«No hay apartamento más solitario — recordó que había pensado una vez— que aquel en el que oyes los rumores de la fiesta del vecino.»
Snook sabía que ser prisionero en una pequeña isla deshabitada añadía muy poco a las tribulaciones de ser un prisionero en un universo ajeno, aun cuando el Pueblo se había comportado mucho más humanamente de lo que él había esperado. Tomando a Felleth por modelo, se había formado una impresión idealizada de los avernianos, aquellas criaturas superinteligentes que estaban reconstruyendo una civilización después de una catástrofe planetaria, y se preparaban estoicamente para la calamidad definitiva.
Le había sorprendido descubrir que aquella raza de criaturas racionales aborrecía su presencia en aquel mundo como un recordatorio de un planeta hermano que se negaba a ofrecerles ayuda. Y había sentido furia y tristeza al enterarse de que Felleth había sido censurado por su fracaso, de acuerdo con los criterios avernianos, en sus funciones de Reactivo. También habían criticado a Felleth por el acto unilateral de transferir a Snook a su mundo.
«Es más difícil erradicar lo trivial — había dicho Felleth el primer día— y lo mezquino.»
Estas eran cosas en las que Snook procuraba no pensar mientras cargaba con su propia cruz, la de soportar el transcurso de cada día, y luego repetir el proceso incesantemente. Vivir en un mundo donde nadie quería matarle ya era algo; pero el reverso de la medalla era que existía en un universo donde nadie le había dado vida y donde no había posibilidades de trasmitirle vida a nadie. Aquella idea resultaba dolorosa para un hombre con su pasado de neutrino humano, pero él había comprendido su error el día en que había entrado en un hotel de Kisumu y había visto…
A esa hora de la noche Snook siempre oficiaba el rito de quitarse el reloj de pulsera y dejarlo en la caja de madera color naranja, al lado de la cama. Y si había trabajado duro durante el día, era recompensado con el reposo, y a veces con sueños.
Cada día parecía un mes. Y cada mes, un año.
Capítulo 15
Habían transcurrido doce meses, de acuerdo con los cálculos de Snook, la mañana en que recibió el mensaje sin palabras de que los avernianos habían confirmado la existencia de otros mundos en su sistema planetario.
Sus primeras experiencias en Averno le habían demostrado que su habilidad para la comunicación telepática no era mucho mayor que cuando vivía en la Tierra y ocasionalmente desdeñaba los pensamientos de otros hombres. Irónicamente, había logrado una plena congruencia de identidad con Felleth sólo cuando ambos habitaban universos diferentes y habían podido unir los cerebros en el mismo volumen espacial. Durante las regulares visitas de Felleth a la isla, Snook había intentado ampliar su capacidad para recibir información, pero el progreso había sido incierto o nulo.
En este día especial, sin embargo, no pudo dejar de percibir el estado de ánimo del Pueblo. Las emociones de júbilo y de triunfo, amplificadas millones de veces, se propagaron a través de las islas como el oro de los crepúsculos que nunca veían.
— No está mal — dijo Snook en voz alta, alzando los ojos desde su vivienda—. De la ignorancia completa del cielo a una radioastronomía plenamente evolucionada en un año. No está mal.
Volvió la atención al trabajo que realizaba, pero siguió escudriñando el mar con la esperanza de que Felleth le hiciera una visita especial para traerle detalles de su nuevo conocimiento. Las masas y elementos orbitales de los otros mundos determinarían a que distancia de Averno pasaría el Planeta de Thornton en su próxima trayectoria, y Snook sintió un interés de propietario por esa información. Era incapaz de entender lo relevantes conjuntos de ecuaciones, pero le habían afectado el curso de la vida y quería saber si Averno estaba condenado a otro desastre, de mayores o menores proporciones, o si había sido absuelto por completo. Además, pensaba que tal vez el Pueblo tolerara más su presencia en su mundo si recuperaba la certidumbre respecto del futuro.
En tal caso, solicitaría el derecho a viajar con tanta libertad como antes lo había hecho en la Tierra. Felleth le había dicho que había masas de tierra más grandes al oeste y al este, y explorarlas, tal vez circunnavegar aquel globo acuoso, daría a su vida una apariencia de sentido.
Ninguna nave se le acercó ese día, pero al caer la noche vio una profusión de luces multicolores en las otras islas que le indicaron que todos estaban celebrando el acontecimiento. Observó las motas móviles y centelleantes durante varias horas antes de acostarse, preguntándose si también era una ley universal que en los momentos de felicidad y victoria las criaturas inteligentes expresaran sus sentimientos con elementos pirotécnicos, símbolos del nacimiento cósmico.
La mañana siguiente una flota de cuatro embarcaciones pasó frente a la isla a gran velocidad, rumbo al nordeste. Snook, que no recordaba haber visto ninguna nave avanzando en esa dirección, las observó con cierta perplejidad. Eran naves impulsadas por baterías sofisticadas en las que el mar hacía las veces de electrolito y por lo tanto actuaban con un radio ilimitado, pero él no tenía noticias de que hubiera tierra en aquel sector.
Cuando la pequeña flota pasó cerca de él, una figura arropada de blanco saludó a Snook desde la nave capitana. Él devolvió el saludo, satisfecho por el momento con ese sencillo acto de comunicación, y luego empezó a preguntarse si la figura anónima no habría sido Felleth, y por qué iría rumbo a un océano desierto. Minutos después las cuatro embarcaciones se habían perdido de vista en las aguas chatas y grises.
A pesar de varios chaparrones, Snook permaneció afuera todo el día, pero no vio regresar las embarcaciones. Al día siguiente ya casi había olvidado el incidente y permaneció dentro de la casa, concentrado en la tarea de levantar un horno de alfarero con la arcilla de la isla. Los avernianos no sólo eran estrictamente vegetarianos, sino que ingerían todos los alimentos en estado natural, y Felleth no se había sentido obligado a proveer a Snook de elementos de cocina. Se había adaptado razonablemente bien a alimentarse de comida cruda, pero últimamente le obsesionaba la idea de prepararse sopas calientes. Otra de sus ambiciones más tenaces era la de moler cereales, hornearlos para hacer pan y comerlo con mermelada de frutas. Estaba moldeando la estructura del horno sobre un armazón de ramas secas cuando oyó el gemido de un motor funcionando a baja velocidad.
Fue hasta la puerta y vio una embarcación averniana que se arrimaba al muelle, con Felleth de pie en la proa. Otras tres embarcaciones rodaban sobre las aguas tersas y grises, alejándose de la isla en dirección sur. Snook caminó al encuentro de Felleth y notó que el averniano parecía traer en la mano un objeto verde y blanco. Miró fijamente a Felleth proyectando el saludo protocolario y recibió una imagen fugaz de la eterna corriente ondulatoria.
— Esperaba que vinieras — dijo cuando el averniano descendió a las planchas destartaladas del muelle—. ¿Hay buenas noticias?
— Creo que es así como tu lo describirías — dijo Felleth, que con un año de práctica podía hablar con cierta fluidez, aunque la voz era siempre baja y gangosa.
— Habéis descubierto otro planeta…
— Sí — la boca de Felleth ondeó en una expresión que Snook no había visto antes y no sabía interpretar—. Ha sido con cierta colaboración…
Snook meneó la cabeza.
— No te entiendo, Felleth.
— Tal vez esto aclare las cosas.