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Mientras rodeaba la galería dirigiéndose al conducto donde se habían reunido los demás, Snook se preguntó si podía jugar al investigador científico y llevar su teoría un paso más allá. Habiendo establecido el contacto mental inicial con Felleth, ¿podría ahora, mediante un esfuerzo consciente, llegar a él a distancia? La lejanía no sería considerable, pues en tal momento Felleth estaría en alguna parte debajo de él, y elevándose a través de los estratos rocosos, pero el principio podía ser demostrado. Dejó de caminar, se quitó las gafas, cerró los ojos y trató de proteger el cerebro contra todo estímulo sensorial. Lleno de embarazo, sabiendo que en términos avernianos tal vez fuera culpable de una torpeza incalificable, se esforzó por formarse una imagen mental de Felleth y por proyectar el nombre del averniano a través del abismo que separaba ambos universos.

En su mente no apareció nada. Contra la pantalla de sus párpados no había nada salvo las imágenes borrosas que había conservado en la retina. Los diseños azarosos de pseudoluz continuaron fundiéndose y mezclándose. Luego, en forma muy paulatina, Snook tuvo la sensación de que vislumbraba algo detrás de él. Una pared pálida y verde que no era una pared porque estaba dotada de movimiento, e infatigablemente se elevaba e invertía y perdía elementos; había transparencia unida al vigor, una sensación de solidez y liquidez, un estado inmutable de cambio eterno…

Paz profunda de la corriente…

— Vamos, Gil — llamó Ambrose—. Ya estamos casi listos. Lo estamos transformando en un arte.

Helig estaba de pie junto a Snook, la barbilla tapada por el cuello del suéter.

— Sí, ven con nosotros… Sin títeres no hay función, ¿verdad?

Snook pestañeó y trató de ocultar su fastidio. ¿Había sido víctima de un exceso de confianza en sí mismo? ¿Las palabras habían empezado a formársele en la mente porque había estado esperándolas? ¿Cómo distinguía un telépata entre los pensamientos propios y los ajenos?

— Despierta, muchacho — dijo Helig con amable impaciencia—. ¿De nuevo pensando en lo que no debes?

— ¿A qué viene tanta prisa? — vociferó Snook—. No podemos hacer nada hasta que los avernianos lleguen a este nivel.

— ¡Oh! — Helig enarcó las cejas—. ¡Escuchad a nuestra prima donna! — bromeando golpeó a Snook en el hombro.

Snook desvió un segundo puñetazo y se obligó a relajarse mientras avanzaban por la mina agotada hacia la zona donde Ambrose y Murphy, valiéndose de croquis y cintas métricas, habían delimitado el escenario de las operaciones.

En unos minutos ya tendrían su ración de experimentos telepáticos, suponiendo que Felleth no faltara a la cita tácitamente acordada. Ambrose, satisfecho ahora que había reunido su pequeño equipo, se adelantó para controlar la tarea de Quig y Culver.

— Gene, tú conoces este país mejor que nadie — dijo Snook en voz baja—. ¿Cuánto piensas que tolerará Ogilvie que la mina permanezca cerrada?

— Extrañamente, el presidente se lo ha tomado muy bien. Le halaga la publicidad que Barandi ha obtenido gracias a esto, algo muy importante para él, y quizás esté indeciso acerca de lo que debe hacer. Pero el que se está poniendo nervioso es Tommy Freeborn — el rostro de Helig era inescrutable detrás de las lentes oscuras de los Amplite—. Muy nervioso.

— ¿Crees que se está preparando para responder a la llamada del destino?

— No entiendo a qué te refieres.

— Vamos, Gene… Todos saben que Freeborn mandaría gustosamente al demonio a las Naciones Unidas, cerraría las fronteras y se libraría de todos los blancos y asiáticos.

— De acuerdo, pero no he sido yo quien te lo ha dicho — Helig miró en torno como si esperara ver micrófonos sobresaliendo de la roca—. Las divisas se están fugando del país. No creo que Tommy Freeborn tolere esta situación más de una semana.

— Entiendo. ¿Te marcharás?

Helig pareció sorprenderse.

— ¿Justo cuando tengo una tarea que cumplir?

— Tu tarjeta de periodista no significará nada para el coronel.

— Significa algo para mí, muchacho.

— Admito tus principios — dijo Snook—, pero no estaré aquí para ver cómo los pones en práctica.

Alcanzaron al resto del grupo y Snook se apartó para tratar de ordenar las ideas. Había llegado el momento de abandonar la partida. Abundaban los indicios, las advertencias eran inequívocas, y aunque se había permitido comprometerse con los problemas ajenos, ese era un error que podía rectificar. Ahora parecía inevitable una matanza de mineros estilo Sharpesville, pero él no podía hacer nada para impedirlo, y preocuparse por ello sólo le acarrearía resultados negativos. La naturaleza todavía no había diseñado un sistema nervioso capaz de soportar las culpas de los otros.

Ambrose y Prudence eran un caso aparte. Eran personas cultas y sofisticadas, y el hecho de que aquí se comportaran cándidamente no le hacía a él responsable de su bienestar. Prudence Devonald, especialmente, se disgustaría si él trataba de aconsejarla. En cambio, prefería seguirle la corriente a Ambrose…

Estas cavilaciones llenaron a Snook de dudas acerca de sí mismo. ¿Estaría planeando fríamente el abandono y la fuga si Prudence se le hubiera echado a los brazos después del incidente del Cullinan? Todos los libros de cuentos convenían en que ésa era la recompensa apropiada para el caballero que socorría a la dama en apuros, ¿pero era posible que él, Gilbert Snook — el neutrino humano—, hubiera pensado que la fantasía se iba a convertir en realidad? ¿Y era igualmente posible que él se dispusiera a abandonar a la muchacha en un arranque de rencor adolescente?

Perturbado por esta zambullida en el remolino de sus emociones, Snook comprobó casi con alivio que Ambrose estudiaba el reloj y ya agitaba las manos indicando que el encuentro era inminente. Ambrose hizo unos ajustes finales al generador de campo bosónico y explicó todo el procedimiento a Helig. Había menos espacio que en los túneles donde se habían realizado los contactos anteriores, y los miembros del grupo estaban muy juntos cuando el ya familiar resplandor azul asomó sobre el suelo de roca.

— Desplazamiento lateral, menos de un metro — murmuró Ambrose a su magnetofón de pulsera; al fondo se oyeron los chasquidos de la cámara de Quig.

Snook se adelantó, ansioso e intimidado a la vez, y permaneció absolutamente rígido mientras la línea se elevaba hasta transformarse en el ápice de un prisma triangular de luminosidad. El prisma se expandió hacia arriba y hacia afuera hasta que la cúspide estuvo por encima de la cabeza de Snook y él pudo ver la geometría espectral de una techumbre a su alrededor. Siguió el plano horizontal de un cielorraso que le subió por encima de los tobillos y las rodillas como la superficie de un lago insustancial. Snook se arrodilló para introducir la cabeza en la habitación averniana. Las tres figuras traslúcidas le estaban esperando, Felleth en el centro, elevándose de la roca sólida como columnas esculpidas en humo azulado.

Felleth se acercó a Snook con piernas que todavía eran invisibles, los brazos tendidos hacia él. Los estanques de bruma de los ojos se dilataron de nuevo. Snook inclinó la cabeza hacia adelante, y aún antes de que se estableciera el contacto pudo ver el movimiento titilante del muro verde mar…