– Señor Darcy -comenzó a decir el hombre sin que mediara ningún preámbulo-, por favor permítame presentarle mis respetos, señor, después de asegurarle primero que mi negligencia al saludarlo se ha debido enteramente al total desconocimiento de la relación que existía entre usted y mi más noble protectora, lady Catherine de Bourgh. Porque debe usted saber que su graciosa y supremamente bondadosa pariente le ha confiado a este humilde servidor el cuidado de su gente al otorgarme el derecho a vivir en la parroquia de Hunsford. El hecho de que yo pudiera encontrarme aquí, en este lugar, con el sobrino de esa maravillosa dama estaba fuera del alcance de mi imaginación; en consecuencia, no me he dado cuenta y debo expresarle mis más sentidas excusas por no presentarme enseguida ante usted, señor. -El hombre terminó su discurso sin aire y se inclinó nuevamente.
– Es usted demasiado exigente, señor -respondió Darcy con fría cortesía-. Estoy seguro de que debe ser de gran utilidad para lady Catherine…
– En eso, señor Darcy -interrumpió el señor Collins-, encuentro mi mayor apoyo y satisfacción. Lady Catherine de Bourgh es una mujer de tal perspicacia y agudeza mental que sólo puede ser enormemente apreciada por todos sus parientes. Como su sobrino, usted debe estar ávido por saber cómo se encuentra, y yo me hallo felizmente en posesión de noticias tan frescas sobre su señoría que puedo asegurarle que continúa gozando de buena salud.
Este hombre es un completo idiota, decidió Darcy, una vez que su paciencia fue puesta a prueba más allá de los límites de la cortesía. Fijó la mirada más allá del pastor de su tía para buscar a Bingley, pero no estaba en ningún lugar del salón de baile. ¡Bingley, no me digas que también la has acompañado a cenar!, renegó Darcy en silencio. ¡Tenía que encontrarlo! Pero parecía que el obsequioso discurso del hombre que tenía frente a él iba a continuar indefinidamente a menos que algo lo obligara a detenerse. A la primera oportunidad que Collins tuvo para detenerse a tomar aire, Darcy inclinó rápidamente la cabeza y, sin decir palabra, se alejó en dirección al comedor, decidido a hacer entrar a su amigo en razón.
El salón destinado a servir la cena estaba lleno de invitados. Primero Darcy disminuyó el paso y luego se detuvo justo al pasar la puerta, pues la reticencia a mezclarse hombro con hombro con todo Hertfordshire casi lo hace desistir de su búsqueda. Aprovechando su estatura, echó un vistazo al salón y localizó a su presa. La señorita Bingley no había exagerado. Allí estaba Charles, sentado a la mesa con la señorita Jane Bennet todavía a su lado, rodeado por una buena cantidad de sus invitados, ignorando con alegre despreocupación todos los límites que lo liberarían de la necesidad de declarar sus intenciones ante el padre de la señorita Bennet por la mañana.
¡Idiota!, dijo Darcy para sus adentros. ¿Qué estás haciendo, por amor de Dios? ¿Cómo puedo ayudarte ahora? No había manera de atraer discretamente la atención de Bingley. Darcy podría abrirse paso entre la gente, pero ¿qué iba a decir cuando llegara al lado de su amigo, si éste estaba ocupado con sus invitados? ¡Un criado! Sí, ¡podría enviar a un criado para que lo llamara con urgencia! Pero ¿qué podría decirle en una entrevista tan corta, que sirviera a su propósito? En lugar de eso, lo más probable es que despertara la desafortunada tendencia de Bingley a la testarudez, y ¡Dios sabía lo que podría pasar entonces! No se veía ninguna otra solución posible, lo cual ponía a Darcy en una situación incómoda. Al parecer, no había otra cosa que hacer que esperar hasta que Bingley estuviese solo.
Tras inclinarse por ese camino tan poco satisfactorio, los deliciosos aromas de la mesa del banquete comenzaron a atraer sus sentidos. Agradecido por no tener que tomar ninguna decisión más urgente que comer, se acercó a la mesa y, tomando un plato, se sirvió una selección de carnes y un vaso de vino. Luego dio media vuelta y se dedicó a la tarea de encontrar la tarjeta con su nombre entre los adornos que llenaban las largas mesas. Su mirada recorrió las filas de mesas de un lado a otro, buscando la silla vacía que indicaría su lugar reservado. ¡Allí! Darcy miró la tarjeta que estaba al otro lado de la mesa más cercana, pero cuando se encontraba concentrado en eso, su atención fue atraída por unos rizos adornados con flores que subían y bajaban. Volvió a mirar el nombre de la tarjeta y luego, justo frente a él, se encontró con los ojos asombrados y cautelosos de Elizabeth. Enseguida cruzó por su mente la idea de que aquella disposición de lugares había sido hecha a propósito, y no por la señorita Bingley. Le lanzó una mirada a su amigo. ¿Charles? Quienquiera que lo hubiese arreglado, ya no había nada que hacer. Con un cosquilleo de inquietud, puso su plato sobre la mesa y tomó asiento en silencio frente a Elizabeth.
– … será pronto, de eso puede estar usted segura, lady Lucas. No estoy de acuerdo con los compromisos largos y no creo engañarme al pensar que al señor Bingley tampoco le gustan. Mírelos y verá usted que él está más que impaciente por concluir el asunto.
El complaciente ronroneo que caracterizaba la voz de la mujer hizo que Darcy recordara con claridad la primera impresión que había tenido de la señora Fanny Bennet. Estaba sentada frente a él, pero dos puestos más allá, tan regordeta e indiferente a su presencia como un viejo gato atigrado, cuyos ávidos ojos estuviesen fijos en un ratón particularmente apetitoso. Darcy siempre había detestado a los gatos, pues su atención selectiva frente a la autoridad y su propensión a divertirse amenazando su comida no resultaban muy recomendables para la disciplinada forma de vida de Darcy. La noche que se vieron por primera vez, la señora Bennet le causó exactamente la misma impresión.
– Un joven tan encantador, ¡y tan rico! El partido perfecto para mi hermosa Jane, en todos los aspectos. ¡Y cuando uno piensa que Netherfield está sólo a tres millas de Longbourn! Bueno… siendo usted también madre, lady Lucas, puede apreciar las ventajas enseguida.
Darcy frunció el ceño ante la abrumadora vulgaridad de la señora Bennet al hablar sobre las expectativas que le despertaba la idea de tener a Bingley como yerno. Tomó el cuchillo y el tenedor y, casi sin saber lo que hacía, comenzó a cortar la carne.
– Usted se puede imaginar el enorme consuelo que siento al ver la deferencia y el cariño con que tratan a Jane las hermanas del señor Bingley. Con toda seguridad, ellas deben anhelar el compromiso. Y ¿por qué no? El apellido Bennet, aunque no es noble, tampoco es desconocido entre los grandes de Inglaterra.
Cuando el trozo de jamón que acababa de meterse a la boca amenazó con atragantarlo, Darcy tomó rápidamente su vaso de vino y le dio un generoso sorbo para facilitar el paso del bocado por la garganta. ¡Insoportable! Un cruel desprecio congeló su actitud. ¿Acaso aquella mujer había perdido el juicio o simplemente le gustaba engañarse? Miró de reojo a Elizabeth al otro lado de la mesa y enseguida sintió en sus propias mejillas el calor que ruborizaba a la muchacha. Sus ojos miraban en todas direcciones menos hacia él y le temblaba el labio inferior. Darcy volvió a mirar su copa y agitó su contenido.
– Aún más, es una circunstancia muy prometedora para las niñas más jóvenes y un gran alivio para mí. ¿Le sorprende que diga eso? ¿Por qué? Con seguridad… el hecho de que Jane se case tan bien contribuirá a poner a sus hermanas en el camino de otros hombres ricos.