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— ¿Qué estás proponiendo?

— Déjame entrar allí con un par de hombres para pedirle simplemente que se entregue. No tendría más que insinuarles que es para bien de los otros. Incluida la muchacha.

— ¿Crees que sería suficiente?

— Creo que sería suficiente — dijo Freeborn—. Verás, Snook pertenece a esa clase de imbéciles.

Cuando terminó con el brandy, Snook se encaramó a la plataforma y observó cómo trabajaban los otros. Desde que se enteraron de la muerte de Murphy habían emprendido las tareas con una sombría determinación, y sólo hablaban lo imprescindible. Ambrose, Culver y Quig estaban casi siempre arrodillados frente al complejo panel de control de la parte trasera de la máquina Moncaster. Hasta Helig y Prudence colaboraban clavando clavos para instalar una barandilla precaria que Ambrose había juzgado necesaria por razones de seguridad. Ya habían levantado otra estructura, parecida a un cubículo para ducharse, hecha de madera y láminas de plástico claro. Dentro de la caja transparente había dos cilindros de hidrógeno.

Esa actividad de grupo en la que él no participaba agudizó la sensación de soledad de Snook, y cuando oyó el gruñido distante de motores de camión casi sintió alivio.

Ninguno de los otros pareció reparar en el sonido, así que optó por no mencionarlo. Los minutos transcurrieron sin indicios de actividades militares, y Snook empezó a preguntarse si su imaginación no actuaría en complicidad con el jadeo del viento nocturno. Lo más lógico, considerando la decisión a que había llegado, sería caminar tranquilamente hacia la boca de la mina. Pero sentía una profunda resistencia a desaparecer sin más en la oscuridad. No pertenecía al grupo, pero le costaba afrontar esa alternativa.

— Listo — Ambrose se frotaba las manos después de ponerse de pie—. Esta minibatería nos dará toda la energía que necesitamos. Creo que ya estamos preparados — miró el reloj—. Falta menos de media hora.

— Es todo un artefacto — dijo Snook, que de golpe cayó en la cuenta de la enormidad del intento.

— Claro que sí. Hasta hace diez años se habría necesitado un acelerador de cinco kilómetros de largo para producir los campos de radiación que podemos proyectar aquí — Ambrose acarició la superficie de la máquina como si fuera su mascota favorita.

— ¿No es peligroso?

— Puede serlo si uno se pone delante, pero eso también sucede con las bicicletas. Son máquinas como ésta las que han acelerado la investigación nuclear en la última década… Y con lo que estamos aprendiendo gracias a Felleth… ¡Cuidado con el cubículo! — le gritó de pronto a Helig—. El laminado de plástico no debe sufrir desgarrones…, tiene que ser hermético.

Snook examinó dubitativo la endeble estructura.

— ¿Es allí donde espera que se materialice Felleth?

— Ese es el lugar.

— ¿Pero tendrá que quedarse allí? ¿Cómo sabe que él respira hidrógeno?

— El hidrógeno no es para respirar, Gil. Es para crear el medio físico que Felleth especificó para su llegada, al menos en parte. Sus conocimientos superan en mucho los míos, pero creo que es para contar con una provisión conveniente de protones que él empleará para…

— ¡Doctor Ambrose! — rugió una voz amplificada en la negrura circundante—. Habla el coronel Freeborn, comandante de las fuerzas de seguridad interna de Barandi. ¿Me oye?

Snook avanzó hacia la escalerilla, pero Ambrose le aferró el brazo con una fuerza sorprendente.

— Le oigo, coronel.

— Esta tarde el presidente Ogilvie ha dado órdenes de que se interrumpieran los trabajos en la mina. ¿Ha recibido usted el mensaje?

— Lo he recibido.

— Entonces, ¿por qué está desobedeciendo?

Ambrose titubeó.

— No estoy desobedeciendo, coronel. Una de estas máquinas contiene un reactor nuclear en miniatura, y los controles no funcionan correctamente. Hemos pasado las seis últimas horas tratando de desconectarlo.

— Eso huele a pretexto recién inventado, doctor Ambrose.

— Si quiere acercarse, le mostraré a qué me refiero.

— Por el momento estoy dispuesto a pasarlo por alto — tronó la voz de Freeborn— ; veo que Snook está con usted.

— Sí… El señor Snook está aquí.

— He venido a arrestarle por asesinato de dos miembros de las fuerzas armadas de Barandi.

— ¿Por qué? — Ambrose estaba ronco de hablar a gritos.

— Creo que ha oído, doctor.

— Sí, pero ha sido tan inesperado que… Oímos algunos disparos, pero no tenía idea de lo que había ocurrido. Esto es terrible — Ambrose soltó a Snook y se alejó de él.

— Me mantengo a distancia porque Snook está armado. Eso no impedirá el arresto, desde luego. Pero preferiría capturarle sin tiroteos. No deseo que ningún inocente resulte herido, y eso puede evitarse si Snook accede a entregarse.

— Gracias, coronel — la cara en sombras de Ambrose resultaba inescrutable mientras miraba a Snook—. Usted comprenderá que esto es sorprendente para mí y los otros miembros del grupo que, como usted dice, son inocentes y no tenían idea de lo sucedido. ¿Nos da un poco de tiempo para llegar a una determinación?

— Quince minutos… No más.

Siguió un prolongado silencio que reveló que Freeborn daba el diálogo por concluido.

— Buen trabajo, Boyce — dijo Snook, hablando en voz baja por si le estaban apuntando con micrófonos de largo alcance; reconoció que Ambrose había demostrado muchísimo sentido común al disociarle de los demás, pero aunque lo admitiera, no podía reprimir la sensación irracional de que le habían traicionado. Inclinó la cabeza para despedirse de Prudence y los otros tres hombres, y se volvió para irse.

— Gil — susurró enfurecido Ambrose—, ¿adonde diablos piensa ir?

— Al diablo, precisamente. Ya es mi turno.

— Quédese aquí. Yo le sacaré de este lío.

Snook soltó una risotada opaca.

— No hay salida. Además, la pequeña diversión le dará a usted tiempo para completar el experimento. Es el compromiso más importante en la agenda de hoy, ¿verdad?

Ambrose meneó la cabeza.

— Antes convinimos en que yo era un grandísimo hijo de perra, pero todo tiene un límite. No me importa admitir que tenía esperanzas de que me dejaran en paz para llevar a cabo lo planeado, pero ahora la situación es diferente.

— Mire — Snook se golpeteó el pecho—. No quiero parecer melodramático, pero a mí ya puede considerarme muerto… No hay manera de evitarlo.

— Ya sé que puedo considerarle muerto, Gil — dijo Ambrose con voz tensa—. De otro modo no me arriesgaría a ofrecerle la única posibilidad de huida que le queda.

— ¿Huida? — Snook sintió el viejo escozor de la premonición mientras miraba la inquietante máquina cúbica—. ¿Huida? ¿Hacia dónde?

— A usted ya no le queda ningún sitio adonde ir — repuso Ambrose sentenciosamente—. Ninguno…, salvo Averno.

Snook retrocedió un paso, impresionado, y luego echó una ojeada al grupo que le rodeaba. Los rostros eran solemnes y atentos como los de los niños, y se concentraban en Ambrose.

— Existe un riesgo — dijo Ambrose—. Sólo puedo hacer esto con el consentimiento y la colaboración de usted, y no lo intentaría en absoluto si usted tuviera otra manera de salir de aquí.

Snook tragó con dolor.

— ¿Qué hará?

— No tengo tiempo de darle un curso de física nuclear, Gil. Básicamente se trata de revertir los procedimientos de Felleth, haciéndole a usted rico en neutrones… Pero tendrá que confiar en mí. ¿Está dispuesto?