Darcy dejó escapar un suspiro discreto y calculado, mientras trataba de calmarse. Pero su cuerpo no parecía tan dispuesto a ello. ¡Qué no daría por tener en este momento una buena espada y un oponente de altura! Poco le faltó para soltar una carcajada. Pero, en lugar de eso, recordó su propósito, que era contener la galopante admiración de Bingley por la señorita Bennet, y no animarlo a entrar en conflicto con sus vecinos. Reconoció que tal vez había sido demasiado duro, pero era lo mejor. No sería bueno para Bingley atarse desde tan joven y mucho menos a una jovencita provinciana. No obstante, había que rescatar a los vecinos de las tiernas atenciones de las hermanas Bingley.
– ¡… sus hermanas, las cuatro! -La risa desdeñosa de la señorita Bingley lo devolvió a la conversación bruscamente-. Señor Darcy, usted no puede aprobar la conducta tan poco modesta de las hermanas de la señorita Bennet, ¿verdad? Usted no desearía que su hermana se comportara de esa manera. -Darcy confirmó el comentario de la señorita Bingley con una silenciosa inclinación de cabeza-. Pero a la milicia local no parecen incomodarle esas extravagancias -continuó diciendo-. Están de acuerdo contigo en ese aspecto, Charles. Las Bennet son las preferidas. ¡No sólo la señorita Bennet sino la que la sigue en edad, la señorita Elizabeth Bennet, también es considerada una belleza! Señor Darcy, ¿qué piensa usted de eso? ¿Es la señorita Elizabeth Bennet una belleza?
De manera involuntaria, la mano de Darcy apretó la delicada taza de porcelana. ¡Elizabeth! Sí, ese debía de ser su nombre, el nombre de una reina… ¡Por eso lo había mirado con una actitud tan franca! ¿Una belleza? Una mujer misteriosa, una mujer irritante, más bien, con esa actitud tan desafiante. Pero ¿una belleza? Con sus emociones dirigidas ahora hacia un objeto totalmente distinto, Darcy siguió mirando por la ventana, de espaldas al salón, a pesar de que Bingley se dirigió a él con una clara nota de exasperación en la voz.
– ¿Y bien, Darcy?
Sin darse la vuelta, Darcy recuperó la compostura para desviar el dardo de la señorita Bingley y disciplinar sus propios pensamientos desbocados.
– Ella, ¿una belleza? -repitió con una dicción precisa y tajante-. Antes estaría dispuesto a afirmar que su madre es muy ingeniosa.
Las ligeras brumas de una mañana de otoño se levantaban alrededor de Netherfield susurrando una invitación a salir al campo y los bosques, pero Darcy se vio obligado a declinarla. Esto le resultó especialmente difícil puesto que no esperaba que las actividades de la mañana fueran a ser demasiado agradables. Con cierta renuencia, se apartó de la ventana de la biblioteca y de su contemplación de los encantos que la creación estaba revelando para considerar la difícil prueba que tenía frente a él. Estaba seguro de que se trataría más bien de una prueba que de una experiencia placentera. De hecho, la «mañana de puertas abiertas» era el tipo de ritual social del que podía prescindir por completo, pero las actuales circunstancias y su particular naturaleza lo convertían en un mal necesario.
Darcy tomó el libro en el que se había concentrado antes de ser atraído por la belleza de la mañana y se hundió en uno de los grandes sillones orejeros que adornaban ahora la biblioteca. En aquel paso en la incursión de Bingley en la vida de los burgueses propietarios de tierras, Darcy sabía que no sería de mucha ayuda y era consciente de su cuestionable talento. Bingley debía establecerse bien en su nuevo vecindario y eso implicaba recibir a los habitantes más importantes. Aunque no formaba parte del círculo más exclusivo de la sociedad londinense, la familia Bingley tenía una destacada posición social y ciertamente asumiría el liderazgo de la sociedad de Meryton y sus alrededores. Tales expectativas exigían una «mañana de puertas abiertas». No había forma de evitarlo. Darcy pasaba distraídamente las páginas del libro con el ceño fruncido, mientras contemplaba la mañana.
– ¡Así que estás aquí! -La voz de Bingley rompió el silencio antes de que el sonido de sus pasos llegara a oídos de Darcy-. Apuesto a que estás aquí desde antes del desayuno. -Examinó rápidamente el lugar-. Sí, veo tu café sobre el escritorio, estoy seguro de que tengo razón. Yo sabía que estarías aquí o montando a caballo. -Le guiñó un ojo mientras tomaba asiento en el otro sillón-. ¿Preparándote para el sacrificio? -Se inclinó hacia delante y bajó la voz-. ¿O planeando una huida estratégica?
– Lo primero, muchacho impertinente -respondió Darcy con cauteloso humor-. Aunque me gustaría más lo último, como bien sabes.
– Oh, no será tan malo, Darcy -replicó Bingley, recostándose en el sillón y estirando las piernas para revisar rápidamente el brillo de sus botas-. Ya conocemos a la mayoría; los vimos en la fiesta del pasado viernes o ayer en la iglesia. Me hace ilusión tenerlos aquí. -Lanzó una mirada al rostro de Darcy y luego volvió a examinarse las botas-. Es decir, á algunos de ellos. Me hace ilusión, bueno, ver… -Dejó la frase sin terminar.
Darcy lamentaba la brecha que se había abierto entre ellos desde que le había prevenido sobre la señorita Bennet y le molestaba profundamente que Bingley no se sintiera cómodo para hablar con él sobre ella. Sabía que sería mejor arreglar eso antes de que el tiempo lo convirtiera en un abismo.
– Me imagino que algunos miembros de ciertas familias se presentarán esta mañana, Charles. -Fue recompensado con una sonrisa cautelosa, así que continuó-: Espero, por tu bien, que la señora Bennet no traiga a todas sus hijas, o tendrás que repartir tus atenciones con tanta generosidad como hiciste ayer.
Bingley soltó una carcajada.
– Acepto tus buenos deseos, a pesar de que sé que fue difícil ofrecérmelos, y coincido de todo corazón. No tenía idea de la sensación que causaríamos sólo por el hecho de asistir a la iglesia. -Sacudió la cabeza con incredulidad-. ¡Ya has visto el resultado! No alcanzaba a terminar una frase cuando ya me estaban inundando con cinco nuevas preguntas o invitaciones.
– La señorita Bennet, según recuerdo, no formaba parte del corrillo -señaló Darcy.
– No, ni ella ni su hermana, la señorita Elizabeth Bennet. -Fue la melancólica respuesta. Darcy decidió ignorar la última observación-. Ambas estuvieron todo el tiempo absortas en una prolongada conversación con el vicario y su esposa.
– ¿Sin sonrisas? -preguntó Darcy, pero de inmediato deseó haberse abstenido del comentario sarcástico.
– En realidad, sí -contestó Bingley en tono neutro, sin estar totalmente seguro de la intención de la pregunta, pero evidentemente decidido a no dejarse intimidar-. Alcancé a ver su mirada antes de que Caroline nos apresurara para que nos subiéramos al coche. -Hizo una pausa y adoptó una actitud dramática, poniéndose la mano sobre el corazón-. Fui recompensado con una sonrisa que ha mantenido mis esperanzas durante casi… veinticuatro horas. -En ese momento, él y Darcy soltaron una carcajada, tanto por la actuación de Bingley como en señal de alivio por haberse reconciliado.
Cuando recuperaron la compostura, Bingley se levantó.
– Ya casi es hora, ya sabes. Venía a decirte que un mozo del establo trajo la noticia de que había visto un carruaje a poco más de un kilómetro de la puerta. -Hizo una pausa, respiró profundamente y, mirando directamente a Darcy, prosiguió-: Sé cuánto te molestan estas cosas y me considero afortunado por el hecho de que hayas aceptado acompañarme. No sé cómo…
– No hay necesidad, Bingley -interrumpió Darcy, girando un poco la cabeza-. Tu amistad es suficiente razón y recompensa para cualquier servicio que pueda prestarte. -Se dirigió rápidamente hacia una mesita sobre la que había una licorera-. Ahora, completemos nuestra preparación para la mañana que nos aguarda. ¿Qué te parece un vasito de licor antes de enfrentarnos a los dragones de Meryton? -Anticipándose a una respuesta positiva, Darcy retiró la tapa de cristal y sirvió el líquido amarillo en los vasos. Bingley se apropió de uno y, levantándolo, brindó con Darcy. Su amigo le devolvió el gesto con solemnidad.