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– Estás muy callada. ¿Pasa algo? -le preguntó Raja cuando Ruby subía ya a sus aposentos.

– Nada de importancia -Ruby entró en el dormitorio precipitadamente, ansiosa por ponerse algo con lo que estar más cómoda.

Una sirvienta estaba colgando ropa de hombre en el armario, y Ruby apretó los labios al tiempo que volvía al salón, donde encontró a Raja mirando por la ventana.

– ¿Se supone que vas a alojarte en mi suite?

– Las parejas casadas suelen compartir alojamiento -dijo él con calma.

Su tono elevó la irritación de Ruby. ¿Por qué se refería a su relación como si fuera sencilla cuando no lo era en absoluto?

– No me había dado cuenta de que, de no ser por el accidente de avión, te habrías casado con mi prima Bariah -dijo sin pensarlo.

– Habría sido imposible incluir una boda en el acuerdo de paz de no haber pensado en un novio y una novia.

Una vez más, su tono pausado, como si se tratara de una obviedad, la sacó de sus casillas.

– ¡Supongo que habrías preferido una genuina princesa de Ashur!

Raja la miró con gesto imperturbable, evidenciando su resistencia a tratar un tema tan delicado.

La ira vibró en el interior de Ruby como un huracán buscando una ranura de salida.

– ¡He dicho que…!

– No estoy sordo -le cortó Raja, fríamente-. Pero no sé qué esperas que conteste.

Ruby lo miró de hito en hito.

– ¿Sería demasiado pedirte que contestaras con honestidad?

– En absoluto. Pero no pienso insultaros ni a ti ni a tu difunta prima comparando dos mujeres completamente distintas y expresando mi preferencia por una u otra -Raja avanzó hacia ella con la mandíbula en tensión y mirada fría-. No creo que sea una petición razonable.

– ¡A mí sí me lo parece! -replicó ella, airada.

– ¿No te das cuenta de que si contestara, os estaría faltando al respeto?

– Al contrario que tú, soy humana. Aunque no sé por qué me molesto en preguntar. Es lógico asumir que una verdadera princesa como Bariah y tú tuvierais mucho más en común que nosotros.

– Sin comentarios -dijo Raja, impasible, en el momento en que la sirvienta salía del dormitorio y, haciendo una reverencia, dejaba la suite.

– Bariah hablaba la lengua nacional, conocía el país -afirmó Ruby, en un tono lastimero que delataba lo inadecuada que se sentía para la función que le había sido encomendada.

– Con tiempo y esfuerzo, tú aprenderás -musitó Raja con una paciencia que en lugar de apaciguar a Ruby, contribuyó a irritarla.

– Mi prima habría sabido cómo comportarse en cada situación.

– Wajid opina que estás actuando magníficamente -dijo Raja con dulzura.

Ruby se irguió y sus ojos refulgieron.

– ¡No seas paternalista!

– Voy a darme una ducha -dijo Raja con un suspiro, al tiempo que dejaba la chaqueta en el respaldo de una silla e iba hacia el dormitorio.

Ruby lo siguió con la mirada.

– ¿De verdad tienes pensado dormir aquí conmigo?

Raja, que había empezado a desabrocharse la camisa, le dirigió una mirada de impaciencia, pero no dijo nada.

Ruby se quedó hipnotizada observando cómo su torso emergía poco a poco desde debajo de la camisa.

– Hay dos sofás en la habitación contigua -apuntó por si Raja no había barajado esa opción.

Él respondió al comentario con la indiferencia que obviamente le merecía. Sus ojos brillaban como oro bajo sus tupidas pestañas, apretaba la mandíbula en un gesto que resultaba amenazador.

– Está bien… Yo dormiré en el sofá -dijo Ruby, decidida a mantenerse firme en su decisión.

Estaba convencida de que si mantenían las distancias, pronto olvidarían el territorio de intimidad en el que se habían adentrado y que retomarían el acuerdo inicial.

Raja arqueó una ceja con escepticismo al tiempo que se quitaba los calzoncillos y caminaba hacia el cuarto de baño pausadamente, dejando a Ruby boquiabierta.

Mientras él se duchaba, Ruby preparó un sofá como cama, se puso el pijama, apagó la luz y se metió entre las sábanas. Hermione se acurrucó a sus pies.

Un rato más tarde, un sonoro ladrido de la perra sobresaltó a Ruby cuando ya estaba a punto de dormirse.

– Dile que se calle o la mando a la perrera -masculló Raja cuyo rostro contrariado era visible por la luz procedente del dormitorio.

Ruby se incorporó de un salto con Hermione en brazos.

– ¿Qué haces aquí?

– Recuperar a mi esposa -dijo Raja en tono amenazador.

– ¡Yo no soy tu mujer de verdad! -protestó ella.

– Si no eres ni una princesa ni una esposa, ¿qué eres? -preguntó Raja, retador, a la vez que la tomaba en brazos-. ¿Una amante? ¿Una amiga con derecho a roce?

Añadió una tercera opción cuya crudeza hizo que Ruby abriera los ojos desorbitadamente.

– ¿Cómo te atreves…?

Raja la dejó sobre la cama con mayor delicadeza de la que sus palabras podían hacer esperar, luego tomó a Hermione y la sacó del dormitorio. Desde el otro lado de la puerta, la perra ladró y arañó la puerta.

– ¿Vas a comportarte conmigo de la misma manera si me enfrento a ti? -preguntó Ruby, enfurecida-. No pienso volver a dormir contigo…

– Yo tampoco estaba pensando en dormir.

Desde su considerable altura, Raja abrió las sábanas y se echó al lado de ella.

– ¡No soy ni tu «amiguita» ni eso otro que has dicho! -exclamó Ruby, airada.

– Tienes razón, eres mi mujer -insistió Raja con testarudez.

A Ruby le desconcertó que se levantara, fuera hasta su chaqueta y sacara del bolsillo algo antes de volver y tomarle la mano.

– ¿Qué haces? -preguntó ella con desconfianza.

– Darte la alianza que te corresponde.

Y en aquella ocasión encajaba en su dedo a la perfección, además de ser un diseño distinto. La primera no era más que una sencilla banda de oro, mientras que la nueva era de platino y mucho más elaborada.

– No vuelvas a llamarme «esposa» -dijo Ruby, desconcertada, mientras hacía girar el anillo en el dedo-. Me hace sentir atrapada.

En aquella ocasión el enfado de Raja fue tan evidente que Ruby contuvo el aliento. Se le dilataron las aletas de la nariz y sus ojos la miraron como si fueran dos dardos en llamas.

– ¡Deberías enorgullecerte de ser mi esposa! -dijo con orgullo.

Ruby no había pretendido ofenderlo ni insultarlo, pero ya no podía dar marcha atrás.

– Lo estaría si te amara -susurró, con una respuesta que pretendía aplacarlo.

Raja dejó escapar una carcajada despectiva.

– ¿Quién necesita amor con el tipo de fuego que nos consume?

Entonces fue Ruby quien se sintió ofendida ante la falta de romanticismo del hombre con el que se había casado.

Él le tomó la barbilla firmemente al tiempo que con la otra mano le rodeaba la cintura antes de agachar la cabeza para apoderarse de sus labios.

Durante una fracción de segundo Ruby pensó en rechazarlo e incluso alzó las manos hasta sus hombros para apartarlo de sí. Pero el roce de su lengua entre los labios, y la mano que ascendió por dentro de su pijama para rodear su seno provocó un húmedo calor en la sensible piel de su entrepierna y un golpe de deseo la poseyó con tanta fuerza que cada milímetro de su cuerpo le suplicó que pidiera más, que mendigara si era preciso para saciar el anhelo que la devoraba.

Capítulo 7

– NO DEBERÍAMOS hacer esto! -dijo Ruby, jadeante, en un último intento por retener el control y no dejarse arrastrar por la atracción magnética que Raja ejercía sobre ella.

Él, que ya le había quitado los pantalones del pijama, giró las caderas para hacerle sentir su firme erección contra el estómago. Ruby se estremeció y puso toda su voluntad en el intento de resistirse, pero el deseo se había adueñado de ella con la fuerza de una adicción.