El averniano ya se hundía, con su mundo, bajo el suelo rocoso del túnel.
Se acercó a Snook, aparentemente hundido hasta las rodillas en la piedra, y alzó las manos traslúcidas y membranosas, tratando de ceñir la cabeza de Snook con los dedos largos y trémulos.
— ¡No! — Snook retrocedió ante las manos anhelantes sin poder contener un grito—. No lo haré. ¡Jamás!
Dio media vuelta y corrió hacia el hueco del ascensor.
Capítulo 8
— Gil, no entiendo por qué se niega a aceptarlo — dijo impaciente Boyce Ambrose, y arrojó en la mesa el fajo de fotografías—. Cuando veníamos hacia aquí, apenas horas después que nos conocimos, le sugerí que era telépata. Hoy en día se trata de un fenómeno científico establecido y respetable. ¿Por qué se niega a admitirlo?
— ¿Por qué insiste en que lo admita? — dijo Snook con voz somnolienta, acariciando el vaso.
— Yo digo que el hecho de que usted comprendiera el diagrama averniano, cuando yo pensé que era astronómico, demuestra que posee una facultad telepática.
— Aún no me ha dicho por qué le interesa tanto que yo me considere telépata — insistió Snook.
— Porque…
— Adelante, Boyce.
— Yo lo haría — dijo Ambrose con un asomo de amargura en la voz—. Yo lo haría si hubiera sido elegido.
Snook agitó el vaso de ginebra, creando un vórtice en miniatura.
— Lo que pasa es que usted tiene espíritu científico, Boyce. Usted es de los que remontarían una cometa en medio de una tormenta eléctrica sin pensar en el peligro, pero yo no dejaré que un monstruo azul meta su cabeza dentro de la mía.
— Los avernianos son gente — Prudence clavó en Snook una mirada de desprecio.
Snook se encogió de hombros.
— De acuerdo… No dejaré que gente azul meta la cabeza dentro de la mía.
— A mí la idea no me molesta.
— Esa observación pide a gritos una réplica obscena, pero estoy demasiado cansado — Snook se repantigó en el sillón y cerró los ojos, pero tuvo tiempo de ver cómo Prudence apretaba los labios con furia. «Esa te la debía», pensó satisfecho de haberse anotado un tanto pero asombrado de su propia puerilidad.
— Demasiado borracho, querrá decir.
Sin abrir los ojos, Snook alzó el vaso hacia Prudence y bebió otro trago. Descubrió que todavía podía ver la cara azul y traslúcida avanzando hacia él, y se le hizo un nudo en el estómago.
— Creo que sería buena idea que todos descansáramos un poco — dijo ansiosamente Ambrose—. Hemos estado en pie toda la noche y la fatiga es inevitable.
— Tengo que regresar a la planta — dijo Culver; se volvió hacia Des Quig, que todavía estaba examinando las fotos que había tomado—. ¿Tú qué dices, Des? ¿Te llevo de regreso?
— No volveré — repuso Quig, acariciándose el bigote color arena con aire ausente—. Esto es demasiado apasionante.
— ¿Y el trabajo? — preguntó Ambrose—. Agradezco tu colaboración, pero…
— Pueden guardarse mi trabajo. ¿Sabe para qué me tienen? Para diseñar radios. Para eso me tienen — había estado bebiendo ginebra pura y con el agotamiento y el hambre la voz le empezaba a vacilar—. Eso sería bastante malo de por sí, pero yo les diseño una buena radio y ellos se la entregan a la oficina de comercialización. ¿Sabe qué pasa entonces? En comercialización empiezan a sacarle partes… Y lo hacen hasta que la radio deja de funcionar… Entonces vuelven a ponerle la última pieza que le han quitado y esa es la radio que producen. Me saca de quicio. No, no volveré allí. Maldito sea si…
Reconociendo una exclamación sincera, Snook abrió los ojos y vio que Quig se apoyaba la cabeza en los brazos y se dormía instantáneamente.
— Entonces me iré — dijo Culver—. Nos veremos esta noche — se marchó de la sala y George Murphy se fue tras él saludando fatigosamente con la mano vendada.
— ¿Y usted qué quiere hacer? — preguntó Snook volviéndose hacia Ambrose, después de despedir en la puerta a los dos hombres.
Ambrose titubeó.
— He dormido cuatro horas el los últimos tres días. Odio ser inoportuno, pero la idea de conducir de regreso hasta Kisumu…
— Aquí será bienvenido — dijo Snook—. Tengo dos dormitorios, cada cual con una cama. Des parece muy cómodo en la mesa, así que si yo duermo en el sofá de aquí, usted y Prudence pueden utilizar un dormitorio cada uno.
— Jamás se me ocurriría privarle de su propia cama. Dormiré con Boyce… Estoy segura de que saldré relativamente ilesa.
Ambrose sonrió y se frotó los ojos.
— Lo trágico es que en mi estado físico lo más probable es que salgas absolutamente ilesa — rodeó los hombros de Prudence con el brazo y entraron en el dormitorio que estaba justo frente a la sala, cruzando el pasillo.
Prudence reapareció en la abertura para cerrar la puerta y, en la luz que se iba estrechando, sus ojos se detuvieron un instante en los de Snook, que intentó sonreír, pero los labios se le endurecieron.
Snook fue al otro dormitorio. El primer sol de la mañana ardía en el este, así que cerró la persiana para crear una penumbra de color apergaminado. Se tumbó en la cama sin desvestirse, pero el agotamiento que había sido tan abrumador unos minutos antes parecía haberse disipado, y transcurrió un buen rato antes de que el sueño le permitiera escapar de la soledad.
Al caer la tarde el sonido de una voz alta y poco familiar que se filtraba desde la sala de estar despertó a Snook. Se levantó, se alisó el pelo con los dedos y salió para ver quién era el visitante. Encontró a Gene Helig, el representante de la Asociación de Prensa, de pie en el centro de la habitación hablando con Ambrose, Prudence y Quig. Helig, un inglés delgado y entrecano de párpados caídos, echó una ojeada crítica a Snook.
— Tienes un pésimo aspecto, Gil — dijo con vehemencia—. Nunca te he visto tan mal.
— Gracias — Snook buscó una réplica al comentario de Helig, pero las palpitaciones en la cabeza le hacían difícil pensar—. Tomaré un poco de café.
Des Quig se puso de pie.
— Ya lo he preparado, Gil. Siéntese aquí y le traigo una taza.
Snook accedió agradecido.
— Cuatro tazas, por favor. Siempre tomo cuatro — se desplomó en la silla que Quig acababa de dejar vacía y recorrió la habitación con los ojos. Ambrose le observaba preocupado; Prudence ni parecía haber reparado en él. Aunque vestía las mismas ropas del día anterior, estaba tan radiante e inmaculada como siempre. Snook se preguntó si en algún momento de las horas que habían compartido en la cama habría logrado Ambrose alterar aquella deliberada serenidad.
— Esta vez has armado un auténtico revuelo — aulló Helig—. ¿Sabes que un par de hombres de Freeborn me han estado siguiendo desde que solté esa historia tuya?
— Por favor, Gene — Snook se apretó las sienes—. Para oírte me bastará con que hables en un tono normal.
Helig adoptó un cuchicheo penetrante.
— Eso me convenció de que había algo importante detrás. Yo no estaba demasiado seguro, ¿sabes? Temo que se haya notado un poco en mi manera de redactar el artículo…
— Gracias de todos modos.
— No hay de qué — Helig habló de nuevo con su voz estentórea habitual—. Ahora todo es diferente, desde luego, pues tus fantasmas también han aparecido en Brasil y Sumatra.
— ¿Qué? — Snook miró de reojo a Ambrose buscando una confirmación.
Ambrose asintió.
— Les dije que esto ocurriría. Quizás ha sucedido un poco antes de lo que yo esperaba, pero no podemos considerar el ecuador terrestre como un círculo perfecto. Todo el planeta está ligeramente deformado por las mareas, y por supuesto, la Tierra se tambalea en su órbita mientras oscila alrededor del baricentro de la Tierra y la Luna. No sé con qué precisión Averno imita ese movimiento, pero podría haber toda clase de efectos de libración que… — Ambrose guardó silencio cuando Prudence se le acercó y le apoyó la mano en la boca. Esa exhibición de intimidad obligó a Snook a desviar la mirada, aguijoneado por los celos—. Lo siento — concluyó Ambrose—, siempre me dejo arrastrar por el entusiasmo.