— Apenas suficientes para confeccionar una guirnalda.
— ¿Una guirnalda? — dijo Ambrose, perplejo.
— ¿Los avernianos van a morir, verdad?
Ambrose adoptó un tono admonitorio.
— No se comprometa personalmente, Gil… Es buscarse problemas.
La ironía de oír el credo de toda su vida enunciado por un extraño, y en circunstancias que habían demostrado cabalmente la validez de esa doctrina, fue demasiado para Snook. Rió secamente, simulando no advertir la mirada preocupada de Ambrose, y avanzó hacia el portón. Como había supuesto, había dos jeeps aparcados a la sombra del cobertizo, pero la guardia había sido relevada y el grupo pasó sin molestias. Casi se habían perdido de vista después de doblar una esquina del edificio cuando una botella vacía estalló en el suelo a espaldas del grupo, y los fragmentos transparentes rodaron por el polvo como insectos vidriosos. Desde uno de los jeeps un soldado soltó un burlón aullido de hiena.
— No se preocupen… He tomado nota de todos estos incidentes — dijo Ambrose—. Algunos de estos gorilas van a lamentar lo que han hecho.
Pasaron por la entrada después que Murphy entablara la obligada conversación con los guardias de seguridad, y doblaron a la izquierda por la ligera pendiente que conducía al bungalow de Snook. Las casas y barracones de madera de la pequeña comunidad minera guardaban un engañoso silencio, pero había demasiados hombres en las esquinas de las callejas. Algunos saludaban a Snook y a Murphy mientras el grupo avanzaba, pero esa misma alegría era un indicio de la tensión que se estaba acumulando en el aire.
— Me asombra que todavía haya tanta gente aquí — dijo Snook, acercándose a Murphy.
— No les queda más remedio — repuso Murphy—. Los Leopardos están patrullando todas las carreteras de salida.
Al llegar al bungalow Snook les precedió llave en mano, pero la puerta se abrió antes que él llegara, y Prudence salió con aquel aire distante, estilizado e inhumanamente perfecto. Vestía una blusa estrecha ceñida por un simple nudo, y pasó al lado de Snook — una ráfaga de senos bamboleantes, cabello rubio y perfume caro—, para salir al encuentro de Ambrose. Snook, el rostro impasible, observó celosamente cómo se besaban, pero decidió ahorrarse los comentarios.
— Un saludo conmovedor — se oyó decir, arrojando al viento la estrategia recién planeada—. Hemos debido estar ausentes algo así como dos horas — el único efecto visible de esas palabras fue que Prudence pareció acurrucarse más apretadamente contra la figura alta de Ambrose.
— Me he sentido sola — le susurró a Ambrose—, y tengo hambre. Desayunemos en el hotel.
Ambrose pareció incomodarse.
— Planeaba quedarme aquí, Prue. Hay mucho que hacer.
— ¿No puedes hacerlo en el hotel?
— No, a menos que también venga Gil. Ahora es la estrella del espectáculo.
— ¿De veras? — Prudence miró a Snook con incredulidad—. Bien, quizá…
— Gracias. Por nada del mundo iría a Kisumu con esta pinta — dijo Snook tocándose el pelo negro cortado al rape.
Murphy, Quig y Culver intercambiaron miradas.
— Podemos comer más tarde — se apresuró a decir Ambrose, arrastrando a Prudence hacia la casa—. En realidad, tenemos que celebrarlo pues… hace un rato hemos hecho historia. Espera a que oigas esto… — lleno de entusiasmo, sin dejar de hablar, condujo a Prudence hacia dentro.
Snook entró en la cocina, encendió la cafetera y se enjuagó la cara con agua fría del fregadero. El carácter doméstico del lugar obligó al mundo desesperado y gris de Averno a retroceder un poco más en sus pensamientos. Llevó una taza de café negro a la sala, donde los demás discutían el éxito del experimento. Culver y Quig estaban tendidos de través en los sillones, relajándose en posiciones extravagantes, y hablaban de los métodos para analizar los pocos sonidos de origen averniano que habían logrado grabar. Murphy estaba de pie ante una ventana, mascando cavilosamente y mirando hacia la mina.
— Hay café y ginebra — anunció Snook—. Sírvanse a gusto.
— Yo no tomaré nada — dijo Ambrose—. Hay tanto que hacer que no sé por dónde empezar. Pero tratemos de pasar la cinta de Gil — se quitó el magnetofón de pulsera, ajustó los controles e insertó el artefacto diminuto en la unidad amplificadora—. Ahora, Gil, escuche atentamente y vea si esto despierta nuevos recuerdos. Estamos encarando una nueva forma de comunicación y todavía no sabemos cómo aprovecharla mejor. Sigo pensando que la modulación de impulsos es lo más apto para un contacto con los avernianos, pero con la ayuda de usted podemos llegar a aprender la lengua de ellos en días, en lugar de semanas o meses — dio marcha al aparato y la voz grabada de Snook inundó el cuarto.
— Paz profunda de la corriente ondulatoria.
Prudence, que estaba sentada en el brazo del sillón de Ambrose, se echó a reír.
— Perdonen, pero es que esto es ridículo — dijo—. Es… Es demasiado.
Ambrose apagó el magnetofón y la miró con reprobatoria perplejidad.
— Por favor, Prue… Esto es importante.
Ella meneó la cabeza y se acarició los ojos.
— Lo sé, y lo siento, de veras. Pero todo lo que ustedes han demostrado es que, al parecer, los avernianos son celtas. Y suena tan ridículo…
— ¿A qué te refieres?
— «Paz profunda de la corriente ondulatoria» es el primer versículo de una bendición celta tradicional.
— ¿Estás segura?
— Absolutamente. Mi compañera de cuarto de la universidad la tenía pegada a la puerta del armario. «Paz profunda de la corriente ondulatoria a ti; paz profunda del aire rumoroso a ti; paz profunda de…» Antes la sabía toda de memoria — Prudence miró a Snook con una sonrisa confiada y desafiante.
— Yo nunca la había oído anteriormente — dijo él.
— No acabo de entenderlo — Ambrose miró a Snook con los ojos entornados—. Aunque supongo que es posible que usted haya oído esas palabras hace mucho tiempo, y que las tuviera alojadas en el subconsciente…
— ¿Y con eso, qué? Ya le he dicho que Felleth y yo no entablamos una conversación. De él recibí ideas… Fue así como me llegó la primera.
— Es extraño que las palabras coincidan, pero tiene que haber una explicación.
— Te daré una — dijo Prudence—. El señor Snook se encontró sin trabajo, y como es hombre de recursos se inventó otro.
Ambrose sacudió la cabeza.
— Eso no es justo, Prue…
— Tal vez no, pero tú eres científico, Boyce. ¿Qué pruebas reales tienes de que esta maravillosa experiencia fue genuina?
— El testimonio de Gil tiene bastante coherencia interna como para satisfacerme.
— Me importa un cuerno que me crean o no — interrumpió Snook—, pero repito que no he sostenido una conversación ordinaria con Felleth. Parte de lo que decía me llegó como palabras; de lo contrario, no le conocería el nombre. Pero buena parte me llegó como ideas, sensaciones, imágenes. Averno es casi todo agua. Hay agua por todas partes, y un viento constante. Parece que a los avernianos les complace la idea de olas que recorren continuamente todo el planeta; para ellos quizá signifique alegría, o paz, o algo por el estilo.
Ambrose escribió algo en el cuadernillo.
— Esto no lo ha mencionado antes. Al menos, no con tanto detalle.
— Así es como brotan las cosas. Podría hablar un mes entero y sin embargo recordar nuevos detalles al cabo de ese tiempo. Hace un rato acabo de recordar cómo son sus casas. No la casa que hemos visto en parte, sino una impresión general de todos sus habitáculos.
— Siga, Gil.
— Están hechas de piedra parda, tienen techos largos e inclinados…