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Su voz se extinguió cuando se abrió la puerta y Tessa salió, vacilante, mirando el coche.

– Mamá -dijo Gillian con un hilo de voz.

Fue su única palabra. Bajó del coche lentamente y contempló a la mujer como si fuera una aparición, apoyándose en la portezuela para sostenerse.

– Eres tú, mamá…

– ¡Gilly! ¡Oh, Dios mío, Gilly! -exclamó Tessa, y empezó a avanzar hacia ella.

Fue todo lo que Gillian necesitaba. Corrió por el senderillo en cuesta hasta los brazos de su madre, y entraron juntas en la casa.

Elizabeth George

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