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– ¿Adónde vamos, Dy?

– A algún lugar donde podamos hablar en privado sin escandalizar a los socios más antiguos. El extremo del comedor, tal vez. -Brougham hizo un guiño al ver una sombra de reserva que cruzó enseguida el rostro de Darcy-. ¡Ah, nada tan malo como eso, Fitz! A menos que te hayas estado divirtiendo en… ¿dónde era? ¿Herefordshire?

– Hertfordshire, ya lo sabes -respondió Darcy de manera tajante.

– ¡Ah! Ya veo que tenemos mucho terreno por cubrir. -Brougham comenzó a caminar hacia uno de los corredores revestidos de madera que formaban un arco sobre las escaleras que llevaban del vestíbulo a los pisos superiores del club.

Tal vez esto no ha sido una buena idea. Darcy entrecerró los ojos al observar la espalda de su amigo, mientras lo seguía hacia el comedor. Sabía muy bien que bajo la apariencia de diletante de Dy se escondía una mente aguda que, a pesar de sus declaraciones, era capaz tanto de diseñar un puente como de componer un soneto. Los dos habían competido intensamente en la universidad y Darcy recordaba muy bien, por si su amigo no tenía tan buena memoria, la cantidad de premios que Dy había ganado en Cambridge. Mientras, pensó Darcy con incomodidad, traía de cabeza a sus tutores.

En los siete años que habían transcurrido desde entonces, y a través de su estudiada elegancia y sus veleidosos modales, Dy había logrado hacer que la sociedad olvidara esos triunfos y le atribuyera solamente una encantadora frivolidad. Darcy se había preguntado muchas veces por qué quería dar aquella imagen, pero Dy había esquivado hábilmente todos sus intentos de obtener una respuesta. Cómo o por qué su amigo había decidido dirigir su vida en esa dirección seguía siendo un tema tabú entre ellos, pero como no afectaba a la firmeza de su larga amistad, Darcy había preferido, desde hacía tiempo, dejar la pregunta sin respuesta. Sin embargo, había descubierto que su tolerancia hacia la infructuosa existencia de Dy no siempre encontraba una respuesta recíproca. Si no soy extremadamente cuidadoso, se advirtió, Dy descubrirá a través de mis propios labios lo que más quiero ocultar.

Cuando entraron en el espacioso comedor, Brougham pidió inmediatamente la mesa más cómoda.

– Aquí, esto está perfecto, Fitz. -Le ofreció una silla a Darcy y luego se sentó en la que disponía de la mejor vista de todo el salón-. Pidamos nuestro té y luego podrás contarme todo acerca de tu expedición al campo. -Mientras los camareros traían un plato tras otro de lo que Boodle's consideraba un té apropiado para sus miembros, Darcy y Dy se entretuvieron intercambiando trivialidades y bromas acordes a su larga amistad. Cuando por fin quedaron solos, Dy se puso un poco más serio y habló con más franqueza mientras informaba a su amigo de los rumores económicos y las especulaciones políticas que realmente importaban a los hombres en la posición de Darcy.

– Eres una increíble fuente de información -comentó Darcy secamente, cuando Brougham hizo por fin una pausa para darle un largo sorbo a su té-. Uno casi podría suponer que es una pasión.

– ¡Oh, nada tan fatigoso! Uno oye cosas, ya sabes. Reuniones, fiestas, partidas de caza, lugares de juego… lo que sea, charla y más charla. Lo que sucede es que tengo una memoria endemoniadamente prodigiosa. -Le lanzó a Darcy una expresiva mirada y suspiró-. Es una más de las maldiciones que debo soportar.

– Y dime, ¿cuáles son las otras? -Darcy se rió abiertamente ante la actitud de autocompasión de Dy-. Una fortuna muy considerable, una delicada personalidad y…

– ¡Por favor, no más! ¡Me estás haciendo avergonzar! Lo cual es particularmente molesto pues era yo quien trataba de avergonzarte. Ahora, cuéntame sobre Hertfordshire -exigió Brougham.

– ¿Estás seguro de que no es Herefordshire? -le dijo Darcy, mientras trataba de ganar tiempo para ponerse en guardia.

– No, estoy seguro de que dijiste Hertfordshire. Vamos, vamos; cuéntale a papá qué hiciste. La confesión, ya sabes… es buena para el alma y todo eso. -Brougham lo miró deliberadamente.

Darcy se sorprendió retorciendo la servilleta que tenía sobre las piernas. La cara de Dy era toda sinceridad, con un toque de humor sarcástico que invitaba a las confidencias. Al principio, la idea de reclutar a su viejo amigo para ayudarlo le había parecido totalmente imposible. Pero cuando se sentaron en silencio a tomarse su té, lentamente fue adquiriendo un matiz razonable. Darcy no iba a contarle todo, claro. Nada sobre… bueno, sólo lo que Dy necesitaba saber para ayudarlo con Bingley.

– ¿Conoces a mi amigo Charles Bingley?

Brougham asintió con la cabeza.

– Un joven del norte, con más disposición que buen juicio. Tú le has hecho unos cuantos favores últimamente.

– Bingley alquiló por un año una pequeña propiedad en Hertfordshire y se enredó con una jovencita de una familia poco conveniente. -Darcy fue tejiendo su historia, teniendo cuidado de no mencionar que él también había caído en una tierna fascinación-. Así que -concluyó-, como al hombre no se le puede mencionar el tema y no atiende a razones, estoy intentando un juego encubierto. Sembrando dudas, ese tipo de cosas. Lo encuentro terriblemente incómodo.

– ¡Me lo imagino! No va con tu carácter, Fitz. ¿Crees que él sospecha algo?

– No, no lo creo. Al menos, lo dudo. Confía en mí ciegamente, ¿sabes? -Darcy se sonrojó y fijó la vista en su anillo de rubí.

– Es probable que tengas razón en que no sospecha. «El corazón que es consciente de su propia integridad tarda en dar crédito a la traición de otro». ¡Ah, lo lamento, Fitz! -Brougham se disculpó al ver la expresión de dolor de Darcy-. No quería que sonara así. Bueno, ya tienes el toro por los cuernos. ¿Cuál es tu siguiente movimiento?

– Vamos a asistir a la velada de lady Melbourne esta noche.

– ¡La divina Catalani! Fitz, tienes suerte. Yo también he enviado confirmación de mi asistencia a esa velada. ¿Cómo puedo ayudarte con el encantado señor Bingley?

– Ayúdame a presentarle nuevos encantos. Tú sabes lo torpe que soy para esas cosas, Dy. Pero espera -Darcy respondió con rapidez a la mirada de suspicacia de Brougham-, con eso quiero decir jovencitas decentes. Si le presentas alguna de las amigas íntimas de lady Caroline, te saco del asunto, ni se te ocurra intentarlo.

Brougham levantó las manos con fingido horror.

– ¡Dios no lo permita, Fitz! Pero ¿dónde diablos sugieres que encuentre esas «jovencitas decentes» en una velada ofrecida por lady M?

– ¡No creo que sea un desafío muy grande para alguien que carga con «la maldición de una memoria prodigiosa»! -le repitió Darcy. A pesar de lo razonable que parecía confiar en Dy, Darcy estaba comenzando a dudar.

– Sí -dijo Brougham, arrastrando la voz-, claro. Haré mi mejor esfuerzo, amigo. Ahora bien, ¿vamos juntos o debemos fingir que nos encontramos allí por casualidad?

– Nos reuniremos contigo allí, pero no voy a fingir que no fue planeado. Le contaré a Charles que convinimos encontrarnos, digamos, a las nueve y media cerca del salón de juego.

– ¡Hecho! No hay nada como un poco de intriga para animar la velada. ¿Puedo dejarte en Erewile House?

Los dos se levantaron de la mesa y cruzaron a grandes zancadas los distintos salones del club, deteniéndose aquí y allá para intercambiar saludos con los conocidos de uno y otro, pero dirigiéndose hacia la puerta principal. Trajeron el cabriolé de Brougham y los caballos enfilaron hacia Grosvenor Square.

– No me has hablado de Georgiana -le dijo Brougham a Darcy con tono acusador-. Dios, debe de haberse convertido en una joven damita.

– Sí… sí, así es. Pretendo traerla conmigo a la ciudad en enero.

– ¡Pero no para la temporada! ¡No puede estar tan crecida!

– En eso estamos de acuerdo. No, sólo quiero que conozca algunos de los entretenimientos de la ciudad. Disfruta mucho con la música y ha cultivado un gusto muy refinado.