La idea le espantaba y la halagaba simultáneamente porque demostraba que a pesar de que Raja hubiera dicho que no era irresistible, al menos la encontraba lo bastante atractiva como para que su cuerpo reaccionara.
También descubrió lo bien… dotado que estaba. Y como respuesta sintió una presión entre los muslos que la desconcertó tanto como darse cuenta de que le excitaba saber que era responsable de la excitación de Raja.
Era la primera vez que un hombre tenía ese efecto en ella. Nunca se había sentido cómoda ni con su cuerpo ni con su sexualidad por culpa de su padrastro, que durante su adolescencia había hecho continuos comentarios obscenos en cuanto su madre se ausentaba sobre su transformación en mujer. A pesar de que nunca había llegado a tocarla, Ruby había acabado por desarrollar una aversión hacia el sexo y una profunda desconfianza hacia las intenciones de los hombres.
El príncipe cubrió los hombros de Ruby con la toalla húmeda.
– Eres de piel muy blanca. Permanece en la sombra o te quemarás.
Actuando en contra de su naturaleza, Ruby obedeció en silencio y se sentó para observar a Raja mientras se afeitaba mirándose en el espejo que le había dejado. La curiosidad que despertaba en ella se incrementaba exponencialmente y habría querido tener acceso a Internet para buscar información sobre él y su vida privada. Siendo tan rico y tan atractivo, debía tener muchas mujeres dispuestas a tener una aventura con él. Las relaciones tendrían que ser discretas, dado lo conservadores que eran Najar y Ashur. ¿Buscaría a sus amantes entre las mujeres que conocía en el extranjero?
Tras ponerse la túnica, Raja se aproximó a ella.
– Deberíamos comer algo.
En la tienda le enseñó un viejo frigorífico que funcionaba con un generador.
– Se ve que tienes experiencia en este tipo de vida -dijo Ruby.
– Cuando era pequeño, mi padre solía mandarme a pasar tiempo en el desierto con mi tío, que es el jeque de una tribu nómada -explicó-. Pero en Najar ya no quedan verdaderos nómadas. En Ashur, sin embargo, sigue siendo una forma de vida habitual.
En el frigorífico había fruta, verdura, carne y pan, así como algunas latas.
– No creo que vayamos a estar aquí mucho tiempo -dijo Raja, pasándole una taza.
Ruby entrecerró los ojos para enfocar lo que parecía una bandera roja en lo alto de una roca prácticamente vertical.
– ¿Qué es eso?
– Una manta que he atado esta mañana para llamar la atención.
– ¿Cómo has subido? -preguntó Ruby, admirada.
– No ha sido difícil -dijo él con un encogimiento de hombros-. Tenía que ver si había cerca alguna población, pero no hay nada.
– Supongo que eligieron un lugar aislado -dijo Ruby-. Al menos yo no tengo familia que pueda preocuparse. ¿Tú?
– Un padre, una madre y dos hermanas, además de decenas de familiares. Quien más me preocupa es mi padre. Sufre del corazón y no quiero imaginar cómo se tomará mi desaparición -Raja contrajo la cara en un gesto de preocupación-. Pero me temo que no puedo hacer nada.
Ruby sintió lástima.
– ¿Yo tengo familia en Ashur?
– Solo algunos primos lejanos.
La habilidad con la que preparó algo para comer con una simple hoguera, dejó a Ruby asombrada, especialmente porque ella no sabía cocinar. Stella, por otra parte, era una buena cocinera, así que nunca le había supuesto un problema hasta aquel momento, en el que le hizo irritarse consigo misma por no poder mostrarse más resolutiva ante Raja.
La sensación de inutilidad hirió su orgullo y Ruby transformó su irritación en una continua actividad a lo largo de la tarde. Ordenó su ropa, dobló las mantas, sacudió la arena de las colchonetas y salió a buscar ramas y hojas secas para alimentar el fuego. El calor la drenó de energía y al cabo de unas horas, sudada y exhausta, decidió volver a darse un baño.
El contacto con el agua fresca le resultó maravilloso, y al salir, se envolvió en el pareo y se sentó en una roca a peinarse el cabello, que se anudó en la parte de atrás.
Miró al otro lado de la poza y vio que su príncipe del desierto se acercaba moviéndose con la elegancia de una gacela. Era espectacularmente guapo y rico, y sabía cocinar. Lo sorprendente era que siguiera soltero. Aunque por contra tenía esa irritante obsesión por saberlo todo y por asumir que siempre tenía razón. Al que, por otro lado, a menudo era verdad, pensó al sentir los hombros levemente quemados.
– Ten cuidado con…
Ruby alzó las manos con un gesto de impaciencia.
– ¡Ya está bien, Raja, deja de decirme lo que tengo que hacer!
– Mi gente y yo pertenecemos al desierto. Por eso sabemos cómo actuar en él.
Ruby dio un resoplido y pateó una piedra con ímpetu.
– ¡Ruby!
Algo salió de debajo de la roca a toda velocidad y Raja prácticamente saltó hacia adelante para tomar a Ruby del brazo y apartarla. Protegida tras su torso, Ruby vio horrorizada decenas de insectos amarillentos que escapaban corriendo.
– Son escorpiones -explicó él-. Durante el día se esconden en la sombra. Su picadura es muy dolorosa.
– Odio los insectos -dijo ella, temblorosa.
– También hay víboras.
– ¡Cállate! -gritó ella-. Esto no es una excursión educativa y no quiero saberlo -Raja le hizo volverse y la miró fijamente con expresión risueña-. Deja de intentar convertirme en un miembro de la familia real que lo hace todo bien -añadió ella, acaloradamente.
Raja al-Somari estalló en una carcajada porque encontraba a Ruby distinta a cualquier otra mujer que hubiera conocido. Ni coqueteaba ni usaba sus armas de seducción, al menos con él; jamás intentaba halagarlo y no le había contado ninguna historia con la que pretendiera ensalzarse. En conjunto, tenía que admitir que le gustaba lo sincera y espontánea que era.
– Así que tienes sentido del humor. ¡Menudo alivio! -dijo ella, sacudiendo la cabeza con fuerza, de manera que el cabello se soltó del nudo que se había hecho y rozó el hombro de Raja. Él miró embelesado su precioso rostro y sus labios rosados; agachó la cabeza como si una poderosa fuerza invisible tirara de él y la besó, primero con delicadeza y en pocos segundos, apasionadamente. El deseo arrastró a Ruby como una ola, nunca había sentido una necesidad tan intensa como la que despertó la presión de los labios de Raja sobre los suyos y el sabor de su boca la emborrachó.
Sin mediar palabra, Raja se separó bruscamente y, posando una mano en la parte baja de su espalda, la impulsó en dirección a la tienda.
Ruby, que nunca había experimentado nada parecido, se sintió súbitamente rechazada. Se recorrió los labios hinchados con la lengua sin poder pensar en otra cosa que en volver a tener los de Raja pegados a ellos. La violencia de su deseo la asustó. Tenía los pezones endurecidos, doloridos, y las piernas le temblaban hasta el punto de que le costaba caminar. Y entre tanto, no dejaba de intentar adivinar qué estaría pensando Raja.
Al llegar a la tienda lo miró llena de curiosidad. Apretaba los labios y en sus ojos brillaban sentimientos contradictorios e intensos, a los que el corazón de Ruby respondió latiendo a toda velocidad.
– No juegues conmigo, Ruby -dijo él con voz ronca.
A Ruby le molestó la insinuación.
– No sé a qué te refieres. Me has besado tú.
– Pero tú no lo has impedido. Y te recuerdo que me dijiste que no querías que te tocara.
– No había imaginado lo que podría llegar a pasar -dijo ella, avergonzada-. Supongo que la situación… Me he dejado llevar.
– Toda acción tiene consecuencias -dijo él, apretando los puños para intentar controlar un cuerpo que no reaccionaba con tanta rapidez como su mente.
Ruby se sentó dentro de la tienda. Ni siquiera el calor exterior llegaba a ser tan intenso como el que sentía en su vientre. No podía relajarse. Alzó una mano y vio que temblaba. Había bastado un beso para que el suelo temblara bajo sus pies. Quería más. Quería hacer el amor con un hombre que podía volverla loca con tanta facilidad.