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De nuevo los tintineos y volvió la música.

— ¿Qué significa eso, Gil? — Ambrose miró por las ventanillas como si esperara ver los fogonazos de las bombas—. ¿Nos veremos metidos en una guerra?

— No. Suena como otra maniobra de Freeborn — Snook les contó lo que sabía de las organizaciones militares de Barandi, y terminó con una breve caracterización del coronel Tommy Freeborn.

— Bien, usted sabe lo que se suele decir — comentó Ambrose—. En cada chiflado hay un coronel en potencia.

— Me gusta la frase — Prudence rió y se acercó aún más a Ambrose—. Este viaje resultará más divertido de lo que esperaba.

Snook se movió en el asiento trasero, encendió un cigarrillo y meditó lleno de consternación acerca de las dificultades de conservar el control de la propia vida. En este caso, podía localizar el momento exacto en que las cosas habían empezado a escapársele de las manos: fue cuando cedió ante la presión moral de George Murphy y aceptó ir a ver al minero histérico. Desde entonces se había comprometido cada vez más. Ya era hora de que el neutrino humano siguiese su trayecto y reconquistara su indiferencia en una nueva fase de vida y en un lugar distante. Pero los vínculos se habían fortificado en exceso. Había permitido que otras partículas humanas interactuaran, y ahora se veía deslizar dentro del radio de captura…

Cuando llegaron al bungalow de Snook, las luces del coche alumbraron a tres hombres sentados en la escalinata del frente. Snook se apeó primero del coche, recordando la visita de los soldados por la mañana, y sintió alivio al ver que uno de ellos era George Murphy, aunque los otros dos eran desconocidos. Eran blancos con aire adolescente, los dos con bigotes color arena. Murphy se adelantó con una sonrisa, elegantemente vestido con su ropa de corderoy, y agitó una mano vendada.

— Gil — dijo entusiasmado—, nunca sabré cómo lo has logrado.

— ¿Qué?

— Organizar esta comisión científica. Alain Cartier me llamó y dijo que la mina estaba cerrada oficialmente hasta que se complete la investigación. Tengo que colaborar contigo y el equipo.

— Oh, sí… El equipo — Snook miró de soslayo el coche donde Ambrose y Prudence se ocupaban de reunir sus pertenencias—. No se trata exactamente de un Proyecto Manhattan…

Murphy siguió la mirada de Snook.

— ¿Eso es todo?

— Hasta ahora sí. Por lo que sé nuestros fantasmas han interesado muchísimo a la prensa, pero el modo en que presentaron la historia de Helig no debió de impresionar a muchos científicos. ¿Quiénes son los que están contigo?

— Dos muchachos de la planta de electrónica… Se llaman Benny y Des. Están tan ansiosos por ver los fantasmas que esta tarde han venido desde la ciudad en moto. Han llegado justo después que hablara con Cartier, así que les he dicho que esperaran tu regreso. ¿Crees que podrán ayudarnos?

Snook vaciló mucho en contestar. Finalmente dijo, casi como dirigiéndose al aire:

— Eso debe decidirlo el doctor Ambrose… Pero en mi modesta opinión, necesitaremos toda la ayuda que podamos conseguir.

Tal como había predicho Snook, Prudence Devonald evitó siquiera asomarse a la cocina, así que él pasó las siguientes horas preparando café casi sin parar. En los intervalos, observaba cuidadosamente como Ambrose explicaba su teoría a Murphy, Benny Culver y Des Quig. Los jóvenes resultaron ser neozelandeses con sólidos conocimientos de ingeniería electrónica. Habían venido a Barandi atraídos por los generosos sueldos en la planta de electrónica que el presidente Ogilvie había instalado cuatro años antes en un intento por expandir la economía del país. Snook tuvo la impresión de que eran individuos inteligentes y advirtió con interés que, al cabo de un rato de discusión informal, ambos aceptaban las ideas de Ambrose y las apoyaban con entusiasmo febril.

George Murphy no estaba menos convencido, y a requerimiento de Ambrose fue a su oficina en busca de planos de los túneles de las minas. Cuando regresó, Ambrose pegó los planos en una pared, interrogó escrupulosamente al superintendente acerca de las posiciones exactas donde se había avistado a los fantasmas, y trazó dos líneas horizontales a través del croquis transversal. Midió la distancia entre las líneas y luego trazó otras encima de ellas espaciándolas equitativamente. La octava línea pasaba justo por encima del nivel del suelo.

— La línea inferior es aproximadamente el nivel al que ascendieron los avernianos la mañana que fueron vistos por el minero, Harper — dijo Ambrose—. La próxima muestra el nivel al que llegaron la mañana siguiente, cuando Gil tomó las fotografías, y la escala del plano indica que hubo un aumento de poco más de quinientos metros. Si suponemos una tasa de separación constante entre Averno y la Tierra, podemos predecir los niveles que alcanzarán en los próximos días. Han transcurrido dos días desde que se les avistó por última vez, lo cual significa que esta madrugada podrían llegar hasta aquí — Ambrose tocó la quinta línea a partir del fondo, que atravesaba un sector donde abundaban los túneles—. Podríamos esperarles en cualquiera de los niveles inferiores, desde luego, pero la relación geométrica indica que cuando lleguen al punto más alto habrá un momento en que casi dejarán de desplazarse verticalmente respecto de nosotros. Por suerte, según veo en el plano, se han realizado muchas excavaciones en ese nivel. Lo que tenemos que hacer es extendernos lateralmente todo lo posible, quizás una sola persona por túnel, y esperar la materialización de edificios. En esta etapa no nos interesan tanto los avernianos como el hallazgo de edificios.

— Creo que hay algo que no he entendido — dijo Snook, depositando un nuevo termo de café sobre la mesa—. ¿Por qué son tan importantes los edificios?

— Representan nuestra mayor probabilidad de establecer contacto con los avernianos, y aun así podemos fracasar. La única razón por la que hemos podido detectarlos es que una mina es un lugar bastante oscuro, de modo que las condiciones eran aptas para ver fantasmas. A la luz del día habrían pasado inadvertidos.

— Al Planeta de Thornton pudimos verlo a la luz del día — dijo Culver.

Ambrose asintió.

— Es verdad… Pero en su propio universo el Planeta de Thornton es un conjunto muy denso de antineutrinos y está irradiando neutrinos en el espacio cuatro-pi en una proporción muy alta. El planeta Averno es menos denso, en su propio universo, y por lo tanto la superficie se nos presenta como el resplandor lechoso que describieron Gil y George. Los habitantes de Averno son aún menos densos, de la misma forma que mi mano es mucho menos sólida que una barra de acero. De modo que su irradiación de neutrinos es aún más atenuada y por lo tanto, son mucho más difíciles de ver. ¿De acuerdo?

— Creo que lo entiendo. Eso explica que los avernianos fueran emergiendo paulatinamente del suelo cuando se les vio. Pero si les vemos gracias a la irradiación de neutrinos, ¿no tendrían que ser más o menos visibles todo el tiempo? ¿No tendríamos que verles a través de la roca sólida?

— No. Al menos no en una medida considerable. El flujo neutrínico varía con respecto a la fuente en forma inversamente proporcional al cuadrado de la distancia, y si se trata de un emisor débil, como una criatura averniana, el flujo pronto disminuye hasta por debajo del nivel necesario para que los Amplite produzcan una imagen. Las gafas no son un modo muy eficaz de ver el universo averniano… En el mejor de los casos nos dejan desesperadamente miopes.