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— Ahora hay muchísima gente interesada — dijo Helig—. Esta mañana he oído mencionar dos veces el nombre del doctor Ambrose por las principales cadenas de noticias vía satélite.

Prudence rió complacida y dio un empellón amistoso a Ambrose.

— ¡Al fin la fama!

Snook, aún intensamente atento a Prudence y a su esfera de influencia, vio el destello fugaz de una expresión confusa en la cara de Ambrose; tal vez una mezcla de exaltación y de triunfo. Desapareció en seguida para ser reemplazada por el gesto habitual de atención y buen humor. Pero Snook tuvo la certeza de haber entrevisto un detalle importante del carácter de Ambrose. El científico playboy, al parecer, codiciaba la gloria. O el respeto. El respeto de los colegas.

— ¿Eso significa que vendrá aquí mucha más gente? — preguntó Quig, entrando con el café de Snook.

— Lo dudo — Helig hablaba con la aburrida preocupación de un colono que ha observado demasiados años las bufonadas de los nativos—. El despacho del presidente ha cancelado todos los nuevos visados por un lapso indefinido a raíz de este pequeño enfrentamiento con Kenya. Además, los científicos norteamericanos tienen ahora otros lugares donde ir. Es mucho más fácil viajar de Estados Unidos a Brasil que venir aquí, ¿verdad? Además, hay menos probabilidades de que te claven una panga por la espalda, ¿eh? — Helig soltó una risotada estruendosa que reverberó en la taza de la que estaba bebiendo Snook, quien cerró los ojos, se concentró en el sabor aromático de la cordura y deseó que Helig se marchara.

— ¿Pero cómo les va a ustedes, de todos modos? — continuó Helig, plantado sólidamente en el centro de la habitación—. Si estos fantasmas son de veras habitantes de otro mundo, ¿creen que encontraremos la manera de hablarles?

— Esperábamos avanzar un poco en esa dirección — dijo cautelosamente Ambrose—, pero naturalmente es un problema difícil.

Snook miró por encima del borde de la taza y su mirada se cruzó con la de Ambrose y Prudence.

Helig echó una ojeada a su magnetófono de pulsera.

— Vamos, doctor… La confesión alivia el alma.

— Es demasiado pronto — dijo Snook, tomando una decisión que no podía explicarse a sí mismo—. Vuelve mañana o pasado, y quizá podamos ofrecerte un artículo de primera…

Cuando Helig se hubo marchado, Ambrose siguió a Snook a la cocina, donde se estaba preparando más café.

— ¿Ha querido decir lo que yo imagino? — dijo Ambrose en voz baja.

— Creo que sí — Snook se dedicó a enjuagar las tazas del fregadero.

— Se lo agradezco — Ambrose tomó un trapo y se puso a secar tazas con cierta torpeza—. Mire, no quisiera que me malinterprete, pero a los científicos se les paga como a cualquier otro profesional. Ahora bien, sé que usted tenía sus razones para meterse en esto, pero me gustaría redondear un acuerdo con usted…

— Hay algo que podría hacer por mí — interrumpió Snook.

— Usted dirá.

— En alguna parte de Malaq hay un pasaporte canadiense que me pertenece…, y me gustaría tenerlo de nuevo en mis manos.

— Creo que eso puedo solucionarlo.

— Tendría que pagar bastante de lo que llaman comisión. Ya ve que…

— No se preocupe. De un modo u otro le sacaremos de Barandi — Ambrose, que había secado dos tazas, dejó el trapo a un lado considerando suficiente su contribución en esa tarea—. En realidad, el experimento de mañana por la mañana será muy diferente del anterior.

— ¿Porqué?

— He estado examinando los planos y el corte transversal de la mina…, y el lugar donde mañana cae el punto muerto superior no ha sido excavado. Tendremos que interceptar al averniano exactamente en el mismo lugar de la última vez. En esa zona ascenderá muy rápidamente pero, si usted está dispuesto, habrá otra oportunidad cuando emprenda el descenso.

Snook se puso a secar las tazas restantes.

— Estamos suponiendo que estará allí, esperándonos…

— Hasta ahora es la suposición menos audaz que hemos arriesgado. Ese personaje era rápido… Ningún ser humano habría podido reaccionar tan pronto de manera tan positiva. Mi conjetura es que estamos tratando con una raza superior a la nuestra en muchos sentidos.

— Eso no me sorprendería, pero ¿de veras piensa usted que recibiré algún tipo de mensaje telepático cuando nuestros cerebros ocupen el mismo espacio?

Ambrose alzó los hombros.

— No hay manera de predecir lo que sucederá, Gil. El resultado más probable, de acuerdo con nuestra ciencia, me refiero a la ciencia ortodoxa, es que no ocurra nada en absoluto. Después de todo, el cerebro de usted ha ocupado el mismo espacio de la roca averniana y usted no ha sufrido ninguna jaqueca.

— El ejemplo no es muy adecuado — Snook apoyó delicadamente dos dedos contra una vena palpitante de la sien, como tomándose el pulso.

— ¿Por qué bebe tanto?

— Me ayuda a dormir.

— Le iría mejor una mujer — dijo Ambrose—. El resultado es el mismo, pero los efectos colaterales son todos buenos.

Snook ahuyentó una imagen dolorosa, la imagen de la cabeza de Prudence apoyada sobre su brazo izquierdo, con la cara vuelta hacia él.

— Hablábamos del experimento telepático… ¿Cree que no ocurrirá nada?

— No he dicho eso. El problema es que sabemos muy poco del asunto. Es decir, la telepatía entre seres humanos no fue demostrada sino hasta hace unos años, cuando finalmente se decidieron a eliminar aquellos estúpidos ejercicios con naipes. Mucha gente diría que la estructura cerebral, procesos del pensamiento y estructura de lenguaje de una raza extraterrestre serían inevitablemente tan incompatibles con los nuestros que toda comunicación, telepática o no, sería imposible.

— Pero los avernianos no son extraterrestres, sino todo lo contrario — Snook se esforzó por asir conceptos poco familiares—. Si han existido millones de años a unos cientos de kilómetros bajo nuestros pies, y si la telepatía realmente existe, el lazo ya podría estar establecido. Podría haber alguna resonancia… Usted sabe, resonancia simpática. Los avernianos podrían ser responsables de…

— ¿Los elementos comunes de las religiones? ¿Las mitologías plutónicas? ¿La idea universal de que el infierno está bajo tierra? — Ambrose meneó la cabeza—. Usted va mucho más allá del alcance de nuestra investigación, Gil. Yo no se lo aconsejaría… No olvide que aunque los avernianos existen dentro de la Tierra, en muchos sentidos están más lejos de nosotros que Sirio. La estrella más remota que usted pueda ver en el cielo es al menos parte de nuestro mismo universo.

— Pero aun así, ¿cree que vale la pena intentar el experimento?

Ambrose asintió.

— Hay un elemento a favor que no puedo ignorar.

— ¿Cuál? — Snook interrumpió su tarea para escuchar la respuesta de Ambrose con toda su atención.

— El mismo averniano parecía creer que tendría éxito.

Cuando el grupo salió hacia la mina en la negrura previa al amanecer, Snook notó que Prudence se había quedado en el bungalow, y le intrigó que ni ella ni Ambrose hubieran aludido a esa decisión. Por la tarde habían ido a Kisumu para comer y cambiarse de ropas en el hotel, y habían vuelto radiantes como recién casados. Desde entonces había sobrado tiempo para discutir todos los detalles, y sin embargo la exclusión de Prudence no había sido mencionada, al menos en presencia de Snook. Quizás era una decisión sensata destinada a evitar problemas con la soldadesca, pero Snook sospechaba que ella no tenía deseos de participar en un acontecimiento en el que él sería el protagonista, sobre todo teniendo en cuenta que en la ocasión anterior le había criticado abiertamente por echar a correr. Snook sabía que esta actitud también era pueril, pero sentía una perversa satisfacción ante lo que ocurría porque demostraba que ella le tenía en cuenta, que había una reacción personal permanente, aunque fuera negativa.