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Un golpecito en la puerta anunció una deseada distracción: una bandeja de monsieur Jules. Un muchacho de la cocina levantó las tapas para dejar a la vista un apetitoso tentempié para darle fuerza, ya que la cena en Melbourne House no sería servida antes de medianoche.

– Listo, señor. -Fletcher regresó a la habitación-. Excepto por la leontina y la chaqueta, está usted listo. -Darcy examinó en el espejo los esfuerzos del ayuda de cámara con ojo crítico. El rostro de Fletcher aparecía junto a él-. Si alguien pregunta -presumió con orgullo de sastre-, es el roquet. Una creación mía -agregó con modestia.

-¿Roquet *? ¿Fuera de juego? ¿Y a quién voy a dejar fuera de juego con esto? -Darcy señaló el lazo que rodeaba su cuello, formado por una incontable cantidad de nudos y dobleces.

– A quien quiera, señor Darcy. -Fletcher hizo una reverencia, al ver que Darcy enarcaba una ceja; luego tomó la servilleta de la bandeja y la sacudió-. ¿Señor?

Darcy se sentó ante su comida con el ceño fruncido, mientras se preguntaba por la actitud de su ayuda de cámara, que le devolvió la mirada con imperturbable aplomo.

– ¿Un caso de medida por medida, Fletcher? -preguntó Darcy finalmente, al tomar la servilleta.

La sombra de una sonrisa de satisfacción se vio reflejada en el rostro del ayuda de cámara.

– Más o menos, señor. Más o menos.

Darcy se inclinó para mirar por la ventana del carruaje, justo a tiempo para ver cómo uno de sus cocheros saltaba del pescante y doblaba por la calle Jermyn hacia Grenier's, con una nota para Bingley que lo avisaba de que Darcy ya había llegado y que lo esperara hasta que el coche estuviera frente a la puerta del hotel. Satisfecho, Darcy se recostó contra los cojines y se acomodó mejor el abrigo y la manta. El viaje hasta Melbourne House no era problema, pensó mientras esperaba envuelto entre las sombras de una fría noche de finales de otoño; pero la espera mientras la larga hilera de coches trataba de dejar a sus pasajeros y luego tenía lugar el saludo de bienvenida que podía alargarse más de una hora, incluso dos. No es que estuviera ansioso por llegar a su destino. ¡Gracias al Cielo, Dy estará allí! Alguien sensato y decente con quien conversar y que sirviera de excusa para no tener que prestarle atención a todas las lady Tal o señorita Cual y su madre.

El carruaje se balanceó un poco cuando Bingley, con un grueso abrigo, abrió inesperadamente la puerta y se subió.

– ¡Charles! -exclamó Darcy-. ¿Acaso no recibiste mi nota?

Un pedazo de papel pasó frente a su nariz.

– Sí, ¡y aquí está! La hilera frente a Grenier's es increíble esta noche. Todo el mundo está saliendo o entrando, y tú estarías esperando hasta que los ladrillos estuvieran helados. Era mucho más fácil que yo viniera hasta aquí, y acompañado por tu cochero, no había ningún riesgo. ¡Sí, ya me he enterado! -Bingley interrumpió la protesta de Darcy-. ¡Qué asunto tan horrible lo de Wapping! ¡Está en todos los periódicos! -Se sentó en el asiento frente a Darcy y se quitó una bufanda gruesa que tenía sobre la boca-. ¿Es cierto que el regente ha prohibido la entrada a Carlton House después de las ocho?

Darcy asintió con la cabeza mientras el coche se alejaba de la acera y el conductor comenzaba el tedioso recorrido de las calles hacia Whitehall.

– Prohibida para los desconocidos. Desde luego, no se les cerrará la puerta a los amigos íntimos de su majestad, pues ninguno es, todavía, sospechoso de asesinato -añadió secamente.

La carcajada de Bingley dejó traslucir un temor nervioso.

– Darcy, esta recepción… Ayer parecía una gran idea, pero cuanto más lo pienso… -Dejó la frase sin terminar y se concentró en examinar sus guantes.

– Lo harás muy bien, Charles -le aseguró Darcy-. Siempre te he visto desenvolverte estupendamente en cualquier lugar. Tu talento para llevarte bien con cualquier persona con quien te encuentres es verdaderamente magnífico. Incomprensible, pero magnífico.

Bingley se rió otra vez con nerviosismo.

– Bueno, esta noche será la prueba de fuego. Casi desearía que la que estuviera emprendiendo esta aventura fuera Caroline y no yo. ¡A ella le fascinaría!

Darcy sonrió en la oscuridad.

– Para mí, tu presencia es mucho más agradable. Lo cual me recuerda que, además de la flor y nata de la sociedad que conocerás esta noche, quiero presentarte a un viejo amigo mío, lord Dyfed Brougham. Estuvimos juntos en Cambridge; y pasó uno o más veranos en Pemberley.

– ¿Brougham, dices? No, no creo que lo conozca, ni a él ni a su familia.

– Es poco probable. Brougham es el único hijo vivo y sus padres ya eran mayores cuando él nació. El viejo conde murió antes de que nos conociéramos en el primer año de universidad. Brougham mismo es como un fuego fatuo; uno nunca sabe cuándo va a aparecer. Pero -advirtió Darcy- él es el hombre preciso para guiarte en la prueba que habrás de superar esta noche. Sigue sus indicaciones y no te quepa duda de que saldrás indemne.

– ¿Y tú qué vas a hacer?

– Espero tener la oportunidad de oír realmente a la Catalani. La última vez que asistí a una representación, el ruido en los palcos era tan abrumador que ni siquiera se podía oír su potente voz. Aparte de eso, planeo pasar la mayor parte de la velada evitando el peligro lo mejor que pueda.

– ¡Peligro! Haces que parezca tan siniestro, Darcy. Me temo que no esperas disfrutar de la velada en lo más mínimo. ¡Espero no estar interfiriendo con tus expectativas!

– ¡Claro que no, no seas tonto! -Darcy se movió con inquietud-. Nunca me han gustado las reuniones multitudinarias, como bien sabes, y tengo poca paciencia para las intrigas que tanto le fascinan a la clase alta. -Se inclinó hacia delante-. Pero no permitas que eso te estropee la noche. Quédate cerca de Brougham y sin duda lo pasarás bien. Sólo procura no dejarte arrastrar a nada que requiera que yo te secunde.

– ¡Casi creo que estás hablando en serio!

El carruaje se balanceó hasta detenerse en la esquina antes de Whitehall y se unió a la fila de coches que esperaban turno para aparcar ante las escaleras iluminadas con antorchas y los lacayos de Melbourne House. Darcy golpeó el techo con su bastón y en segundos apareció el cochero en la puerta.

– Señor Darcy.

– Harry, creo que iremos caminando desde aquí. ¿El señor Witcher le ha dado algo?

– Sí, señor. -Harry sonrió y se dio un golpecito en el bolsillo de la chaqueta, de la cual salió un alegre tintineo-. James y yo tenemos con qué tomarnos algo en el Bull 'n' Boar. Gracias, señor -contestó el cochero, mientras metía la mano por la puerta para bajar la escalerilla del carruaje.

– Muy bien, Harry. -Darcy se bajó y Bingley lo siguió-. Venga a buscarme a las dos. Espero salir temprano, a menos que el señor Bingley no se quiera ir.

– Sí, señor. A las dos en punto, entonces, y que tenga una buena noche, señor Darcy.

Los dos hombres dieron media vuelta y recorrieron a buen paso la calle, que ya estaba llena de curiosos y vendedores callejeros de todas clases. Darcy apretó el precioso mango de su bastón. Se enderezó, proyectando un aire de inquebrantable determinación, mientras se abría paso entre la multitud, con Bingley detrás de él. Rápidamente alcanzaron la fila de antorchas que iluminaban las entradas de Melbourne House, y tras entregar al lacayo sus tarjetas, fueron escoltados de inmediato escaleras arriba, al interior de la casa, antes que otros invitados que habían llegado primero.

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* Jugada del croquet que consiste en golpear la bola del adversario y sacarla del juego. (N. del E.)