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— No me gusta el cariz que han tomado las cosas — dijo Ambrose, reflejando los pensamientos de Snook—. Aún sin lo que acaban de contarme, la hostilidad se palpa en el aire. Si no hubiéramos tenido tanta suerte en otros aspectos, me sentiría tentado de levantar campamento y marcharme a otro de los países donde se ha avistado a los avernianos.

— ¿Realmente vale la pena insistir aquí? — dijo Snook, irguiéndose en el asiento e interesándose en la conversación—. ¿Por qué no marcharse?

— Ante todo es una cuestión de geometría. Averno es ahora como una rueda girando dentro de otra, y el punto de contacto se desplaza constantemente alrededor de su ecuador. Eso significa que los avernianos vistos en Brasil no son los mismos que hemos visto aquí… Y hemos tenido la increíble suerte de que usted estableciera contacto con Felleth. Eso es lo que me atrae de Barandi. Me ha dado ventaja sobre todos los demás investigadores.

Quig despertó de sus propias ensoñaciones.

— ¿Qué más desea averiguar por medio de Gil, Boyce?

— ¡Ah! — Ambrose se arqueó sobre el volante y sacudió la cabeza, lleno de consternación—. Por el momento, mira, todo lo que estoy haciendo es desaprender.

— ¿Desaprender?

— Bien, no he comentado esto anteriormente porque teníamos muchos otros problemas prácticos e inmediatos que resolver, pero las descripciones de Averno que me ha suministrado Gil, e incluso las fotos que hemos tomado de la estructura de los techos avernianos, atentan contra muchas de nuestras ideas acerca de la naturaleza de la materia. De acuerdo con nuestra física, el universo averniano tendría que poseer una textura muy tenue comparado con el que conocemos. Si me hubieran pedido que lo describiera hace una semana, habría dicho que sólo podía existir porque los antineutrinos tienen masas diferentes que dependen de su energía, y que todos los objetos de ese universo consistirían en partículas pesadas rodeadas por nubes de partículas más ligeras — Ambrose empezó a hablar más rápido, entusiasmado con el tema—. Eso indica que los compuestos de ese mundo no estarían formados por fuerzas electrónicas como la electrovalencia y la covalencia; la debilidad de las interacciones implicaría que todos los cuerpos de ese universo, incluidos los mismos avernianos, serían mucho más… hmm… estadísticos que nosotros.

— ¡Vaya! — exclamó Quig, entusiasmado—. ¿Eso significa que un averniano podría caminar a través de otro averniano? ¿O de una pared?

Ambrose asintió.

— Eso es lo que me figuraba, pero hemos averiguado que era un error. Gil habló de edificios de piedra e islas y océanos… El resto de nosotros ha visto en los techos vigas como las de la Tierra… Así que parece que el mundo averniano es tan real, duro y sólido para ellos como el nuestro para nosotros. Tenemos muchísimo que aprender, y Felleth parece nuestra mejor fuente de información. Felleth en combinación con Gil, quiero decir. Por eso me resisto a dejar este lugar.

Snook, que había estado escuchando la conversación con creciente desconcierto, tuvo la repentina sensación de que las relaciones entre el mundo de teorías nucleares de Ambrose y su propio mundo de turbinas y cajas de cambio eran tan tenues como las que existían entre la Tierra y Averno. A menudo le había sorprendido la cantidad de cosas que la gente necesita saber para desempeñar eficazmente sus profesiones, pero la especialidad de Ambrose, en la que se alude a las personas como a nubes de átomos móviles, le resultaba fría e indiferente. En su mente se agitaron recuerdos, evocaciones borrosas de algo vislumbrado durante su contacto con Felleth.

Tocó el hombro de Boyce.

— ¿Recuerda que le he contado que Felleth me dijo: «Partícula, antipartícula. Nuestra relación definida casi con exactitud»?

— ¿Sí…?

— Ahora ha surgido algo más. No lo entiendo bien, pero tengo una especie de imagen «Partícula, antipartícula.» Es como si representara el borde de un cubo, sólo que no un cubo ordinario… Parece expandirse en muchas direcciones más. O quizá, cada borde del cubo es a su vez un cubo. ¿Tiene algún sentido lo que estoy diciendo?

— Da la impresión de que usted tratara de expresar el concepto de espacio multidimensional, Gil.

— ¿Cuál es la idea?

— Creo — dijo melancólicamente Ambrose— que Felleth sabe que la relación entre nuestro universo y el de él es sólo una en todo un espectro de relaciones similares. Puede que exista un universo encima de otro… Y no tenemos las nociones matemáticas adecuadas para poder siquiera concebirlos. Demonios, tengo que quedarme en Barandi tanto como pueda.

Los pensamientos de Snook volvieron al aspecto humano de la situación.

— De acuerdo, pero si por la mañana vamos a regresar a la mina, creo que usted debería llamar al despacho de la Asociación de Prensa, comunicarse con Gene Helig y obligarle a acompañarnos. Para nosotros es lo más parecido a un salvoconducto.

Capítulo 10

Llegaron a la boca de la mina sin incidente alguno, ante todo porque Murphy había visto a Cartier por la tarde y obtenido un permiso especial para entrar en automóvil. Como de costumbre, había dos jeeps aparcados al lado del cobertizo; cuando pasó el coche de Ambrose encendieron los faros, pero ninguno de ellos los siguió. Snook se preguntó si los soldados habrían sido advertidos de la presencia de Gene Helig. En cualquier caso, le alegraba que Prudence hubiera optado por quedarse en el hotel.

Cuando salió a la negrura anterior al alba descubrió que se había vuelto agudamente sensible a las estrellas. Las constelaciones centelleaban como ciudades en el cielo, los colores de cada estrella apenas distinguibles, y Snook se sintió agradecido por esa presencia. Pensó que era una reacción inconsciente contra su visión anterior de la vida en un planeta ciego desde el cual, aunque se disipara la pantalla nubosa, no sería posible ver los relucientes fuegos estelares de otras civilizaciones. Mientras miraba hacia arriba, juró que en cuanto se largara de Barandi se preocuparía seriamente de aprender astronomía.

— Allá arriba no hay nada que ver, muchacho — dijo jovialmente Helig—. Me dicen que hoy día tienes que buscar bajo tierra.

— Muy bien — Snook tiritó en un río de aire helado, se hundió las manos en los bolsillos de la chaqueta y siguió al resto del grupo en las jaulas que bajaban. Ambrose había calculado que el punto muerto superior de los avernianos caería justo encima de uno de los conductos agotados del Nivel Dos. No era una ubicación ideal, pues los avernianos se perderían unos minutos dentro del cielorraso de roca, pero el movimiento relativo sería bastante lento y habría dos buenas oportunidades para lo que Ambrose, con renovado buen humor, había definido como un 'téte á téte interuniversal'.

Cuando se apeó en la galería circular del Nivel Dos, Snook descubrió con alivio que sus aprensiones del día anterior se habían disipado. El primer instante de la unión con Felleth había sido estremecedor, pero no tanto por su extrañeza como por su eficacia. El había penetrado una mente, una inteligencia que era el producto de un continuo desconocido, y sin embargo le había sido más familiar que las mentes de muchos seres humanos. No había descubierto en ella capacidad para el asesinato o la codicia, pensaba Snook; y su certidumbre en este aspecto le hacía asombrarse aún más de que semejante contacto fuera posible.

Ambrose había negado firmemente la posibilidad de anteriores lazos telepáticos de largo alcance entre avernianos y humanos, pero en cambio esa misma mañana en el coche había confesado que su conocimiento del tema de su especialidad, la física nuclear, era defectuoso. Él, Gilbert Snook, se había transformado de pronto en el primer experto mundial en la transferencia de datos mente-a-mente, aun cuando admitía que ése no había sido su propósito, y le parecía que había cierta justicia en postular que los avernianos y los seres humanos, que durante millones de años habían habitado biosferas concéntricas, se habían influido recíprocamente en sus procesos mentales mediante la telepatía. La teoría tal vez explicaba la extraña coincidencia de palabras señaladas por Prudence, y la creencia tan difundida entre las sociedades primitivas de que existía otro mundo bajo la superficie de la Tierra. Ante todo, y en opinión de Snook lo más importante, explicaba la compatibilidad de procesos mentales que posibilitaba al menos una comunicación.