guardó silencio, pues la contemplación de los encantadores rasgos de la muchacha a punto estuvo de ofuscar sus facultades mentales. Ante la falta de palabras, Elizabeth enarcó una de sus delicadas cejas.
– Así que mi hermana disfrutará de esta velada plenamente. -Elizabeth volvió a hacer una reverencia-. Señor Darcy -se despidió, dejándolo en medio de la galería. La manera fría y brusca que la muchacha acababa de utilizar con él lo sorprendió, pero el placer de ver cómo se alejaba su figura fue suficiente compensación por el momento. Darcy se sacudió ligeramente la parte delantera de su chaqueta y escuchó el ruido de un papel.
¡Milton! Enseguida le vino a la mente el origen de las frases. ¡El libro que ella había estado leyendo en la biblioteca! Darcy sonrió para sus adentros, mientras avanzaba hacia el salón de baile a grandes zancadas. El canto de Adán después de ver por primera vez a Eva. ¡Qué apropiado! Entró en el salón y se colocó en un lugar donde tuviera la mejor vista del baile. Elizabeth estaba a un lado, absorta en una conversación con su amiga la señorita Lucas. «A fin de que permanezcas para siempre a mi lado…». Dejó escapar un suspiro, cambiando de posición y entrelazó las manos enguantadas sobre la espalda. ¡Qué apropiado! ¡Qué cierto!
Los músicos tocaron una cuerda para anunciar que el baile estaba a punto de comenzar. Bingley, observó Darcy, ya había pedido la mano de la señorita Bennet y la estaba escoltando ahora a la cabeza de la fila, un honor que no pasaría inadvertido para nadie. Caroline Bingley siguió, del brazo de sir William, con su hermana y su cuñado detrás. Darcy le lanzó una mirada de reojo a Elizabeth, que todavía estaba ocupada con la señorita Lucas, pero su vista se vio obstaculizada por un caballero que le resultaba vagamente conocido y decididamente peculiar. Frunció el ceño al ver que el hombre se inclinaba para besar la mano de Elizabeth y la dama le lanzaba a su amiga una mirada de impotencia. Tomaron su lugar en la fila y Darcy dio una vuelta alrededor, para satisfacer su curiosidad acerca de la identidad del hombre.
Ah, sí. Era su primo de Kent… el pastor. Se rió para sus adentros al ver la manera en que su dulce tormento fruncía los labios y levantaba la barbilla, tratando de aceptar con elegancia el hecho de tener que bailar con su primo. La música comenzó y sólo unos segundos después Darcy tuvo que mirar hacia otro lado para evitar estallar en un inapropiado ataque de risa. ¡El hombre realmente no tenía ni idea de bailar! La parte menos admirable de Darcy volvió a regodearse en la desdicha de Elizabeth. Al siguiente giro de la danza, el hombre tomó la dirección equivocada y luego agravó la confusión creada, ofreciendo profusas disculpas cuando lo único que debía hacer era prestar atención a los pasos. Inmediatamente después estuvo a punto de arrollar a una dama grande y pomposa cuando, con la cabeza inclinada, se lanzó prematuramente a hacer el cruce de parejas, lo que provocó que Elizabeth le murmurara instrucciones mientras se ruborizaba de mortificación. Luego, agarrando las manos de la muchacha, la hizo girar con tanto entusiasmo que Darcy casi llegó a temer por la seguridad de la señorita Elizabeth y de todos los que estaban alrededor de ellos.
Lo único que puede mantener esa sonrisa de indulgencia entre los otros participantes del baile, supuso Darcy mientras observaba muy entretenido, es su atuendo clerical. Es decir, todos menos Elizabeth. El rostro de la muchacha parecía mucho menos benevolente con su primo. La humillación que la invadía era tan completa que cuando Darcy cruzó una imprudente mirada con ella durante un giro, la fuerza de esa sensación lo sacudió. El consiguiente impulso a acudir en su ayuda fue tan poderoso que lo único que lo hizo desistir de dar más de un paso en su dirección fue la duda de que ella tomara a bien su intervención. El paso fue sutilmente reorientado y Darcy cruzó al lado de la fila de bailarines, fingiendo una indiferencia que realmente desearía sentir. Las emociones que Elizabeth Bennet había despertado en él esa noche eran desconocidas y su poder era supremamente perturbador. Era indispensable establecer una cierta distancia.
Se dirigió hasta el otro extremo del salón y dio media vuelta, justo a tiempo para presenciar otro paso en falso del absurdo pariente de Elizabeth. El baile terminó y el hombre abandonó a su pareja y procedió a ofrecerles disculpas a los otros bailarines, dejándola sola y sin compañía para abandonar la pista. De ser posible, la mirada que la muchacha dirigió a la espalda del pastor habría reducido su cuello de clérigo a un anillo de cenizas. ¡Y te lo habrías merecido, estúpido!
Darcy reflexionó sobre su plan de sorprenderla para que aceptara concederle un baile. A pesar de la falta de garantías, le pareció la estrategia más viable para su objetivo, pero no todavía. Ahora sólo atizaría el fuego. La dejaría recuperarse del baile con el pastor. Luego… Uno de los tenientes de Forster pasó rápidamente frente a él y avanzó hacia Elizabeth con paso decidido. Darcy esperó hasta que la vio aceptar bailar con él la siguiente pieza, antes de comenzar a buscar a Bingley entre el torbellino de trajes de baile, bruñidos bronces y chalecos llamativos.
– Creo que, con toda seguridad, puedes catalogar tu baile como un éxito, Bingley -le dijo al encontrar a su amigo entre dos bailes-. ¡Tal vez demasiado exitoso!
– ¿Demasiado exitoso? Una multitud es lo que realmente quieres decir -le dijo Bingley riéndose-. Para ser sincero, podría prescindir de unos cuantos oficiales que parecen no tener nada mejor que hacer que merodear alrededor de mujeres con las que yo quisiera conversar.
– ¿Mujeres? Bingley. -Darcy paseó la mirada a su alrededor-. Por lo que parece, estás bien rodeado de muchas mujeres que estarían encantadas…
– ¡Mujer, Darcy! No confundas, ni pretendas malinterpretarme.
– Bingley, te entiendo demasiado bien -dijo Darcy bajando la voz-. Has abierto el baile con ella y habéis bailado juntos varias veces. Si haces otra cosa similar, toda la comarca esperará oír el anuncio de boda el domingo.
– Bueno, al menos yo he bailado, y espero seguir haciéndolo, mientras que tú no has hecho más que pasearte por ahí con cortesía y observar a Elizabeth Bennet. -Bingley hizo una pausa para asentir y sonreír, en respuesta al saludo de alguien que acababa de llegar-. Y no pongas esa cara de póquer, porque no funcionará. Te conozco demasiado bien, amigo mío.
– Tiras flechas, Bingley, tiras flechas sin puntería. De hecho, sí tengo intención de bailar esta noche, cuando llegue el momento apropiado.
– Cuando llegue el momento… ¡Darcy!
– No me hagas preguntas…
– Así no me dirás mentiras. -Bingley sacudió la cabeza con desaliento-. ¿Cuándo será el momento apropiado? ¿Cuando suene la última campanada de medianoche? ¿Qué estás planeando, Darcy?
– Un ataque sorpresa, Bingley, y ya no te diré más. -Se alejó antes de que su anfitrión pudiera vislumbrar algo de sus planes. La música de la danza folclórica que separaba las tandas estaba a punto de terminar y él necesitaba buscar a Elizabeth antes de que otra casaca roja se la arrebatara. Un estremecimiento de inquietud le recorrió la espalda al recordar los temores y las predicciones de su ayuda de cámara sobre la velada, pero luego miró brevemente el chaleco que Fletcher le había insistido en que usara. Bueno, ya veremos, ¿no es así, amigo mío?
Cuando la encontró, Elizabeth estaba otra vez con la señorita Lucas y no se dio cuenta de que él se acercaba. Al oír el discreto «Ejem» de la señorita Lucas, Elizabeth dio media vuelta y casi se estrella contra su pecho.