– Sí… ¿excepto qué?
– Mencionaste a la Catalani, la diva, y estoy tentado de asistir a la velada en casa de lady Melbourne.
– ¡Tentado! ¿Quieres ir? Me gustaría ir, pero sólo si tú vas. Ese grupo está un poco fuera de mi alcance. -Bingley comenzó a probar con deleite la deliciosa comida que tenía delante.
Darcy soltó un resoplido.
– ¡Ese grupo! No permitas que sus títulos y su aire de superioridad te engañen, Bingley. Ellos ocultan una historia llena de peligros y traiciones, de la que harías muy bien en mantenerte al margen. Su credo es la intriga y la ambición, pobre del hombre o la mujer que queden atrapados en sus maquinaciones.
– ¡Tienes una opinión más bien negativa, Darcy! Pero me atrevería a decir que soy demasiado insignificante para atraer su atención y por eso me puedo arriesgar a entrar en la jaula del león sin correr mucho peligro. ¡Y oír a la Catalani! -dijo con tono de súplica-. ¡Darcy, tenemos que ir!
Una sombra de duda cubrió los rasgos de Darcy al mismo tiempo que miraba a su amigo, pero ante tanta insistencia no pudo hacer otra cosa que aceptar.
– Entonces que así sea, Bingley; iremos. Pero estás advertido y debes tener cuidado. Pasaré a buscarte a las nueve mañana por la noche.
– Maravilloso, Darcy. -Los dos se concentraron en su cena, mientras Bingley intercalaba noticias deportivas y chismes del club, entre bocados de pollo relleno, chartreuse y ternera al aceite de oliva. Una vez que los dos hicieron justicia al arte de monsieur Jules, volvieron a la biblioteca a tomar una copa de oporto, que Bingley aceptó con un suspiro.
– ¿Charles?
– Ya han pasado dos semanas, ¿sabes?
– ¿Dos semanas?
– Sí, dos semanas desde el baile. Hace dos semanas que vi por última vez a la señorita Bennet. ¡Parece un siglo! ¿No crees que estaba adorable? Apenas pude separarme de su lado. -La atención de Bingley pareció alejarse de lo que lo rodeaba.
– Sí, bueno, eso resultó evidente para todo el que tuviera ojos, amigo. -Darcy hizo una pausa y, desplegando sus fuerzas, preguntó de manera desinteresada-: ¿Dirías que ella siente lo mismo?
Bingley se estremeció un poco y se giró para mirar a su amigo con desconcierto.
– Sí, claro. ¿Por qué lo preguntas?
– ¿En qué basas tu opinión exactamente? ¿Acaso te confesó su amor?
– ¡No, no, claro que no! -Bingley puso su vaso sobre la mesa, se alejó un poco y luego regresó a recogerlo-. ¡Qué ocurrencia, Darcy! La señorita Bennet es una dama bien educada. Ella nunca…
– Entonces ¿te miró de una manera que hiciera innecesarias las palabras de amor, de afecto? -insistió Darcy.
Bingley abrió la boca para protestar.
– Te recuerdo otra vez que la señorita Bennet es una dama. Eso sería totalmente inapropiado.
– Entonces dime, Charles. -Darcy cerró filas, sin permitirle a su amigo ni una oportunidad de desviarse del tema-. ¿En qué te basas para creer que ella te tiene en mayor estima que a otros hombres de su círculo? Admites que no te ha hablado de amor, ni te ha obsequiado con miradas llenas de tierno afecto. Entonces, ¿qué?
– Un hombre simplemente lo sabe -espetó Bingley.
Darcy se encogió de hombros con actitud escéptica.
– Tú crees que estoy exagerando, pero ¡te juro que no! Esta vez no.
– Ah, sí. «Esta vez no» -replicó Darcy con voz suave. Bingley se quedó contemplando el vaso mientras su amigo, manteniendo siempre un aire de indiferencia, se sentaba y le daba un sorbo a su oporto. A medida que el silencio se hacía más profundo, miró de reojo a Charles, tratando de adivinar sus pensamientos. La insistencia con que movía la barbilla indicaba una profunda agitación.
– ¿Tú crees que el afecto de sus atenciones está en mi imaginación? -La pregunta de Bingley parecía casi una afirmación.
– Charles -contestó Darcy con tono conciliador-, debes juzgar eso por ti mismo. Yo sólo quiero advertirte, prevenirte para que no establezcas una unión que te traería más dolor que satisfacción. Los inconvenientes de la señorita Bennet y su familia son muchos, aunque pueden controlarse si tú estás absolutamente convencido de su devoción. Pero si el matrimonio se realiza sólo por el deseo de la dama de escalar una posición social… -Dejó la frase sin terminar.
Bingley se tomó de un trago el resto del contenido de su copa.
– Sí, bueno, no hay necesidad de decir más. Entonces, ¿mañana a las nueve? -Se levantó de la silla y, para sorpresa de Darcy, le hizo una inclinación-. Creo que me retiraré temprano esta noche, Darcy. Tengo algunas citas que atender en la mañana. Me imagino que debo vestirme de gala para asistir a la casa de lady Melbourne.
– Sí, pero con mesura. Sin duda Brummell estará allí, y será mejor no atraer su atención para no tener que tolerar sus comentarios. Entonces, ¿tienes que marcharte?
– Lamentablemente, sí. ¡Ah, no te levantes! -se apresuró a añadir al ver que Darcy comenzaba a incorporarse-. Conozco la salida.
– Pamplinas. -Darcy se levantó de la silla y llamó a un lacayo. -Las cosas del señor Bingley, por favor. -Se volvió hacia su amigo-. Charles, he hablado con Hinchcliffe.
– ¡Supongo que no sería sobre su comportamiento conmigo! ¡Darcy!
– No, no… sobre su sobrino. Estará preparado para presentarse ante ti en unos pocos meses; Hinchcliffe me ha dado su palabra. -Ya habían llegado al vestíbulo y Witcher sostenía el sombrero, el abrigo y los guantes de Bingley.
– Gracias, Darcy. -Bingley logró esbozar una sonrisa que, aunque discreta, sorprendió a Darcy por su sinceridad-. Agradezco inmensamente tu apoyo en esto. Siempre has sido un buen amigo.
Darcy no esperó a que la gigantesca puerta principal terminara de cerrarse para dar media vuelta y buscar nuevamente el refugio de su biblioteca. Casi se desploma en la silla. Permaneció allí inmóvil, y ni siquiera se inmutó cuando un criado entró en silencio para atizar el fuego de la chimenea.
«Siempre has sido un buen amigo». Darcy cerró los ojos y apretó la mandíbula. ¿Acaso las heridas causadas por un amigo nunca curan? Darcy dirigió su pregunta al cielo. ¡Mejor ponerse colorado una vez que pálido toda la vida porque ese amigo no hizo nada!
La repentina necesidad de hacer algo, cualquier cosa, se apoderó de él. Se puso de pie, dirigiéndose hasta la vitrina que tenía a su espalda, se quitó la chaqueta, el chaleco y la corbata y los tiró sobre una silla. Tras abrir rápidamente la vitrina, examinó la colección y seleccionó un estoque perfectamente equilibrado. Tomando una lámpara que había sobre el escritorio, salió de la biblioteca hacia el corredor. ¿Adónde ir? Después de dudar sólo un instante, se dirigió al salón de baile. No se encontró con ningún criado en el camino y pudo deslizarse en la gran estancia sin hacer ruido. Puso la lámpara sobre una consola estilo Sheraton que estaba contra la pared, y se dirigió hacia la pista, ejecutando movimientos amplios y cortantes mientras avanzaba. Los músculos de su hombro protestaron después de un mes sin hacer ejercicio, pero Darcy los ignoró y siguió con el entrenamiento hasta que aflojaron y él se sintió seguro del alcance y el equilibrio de su espada. Luego, llevándose el estoque a los labios, asumió la posición de «en guardia», poniendo el cuerpo en la curiosa pose al mismo tiempo tensa y relajada de los espadachines expertos.
Darcy lanzó una estocada. Su oponente imaginario esquivó el movimiento. Volvió a atacar. Esta vez el golpe fue esquivado, pero el oponente lanzó un rápido contragolpe. Levantó el estoque para bloquear el ataque, luego dobló la muñeca y usó el filo para desequilibrar a su enemigo. No tuvo éxito. Bloquear… bloquear otra vez, atacar. Darcy soltó una carcajada. ¡Eso lo estremeció! Atacó y el otro tuvo que retroceder un paso, luego dos.
La llama de la lámpara se reflejaba de manera intermitente sobre la espada, mientras Darcy practicaba las formas clásicas de avance y retroceso. Adelante y atrás sobre la pista a oscuras, Darcy persiguió, acechó y otras veces se enfrentó a su enemigo imaginario, hasta que unas gotas de sudor aparecieron en su frente y el brazo que sostenía el estoque sucumbió al peso del arma. Con un movimiento final en forma de arco, levantó el estoque a manera de saludo y, haciendo una inclinación, le presentó sus respetos a la oscuridad que le sirvió de contrincante.