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– Pero si no lo hago ahora, puede que no tenga otra oportunidad.

¿Realmente creía que él iba a discutir sobre su carácter en medio de un salón de baile? La disposición de Darcy para aceptar las preguntas de la muchacha terminó de manera brusca. Decidido a cerrar esta línea de conversación, se volvió hacia ella con una actitud de profunda arrogancia y respondió de manera gélida:

– De ningún modo desearía impedir cualquier satisfacción suya, señorita Bennet.

No había duda de que su actitud finalmente la había confundido. La muchacha se equivocó al hacer el siguiente movimiento y casi tropieza con el vuelo del vestido. Darcy se movió con rapidez para rescatarla de una caída segura. Elizabeth se zafó de sus manos tan pronto como pudo, murmurando unas confusas palabras de agradecimiento.

– Me complace serle útil, señorita Bennet -le dijo Darcy en voz baja. Ella no dijo nada más y terminaron el baile en silencio y en silencio se alejó después de que Darcy la acompañara hasta donde se encontraba un grupo de amigos. No pudo evitar que sus ojos la buscaran después de ocupar su lugar al otro lado del salón. Se había despedido de sus amigos y parecía absorta en un detallado examen de uno de los ramos de flores que adornaban el lugar. La actitud pensativa de la muchacha fue evidente para Darcy, que se preguntó, con un creciente sentimiento de compasión, qué sería lo que Wickham le había dicho y que le estaba robando la paz.

¡Más fechorías que agregar a su lista, el sinvergüenza! ¿Qué historias puede estar divulgando que han hecho que ella traspase de esa manera los límites de la corrección? ¡Y Forster! Eso podría explicar la frialdad de su saludo esta noche. ¡Wickham! No está aquí, pero de todas maneras está presente. Un diablillo malvado que se cruzó entre… Darcy dejó sin terminar aquel pensamiento. ¡Que ha venido a interrumpir mi tranquilidad!

De repente, Darcy sintió la necesidad de un poco de aire fresco y algo de soledad. Tras lanzar una última mirada a Elizabeth, dio media vuelta, se abrió paso a través de la alegre fila de bailarines y buscó la primera salida. El aire frío le golpeó la cara y, tal como había anticipado, comenzó a aclararle la mente. Los hilos dorados y verde esmeralda de su chaleco titilaron con la luz, atrayendo la mirada de Darcy mientras se paseaba por la terraza bajo una luna inclemente. Resopló al recordar la advertencia de Fletcher de que su problema con «la señora» no era más que una comedia de equivocaciones.

Si esto es comedia, Fletcher, no podría soportar sus tragedias. Darcy se detuvo y levantó la mirada hacia la luna. No estoy molesto con ella. Ella no tiene la culpa, ella es… Fue el frío, con seguridad, lo que le provocó un estremecimiento. ¿Mi otra mitad? Darcy negó con la cabeza y, poniéndose los brazos alrededor del cuerpo, apretó las manos contra los costados y movió los pies. Tu estupidez parece haberte seguido hasta aquí. Entonces, ¿qué haces congelándote? Puedes ser igual de tonto sin tener que soportar tanto frío.

Capítulo 10

Totalmente inaceptable

– ¡Señor Darcy, ¡no pretenderá usted salir al aire libre! -Darcy miró por encima del hombro mientras cerraba la puerta y vio la cara de asombro de Caroline Bingley-. Debería darle vergüenza, señor -continuó diciendo con fingido tono de desaliento-, dejarme sola atendiendo a los bárbaros… ¡y en mi propia casa! ¡Qué descortesía!

Darcy sonrió y le ofreció su brazo.

– Llega usted demasiado tarde, señorita Bingley. Acabo de regresar de tomar un poco de aire fresco. Diré, en mi defensa, que dudo que mi ausencia haya ocasionado la exhibición de un comportamiento inapropiado por parte de sus invitados. Todo parece estar en orden -añadió, mirando a su alrededor-. En todo caso, usted ciertamente puede reclutar los servicios de su hermano si necesita refuerzos.

Al oír las afirmaciones de Darcy, la mirada de la señorita Bingley adquirió un matiz de inquietud.

– ¡Charles! Él no serviría de nada, ¡qué hombre tan provocador! -Viendo la mirada de desconcierto de Darcy, la señorita Bingley se apresuró a explicar-: Lo que más me ha afectado en su ausencia es precisamente el comportamiento de Charles. La desconsideración que ha mostrado de manera tan abierta al prestarle exclusiva atención a la señorita Bennet ya no puede pasar inadvertida para los otros invitados. -Levantó la mano con un gesto de impotencia-. Señor Darcy, ¿qué vamos a hacer? Si un buen amigo no lo aconseja, me temo que Charles cometerá un grave error… uno que bien le puede cerrar las puertas de la alta sociedad.

– Entonces, ¿todavía está con ella? -El rostro de Darcy adquirió una expresión sombría.

– Oh, sí -suspiró la señorita Bingley-, es posible que ya esté atrapado. De verdad, señor Darcy, ¡la gente ya está empezando a murmurar! Justo ahora, ese insufrible hombre, sir William, me estaba insinuando que los deberes como señora de Netherfield ya pronto dejarían de ser una carga para mí. Si ese hombre se atreve a decirme semejante cosa, lo más probable es que se lo haya dicho también a los demás. De eso puede estar usted seguro. -La señorita Bingley guardó silencio durante un segundo, y apoyando la mano sobre el brazo de Darcy, lo miró a la cara con expresión de súplica-. Charles lo escuchará a usted. Siempre ha sido un buen amigo para él.

– Hablaré con su hermano, señorita Bingley. Es lo único que puedo prometer. -Darcy miró detrás de ella, hacia la puerta del salón de baile y ella siguió la dirección de su mirada, pero sólo vio al ridículo clérigo que había acompañado a las Bennet esa noche.

– Contar con su orientación es lo mejor que puedo desear para Charles. Él es, en efecto, muy afortunado en lo que respecta a sus amigos. -Le dio una discreta palmadita al brazo de Darcy-. Cambiando de tema, me pareció ver que hoy ha recibido una carta de su tía, lady Catherine de Bourgh. Debe de haberlo invitado a Rosings para Navidad, ¿no es así?

– La carta era de lady Catherine -admitió Darcy mientras la conducía de regreso al salón de baile-, pero mi tía nunca me invitaría a Rosings para Navidad. Las visitas siempre se realizan, necesariamente, durante la primavera y, si es posible, en compañía de mi primo, el coronel Fitzwilliam. Mi prima Anne, la hija de lady Catherine, es de constitución delicada y le afecta particularmente el invierno -explicó.

– Entonces, ¿tendremos la felicidad de contar con su compañía en Londres durante las fiestas, así como durante la temporada de eventos sociales?

– De nuevo tengo que responderle negativamente, señorita Bingley. Cuando concluya mis asuntos en Londres la próxima semana, partiré hacia Pemberley y pasaré la Navidad con mi hermana. -Darcy se encogió de hombros-. Mi padre, y el suyo antes que él, siempre pasó la Navidad en Pemberley. Nuestra gente así lo espera y se ha convertido en una tradición de los Darcy que, bajo la administración de mi padre, despertaba gran expectativa con varias semanas de antelación. Ya han pasado cinco años desde su muerte y es hora de que Georgiana y yo revivamos la costumbre. Creo que ella no disfrutaría mucho si pasa la Navidad en Londres, lejos de los agradables recuerdos de las celebraciones del pasado.

– ¡Qué hermano tan considerado! -bromeó la señorita Bingley.

– Tal vez -dijo Darcy-, pero Georgiana se merece cualquier placer que yo le pueda proporcionar.

– Estoy segura de que así es -replicó rápidamente la señorita Bingley-. ¿Regresará ella a Londres con usted para la temporada social de este año?

– Considero que todavía es demasiado joven para eso, señorita Bingley, pero pretendo persuadirla de ir a la ciudad durante parte del invierno, al menos. -Un toquecito en el codo interrumpió su atención y Darcy se giró para ver al desafortunado pariente de Elizabeth levantándose después de hacer una solemne reverencia. ¡Qué cosa tan inconveniente! Darcy respondió al saludo con un gesto sencillo de cabeza, momentáneamente fascinado por la vulgar presunción del hombre.