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— Estoy dispuesto — dijo Snook, vislumbrando en la memoria las formas diamantinas y alargadas de las islas de Averno—. Pero usted no ha venido aquí para esto.

— Eso no importa. En estas circunstancias no me atrevería a transferir a Felleth ni a ningún otro averniano a nuestro universo… Alguien podría tirotearles — Ambrose se interrumpió para encender un cigarrillo, sin dejar de mirar a Snook—. Pero podemos poner a prueba el principio de la transferencia, para ilustración de Felleth.

— De acuerdo — Snook descubrió que esto le daba más miedo que la perspectiva de que meramente le mataran—. ¿Qué quiere que haga?

— Bien, lo primero que tiene que hacer es comunicarse con Felleth y hablarle del cambio de planes.

— Boyce, usted habla como si… ¿Tiene el número del teléfono de Averno?

— Él necesitará tiempo para reaccionar, Gil. Tiene una gran pericia, pero aún así necesitará que le avisen para disponerse a recibirlo a usted — la cara de Ambrose permanecía impasible, pero Snook advirtió que el cerebro le funcionaba a toda máquina, evaluando probabilidades como un tramposo de experiencia internacional.

— ¿Cree que él podrá hacer los preparativos a tiempo?

Snook sabía que responder a esa pregunta exigía conocimientos que no existían en la Tierra, pero no pudo abstenerse de formularla.

— Felleth nos lleva muchísima ventaja en este campo, y las relaciones energéticas favorecen un traslado de este universo al de él. Creo que con un buen tirón de Felleth y un pequeño empujón de nuestra parte, todo saldrá bien.

Snook advirtió de pronto que había perdido todo contacto humano con Ambrose: era imposible discernir si le estaba aconsejando como amigo o tomando las medidas necesarias para proteger el experimento. En la práctica no había diferencia alguna; de un modo u otro él tenía que elegir entre una muerte segura en la Tierra y la posibilidad de vivir en Averno. Se volvió hacia Prudence, pero ella se apresuró a desviar la mirada, y Snook comprendió que la muchacha tenía miedo. Una nueva inquietud se le deslizó en la mente.

— Boyce, suponiendo que todo salga bien y yo… desaparezca — dijo—, ¿qué ocurrirá después? A Freeborn no le va a gustar demasiado.

Ambrose no se inmutó.

— Ese problema ya se solucionará solo… Pero usted ni siquiera tendrá la oportunidad de ser transferido si no se comunica de inmediato con Felleth — apretó el botón de la esfera de su reloj para mirar la hora—. Ascenderá en poco más de cuatro minutos por el sitio que marcamos en el Nivel Dos.

— Iré — dijo serenamente Snook, comprendiendo que ya no quedaba tiempo para conciliábulos.

Bajaron la escalerilla y se apiñaron estrechamente bajo la plataforma para cubrir a Snook mientras se escurría hacia la boca de la mina. Corrió lo más rápido que pudo, confiando en que las lentes azules de los Amplite le guardaran de tropezar con obstáculos al tiempo que rogaba que Freeborn no hubiera tomado la precaución de saturar el área de soldados. Pensó que el coronel había manejado la situación con una llamativa delicadeza, pero no había tiempo para analizar los motivos.

Al acercarse a la entrada del ascensor permaneció todo lo que le era posible a la sombra de los tubos de evacuación que se alejaban del hueco como tentáculos de un pulpo gigantesco. Repitiendo los movimientos que siempre realizaba Murphy, puso en marcha la maquinaria y agradeció que el funcionamiento fuera silencioso. Saltó a una jaula descendente, bajó al Nivel Dos y brincó a la galería circular. Por un momento aterrador no pudo identificar la entrada del conducto sur, pero luego se encontró dentro de él corriendo mientras el aire frío le silbaba en los oídos.

Cuando llegó al área indicada por Ambrose, descubrió que Felleth y varios otros avernianos ya estaban presentes, visibles de la cintura para arriba por encima del suelo de la roca, y elevándose ostensiblemente a cada segundo mientras fruncían e hinchaban las bocas desmesuradas. Las figuras azuladas y traslúcidas se mezclaban con lo que parecían máquinas y estructuras altas y rectangulares.

Ninguno de los avernianos reaccionó ante su llegada, y Snook recordó que en esta ocasión no estaba iluminado por el equipo de Ambrose. Fijó los ojos en Felleth — y con una parte de la mente se preguntó cómo había logrado identificarle— y avanzó. Felleth se llevó de pronto las manos transparentes a la cabeza, y Snook vio cómo el destello de la pared verde y viviente se le superponía en la visión. Inclinó la cabeza hacia la de Felleth, viendo una vez más cómo los estanques de bruma de los ojos se dilataban hasta inundarle la mente.

Paz profunda de la corriente ondulatoria.

Te comprendo, Igual Gil. Puedes venir.

Paz profunda de la corriente ondulatoria.

Snook se encontró de rodillas en la piedra húmeda e irregular del túnel. Los Amplite le mostraban, al margen de una imagen normal de cuanto le rodeaba, sólo un resplandor vago y generalizado. Eso significaba que la superficie de Averno ya se había elevado por encima de su cabeza, recordó. Alzó los ojos hacia el techo curvo y pulido mientras se preguntaba cuánto tiempo le quedaba. Si quería tener la oportunidad de sobrevivir debía encontrarse con Felleth y Ambrose en un punto directamente encima de su ubicación actual. Felleth ya ascendía a través de estratos geológicos que para él no existían, pero para Snook no había más opción que volver sobre sus propios pasos.

Se puso en pie, trató de sobreponerse a la languidez ya familiar que seguía a la unión telepática, y corrió hacia el ascensor. Al llegar a la galería trepó a una jaula ascendente y se aferró del alambre tejido hasta llegar a la superficie. Agachó la cabeza y corrió hacia la plataforma, sin fijarse ahora si alguien se le interponía. Las lámparas portátiles que rodeaban la plataforma se destacaron en la negrura sin estrellas, y cuando las vio volvió a comprender que era necesario evitar un tropiezo con posibles enemigos. Avanzó más despacio, se agazapó y se abrió paso sigilosamente hasta la base de la plataforma. Ambrose y Helig le estaban esperando al pie de la escalerilla.

— Me he comunicado con Felleth — barbotó Snook, luchando por controlar la respiración—. Ha accedido.

— Buen trabajo — dijo Ambrose—. Mejor que subamos y empecemos. No nos queda mucho tiempo.

Treparon por la escalerilla y encontraron a Prudence y los otros tres hombres de pie y en silencio. Snook tuvo la impresión de que estaban sosteniendo una conversación entre cuchicheos y se habían interrumpido al verle llegar. La situación era intensamente embarazosa y nadie se atrevía a mirarle de frente; Snook supo que se habían creado las mismas barreras que cuando en una familia o grupo se sabe que alguien está a punto de morir. Por mucho que lo intenten, comprendió, quienes saben que tienen un futuro por delante no pueden evitar cierta extrañeza ante el aura que rodea a una persona que se está preparando para morir. Teóricamente, la vida de Snook sería salvada mediante magia nuclear, pero su trayectoria por este mundo concluiría de forma tan definitiva como si fuera a la tumba, y todos los presentes debían saberlo subconscientemente.

— Esto no lo necesitamos — dijo Ambrose, empujando a un lado la tienda de plástico para el hidrógeno, y en ese lugar puso una pequeña caja de madera, boca abajo—. Será mejor que se siente aquí, Gil.

— Bien — Snook trató de aparentar estolidez e impasibilidad, pero un frío mortal le traspasaba, y las rodillas se le aflojaron cuando cruzó la plataforma y estrechó las manos de Helig, Culver y Quig. No atinaba a comprender por qué de repente esa formalidad se le imponía como necesaria. Prudence le tomó la mano entre las suyas, pero cuando le dio un beso, muy ligero y muy fugaz, tenía el rostro como una máscara de sacerdotisa. Cuando él se volvía, Prudence le llamó por su nombre.