Darcy se permitió respirar nuevamente y le hizo señas a un criado para que volviera a llenar su vaso. Agarrándolo con dedos fríos a causa de la indignación, se levantó y se dirigió rápidamente hacia la exigua sombra de la chimenea. Le dio un generoso sorbo a su vaso y luego se giró para observar a los invitados de Bingley. ¡Su valoración inicial había sido totalmente acertada! Iracundo, bebió otro trago. La sociedad campesina y su idea de modales y distinción estaban lejos de lo que se consideraba correcto. Desde el momento en que llegó al campo, había sido insultado, humillado o halagado de manera servil por sus habitantes principales. Se desconocían totalmente las reglas sociales, se permitía que las jovencitas crecieran sin control y en cualquier momento uno podía ser víctima de la mayor falta de decoro, ¡incluso en un baile!
Recorrió con su mirada la multitud hasta encontrar a Bingley en un rincón, con la cabeza inclinada, en medio de una conversación privada con la señorita Bennet, mientras el baile se desarrollaba sin orden ni concierto. ¡No! Darcy sacudió la cabeza. ¡Por el bien de Charles, aquello debía llegar a su fin! A pesar de las afirmaciones de su madre, la señorita Bennet no tenía más mérito que ser la hija de un caballero, sin ninguna influencia que beneficiara a su amigo, y una pequeña dote que no significaría ningún aumento en sus ingresos o propiedades. A eso había que añadir que significaría para Bingley la adquisición de una suegra increíblemente vulgar, de cuatro -no, tres- hermanas sin ningún talento, a las cuales se esperaría que presentara en sociedad, un sarcástico ermitaño por suegro y una innumerable cantidad de personas de la clase profesional. Era una descripción que presagiaba el desastre. Darcy sabía cuánta influencia tenía sobre su amigo, y era probable que aquel asunto la pusiera a prueba, pero tenía que, debía, salvarlo de un destino condenado al fracaso.
Bebió lo que quedaba del vino y, con un propósito claro en mente, depositó el vaso sobre la mesa más cercana, preparado para poner en marcha su plan, cuando el susurro de un papel interrumpió sus pensamientos y le recordó las expectativas con las cuales había iniciado la velada. ¿Qué era lo que deseaba que resultara de esta noche? ¿Sólo la buena opinión de Elizabeth Bennet sobre él? Darcy dio un paso atrás entre las sombras. Ella todavía estaba sentada, escuchando de manera respetuosa a una dama cuyo atractivo eclipsaba de lejos. Todavía estaba un poco colorada, pero tenía mejor aspecto. La sesión de canto terminó y el comedor comenzó a vaciarse en busca de más baile. Elizabeth se levantó junto con los demás y se dirigió hacia donde se encontraba su amiga, la señorita Lucas.
Su respeto. Darcy había deseado granjearse el respeto de Elizabeth, su amistad, un oasis de ingenio y gracia en medio de un desierto de estupidez provinciana. Quería la sensación de vitalidad que sentía en su presencia y que fluía a través de él como un buen vino. Deseaba que esos maravillosos ojos se posaran en él con un sentimiento más profundo que la burla o la rivalidad. Elizabeth y la señorita Lucas salieron del salón; Darcy las siguió con la mirada, mientras sentía un espasmo de dolor en lo más profundo de su corazón. La carta que tenía en el bolsillo de la chaqueta volvió a crujir cuando él se tocó el pecho casi sin darse cuenta. Ya no habría forma de conseguir una buena opinión de la señorita Elizabeth Bennet. Lo que él quería hacer, lo que debía hacer, por el bien de Charles, le aseguraría su irrevocable antipatía.
– Caroline, te ruego que no pidas mi opinión ni mi ayuda, ni nada más esta noche -le dijo Bingley a su hermana, después de cerrar la puerta tras la partida de la familia Bennet-. Toda la velada ha resultado espléndida, querida. -Hizo una pausa en su elogio, mientras el reloj de pared daba una campanada-. ¿De verdad son las dos y media? ¡Por Dios! Darcy, si vamos a salir mañana, tengo que irme a la cama enseguida. -Bingley se detuvo al pie de las escaleras, trató infructuosamente de reprimir un bostezo y luego le dijo a su hermana con un tono que la desarmó-: De verdad, Caroline, mereces la mayor de las felicitaciones. Todo el mundo hablará de esta noche durante semanas. Bien hecho y ¡buenas noches a todos! -les dijo a los criados que estaban cerca y que todavía trabajaban para restablecer el orden en los salones ahora vacíos-. Darcy -añadió, haciendo un gesto hacia su amigo-, hoy tendrás que servirte el brandy solo. Yo no sería capaz.
– A la cama, Charles. Si lo necesito, ya sé dónde está. Dile a tu ayuda de cámara que te tenga preparado a las doce o yo mismo iré a buscarte -lo amenazó Darcy en tono jocoso.
– Después de esa advertencia, os deseo a todos buenas noches -dijo Bingley, estremeciéndose-. Excepto a Darcy, que espero que dé vueltas toda la noche.
El caballero se rió en respuesta al comentario burlón de su amigo y se preguntó hasta qué punto se cumplirían los deseos de Bingley. No le cabía duda de que el sueño le sería esquivo esa noche. La tarea que tenía ante él era una pesada carga para su mente.
– Louisa, tú y el señor Hurst no tenéis que esperarme. Todavía tengo algo que hacer esta noche. -La señorita Bingley le dirigió una sonrisa de agotamiento a su hermana. Darcy vio que la señora Hurst parecía demasiado fatigada para preguntarse si sería apropiado que su hermana se quedara en compañía de Darcy a solas, y por esa vez, se alegró de ello. Su plan para separar a Bingley de la señorita Bennet necesitaba un aliado, y Darcy sabía que en Caroline encontraría uno bien dispuesto.
– Señor Darcy. -La señorita Bingley se volvió hacia él tan pronto como subieron los Hurst-. ¡Charles todavía está en las garras de esa muchacha! ¡Esperaba que usted hablara con él!
– Lamento mucho haberla decepcionado, señorita Bingley. No he tenido oportunidad de complacerla. No podía agarrarlo del cuello y sacudirlo como una marioneta. -Darcy la miró con frialdad y con un aire de superioridad-. Y usted sabe perfectamente cómo se tomaría Charles una charla sobre este tema, incluso viniendo de mí.
– Él no quiere oír más que elogios sobre la señorita Bennet.
– Precisamente -respondió Darcy de manera contundente-. Pero si usted es capaz de seguir mis instrucciones, creo que todavía podemos salvarlo de cometer un desastroso error.
– Lo que sea, señor Darcy. Todo lo que esté a mi alcance.
A Darcy se le congeló la sangre al oír esas palabras, exactamente lo mismo que Charles le había dicho hacía sólo unos días. ¿Qué estaba haciendo? Aquella duplicidad era totalmente ajena a su carácter y le resultaba repugnante. Pero al acordarse de la funesta naturaleza de las inclinaciones de su amigo, suprimió la oleada de inquietud que sintió en lo más hondo de sus entrañas.
– Señor Darcy, ¿qué quiere usted que haga? -insistió la señorita Bingley.
– Espere unos cuantos días después de que hayamos salido para Londres. Luego despida a los criados, cierre la casa y síganos a la ciudad. Pero no permita que Charles se entere de su llegada. Cuando tenga la certeza de que mis planes han dado fruto, le enviaré una nota. Sólo en ese momento debe usted avisarle de su llegada. Lo único que tendrá que hacer será confirmar a su hermano lo que yo le he dicho, pero con el más suave de los tonos. ¡No lo atosigue! ¿Podrá hacerlo, señorita Bingley?
– S-s-sí, será como usted dice, señor Darcy. -La señorita Bingley se estremeció ante la seriedad de la actitud de Darcy.