— No me importan los principios… Simplemente, no me gusta que me presionen.
— Recordará usted que fue su amigo Charlton quien le trajo a Barandi. Yo simplemente le ofrecí un trabajo.
— Y me negó el permiso para salir.
— Cosas peores han sucedido a hombres que entraron ilegalmente en este país.
— Sin duda — Snook observó el bastón con el pomo esférico de oro apoyado en el escritorio.
Freeborn se puso de pie, se acercó a la ventana y se quedó mirando la congregación de mineros.
— Me han informado que usted ha realizado una valiosa tarea educativa con el personal de esta mina — dijo con voz asombrosamente amable—. Es muy importante, en esta etapa, que la educación de los mineros prosiga. Habría que inculcarles, ante todo, que los fantasmas no existen. Las creencias primitivas pueden ser perjudiciales… No sé si soy claro.
— Absolutamente claro — Snook estaba a punto de advertir que prefería que el coronel no intentara ser sutil, cuando interceptó una mirada implorante de Murphy—. Pero yo no puedo hacer nada al respecto.
— ¿Qué quiere decir?
— Acabo de bajar a los niveles inferiores. Los fantasmas sí existen… Los he visto.
Freeborn giró sobre los talones y le encañonó con un índice acusatorio.
— No lo intente, Snook. No intente pasarse de listo.
— De ninguna manera. Puede verlos con sus propios ojos.
— ¡Perfecto! Me gustaría muchísimo — Freeborn recogió el bastón—. Lléveme a ver los fantasmas.
Snook se aclaró la garganta.
— El inconveniente es que sólo aparecen poco antes del alba. Ignoro la razón, pero se elevan a los niveles inferiores de la mina al amanecer. Luego vuelven a perderse de vista, aunque cada día llegan más alto.
— ¿Así que no puede mostrarme estos fantasmas? — el coronel curvó los labios en una sonrisa.
— Ahora no, pero quizás aparezcan de nuevo mañana por la mañana… Esa parece ser la costumbre. Y tendrá que ponerse unas gafas Amplite.
Comprendiendo lo increíble que sonaba esta historia, Snook pasó a referir cuanto había visto y hecho en la mina, con una descripción completa de los fantasmas y el equipo experimental. Cuando terminó de hablar, pidió a Murphy que corroborara sus declaraciones. Freeborn examinó a Snook apreciativamente.
— No creo una palabra — dijo—, pero me encantan todos los detalles circunstanciales. ¿Dice usted que estos viajeros del Hades sólo son visibles con gafas de magniluct?
— Sí… Y allí tiene usted la solución de su problema. Dé órdenes de que cada hombre entregue los Amplite, y los fantasmas no volverán a ser vistos.
— ¿Pero cómo verán para trabajar?
Snook se encogió de hombros.
— Tendría que instalar un equipo de iluminación, como antes de que se inventara el magniluct. Sería caro…, pero mucho más barato que cerrar la mina, sin duda.
Freeborn alzó el bastón en un ademán distraído, y el pomo de oro se deslizó naturalmente dentro de la cavidad del cráneo.
— Quiero decirle algo, Snook. No hay la más remota posibilidad de que se cierre la mina, pero la historia que usted acaba de elaborar no deja de fascinarme. Ahora, en cuanto a esas cámaras… Supongo que no se le habrá ocurrido usar película de revelación instantánea…
— Es la que he usado, en verdad.
— Ábralas y déjeme ver qué ha fotografiado.
— Cómo no — Snook empezó a abrir las cámaras y sacar los rollos—. No creo que la polarizada o la infrarroja hayan servido de mucho, pero la que tiene el filtro de magniluct tendría que mostrar algo, si tenemos suerte — Snook desenrolló el carrete en cuestión, lo presentó a la luz, y cloqueó decepcionado—. Aquí no parece haber nada.
Freeborn golpeteó el hombro de Murphy con la punta del bastón.
— Usted es un buen hombre, Murphy — dijo llanamente—, y por eso no voy a hacerle castigar por hacerme perder tiempo. Ahora llévese de aquí a este lunático y sus cámaras, y no me lo traiga nunca más, ¿entendido?
Murphy parecía intimidado, pero no cedió.
— Yo también vi algo en la mina.
Freeborn esgrimió el bastón. El pesado pomo de oro recorrió un breve trayecto, pero cuando chocó con el dorso de la mano de Murphy produjo un chasquido como el de una rama al partirse. Murphy inhaló ásperamente y se mordió el labio inferior. No se miró la mano.
— Largo de aquí — dijo Freeborn—. Y de ahora en adelante, quien contribuya a la histeria colectiva que ha estallado en la mina será considerado un traidor a Barandi. Ya sabéis lo que eso significa.
Murphy asintió, se volvió rápidamente y caminó hacia la puerta. Snook llegó antes, hizo girar el picaporte y salieron juntos. Los mineros seguían reunidos y el alboroto era mayor que antes. Murphy alzó la mano derecha y Snook advirtió que ya empezaba a hincharse.
— Tendrías que hacerte mirar… Creo que tienes el hueso roto.
— Ya sé que tengo el hueso roto, pero puede esperar — Murphy aferró del hombro a Snook con la mano sana—. ¿Qué significa esto? Creí que intentarías convencerle…
— Lo intenté. Iluminación normal en la mina… Sin gafas de magniluct, no hay fantasmas.
— ¿Eso es todo? — Murphy no ocultó su decepción—. Creí que ibas a tratar de demostrarle que los fantasmas eran reales, ¡tú y tu maldita caja de trucos!
Snook meditó un instante. Cuanta más gente estuviera al tanto de su plan, mayores serían los riesgos. Pero había forjado un extraño vínculo con Murphy, y no quería ponerle en peligro. Y decidió ser franco.
— Mira, George — le dijo apretando los dedos contra el bolsillo lateral de la chaqueta y perfilando así el carrete de película—. Cuando hace un rato fui al cuarto de baño lo que hice fue sacar esta película de una de las cámaras y sustituirla por una nueva. Esta es la que nos muestra el fantasma…
— ¿Qué? — Murphy apretó con más fuerza el hombro de Snook—. ¡Eso es lo que necesitábamos! ¿Por qué no se la mostraste al coronel?
— Calma — Snook se libró de la mano de Murphy—. Si armas tanto escándalo lo echarás todo a perder. Confía en mí, ¿quieres?
— ¿Para hacer qué…? — Murphy tenía el rostro pardo rígido de furia.
— Para cambiar la situación. Es tu única esperanza. Freeborn ahora manda porque éste es su pequeño universo privado, donde si se le antoja puede ordenar una matanza sin que nadie se lo impida. Si hubiera llegado a tener la evidencia de que los fantasmas realmente existen, la habría enterrado. Y a nosotros también, probablemente.
«Ya has visto cómo se interesaba por las cámaras. No creía en nuestra historia, pero quiso echar una ojeada al rollo… por si acaso. A la gente como Freeborn le interesa mantener las cosas tal como están, sin que a nadie del mundo exterior le importe un rábano lo que ocurre en Barandi.
— ¿Y qué puedes hacer al respecto? — preguntó Murphy.
— Si puedo mostrar esta película al agente de la Asociación de Prensa en Kisumu, te prometo que mañana mismo el mundo entero estará mirando por encima del hombro de Freeborn. Tendrá que retirar a sus Leopardos… Y tendremos la oportunidad de descubrir qué son realmente nuestros fantasmas.
Capítulo 5
El día empezó a ir mal para Boyce Ambrose ya desde el desayuno.
Su novia, Jody Ferrier, se había quedado todo el fin de semana en la casa que la familia Ambrose tenía cerca de Charleston, lo cual había sido espléndido, salvo que en deferencia al célebre puritanismo de la madre de Ambrose, habían dormido en cuartos separados. Ese arreglo significó pasar más de dos días en compañía de Jody sin poder disfrutar de ninguno de los juegos amorosos en los que ella se destacaba tan deliciosa y naturalmente. Ambrose podía prescindir del sexo y dos días y tres noches de abstinencia no le habían perturbado particularmente. Pero la experiencia le había llamado la atención sobre un hecho alarmante.