– Pero si lo que me hace feliz es el divorcio, no piensas ponérmelo fácil -dijo Ruby, palideciendo. Dio media vuelta y añadió-: Voy a dormir al sofá.
Cuando la puerta se cerró a su espalda, Raja emitió un juramento. Le había hecho daño a pesar de que no lo había pretendido, y se sentía tan frustrado que le habría gustado gritar y golpear las paredes con los puños. Pero la disciplina de toda una vida lo contuvo, obligándolo a detenerse y reflexionar.
Continuar la discusión tal alterados como estaban solo habría servido para empeorar la situación. Podía haberle mentido, pero había creído que la mujer con la que se había casado merecía saber la verdad. Irónicamente, Raja creía saber lo que su esposa quería de él porque había asumido que era lo mismo que todas las mujeres con las que había estado hasta entonces: devoción y promesas vacías de amor eterno.
Raja había aprendido muy joven a no comprometerse con ese tipo de mujeres y a relacionarse con aquellas que, como su amante, Chloe, actuaban movidas por la avaricia y el egoísmo.
Por el contrario, Ruby era muy emocional e iba a exigirle más cosas de las que él estaba dispuesto a darle, y que acabarían por hacerle sentir incómodo.
Pensó en sus años de universidad y en la única vez en su vida en que había estado verdaderamente enamorado.
Como entonces, Ruby le pediría romanticismo, una atención constante y le amenazaría con suicidarse si alguna vez miraba a otra mujer. Raja se estremeció con el recuerdo. Él no estaba dispuesto a ser el perrito faldero de ninguna mujer y aunque su padre fuera un apreciado poeta en Najar, él secretamente odiaba la poesía.
Volvió a gemir de frustración. ¿Por qué las mujeres eran tan difíciles y tan exigentes? Ruby era hermosa y divertida, y el sexo con ella era fantástico. A él eso le bastaba y era una base sólida para un matrimonio entre desconocidos.
Por su parte, estaba más que satisfecho. ¿Por qué ella no lo estaba? ¿Cómo la convencería de que su visión era la más sensata?
En el sofá, Ruby cambiaba de postura una y otra vez, sin lograr dar crédito a que Raja la hubiera mentido y que desde un principio hubiera sabido que no aceptaría una relación platónica entre ellos. Por eso había aprovechado la primera oportunidad para atacarla… Aunque si era sincera consigo misma, era ella quien lo había buscado, quien se había dejado arrastrar por la tórrida pasión que despertaba en ella su magnífico cuerpo.
Eso era todo: lascivia, Y se había dejado dominar por ella sin apenas ofrecer resistencia. Por mucho que quisiera culpar a las circunstancias de lo ocurrido, no podía cerrar los ojos a la verdad. Sabía con toda certeza que de no haber encontrado a Raja al-Somari irresistible, no habría pasado nada entre ellos por muy angustiada que hubiera estado por el secuestro.
Pero aparentemente, Raja le había hecho el amor por razones mucho más prosaicas que el deseo. Había querido con ello consumar el matrimonio y asegurarse de que no rompería la relación. Incluso cabía la posibilidad de que hubiera querido seducirla por el mero hecho de que hubiera desafiado sus deseos y expectativas. ¿Cuántas mujeres lo habrían rechazado a pesar de su belleza y su riqueza? ¿Se habría convertido con ello en un reto irresistible?
Los ojos le picaban por las lágrimas que rodaban por sus mejillas y que la humillación había hecho brotar. Nunca había podido adivinar lo que pensaba Raja, pero la pelea de aquella noche había sido toda una lección. Hasta entonces había sido un completo misterio y se había sentido peligrosamente fascinada por él.
Quizá hacía tiempo que necesitaba encontrar un hombre que la afectara más que ella a él. ¿Habría llegado a envanecerse por ello? ¿Habría llegado a creer que ningún hombre podría hacerle daño o engañarla? Había asumido que podría ser quien marcara la pauta con Raja, pero este acababa de demostrarle que se equivocaba. El hombre con el que había cometido el error de casarse era mucho más frío, astuto y cruel de lo que ella pudiera llegar a ser nunca. La había manipulado para que hiciera lo que quería y en el proceso había hecho añicos su orgullo.
Hermione protegía el sueño de Ruby cuando Raja entró en la sala poco después de amanecer. Recibió un mordisco antes de lograr controlar a la pequeña fiera y sacarla de la suite a la vez que ordenaba a los guardas que se ocuparan de ella. Luego volvió al interior para contemplar a su mujer mientras dormía. Ni siquiera llegaba a ocupar todo el sofá y parecía extremadamente joven.
Bajo la despeinada melena rubia, solo su perfil era visible y al ver en sus mejillas el rastro de lágrimas, Raja dejó escapar una maldición y se sintió culpable.
Había actuado mal, terriblemente mal. Debía haber mantenido la boca cerrada. Por más que mentir no le resultara sencillo, diciendo la verdad había hecho mucho más daño a Ruby. De alguna manera tenía que repararlo y conseguir que su matrimonio funcionara. Con tan escasa experiencia en el terreno matrimonial y solo una larga lista de amantes sin escrúpulos en las que basarse, Raja no tenía ni idea de cómo hacer feliz a una mujer, y menos a una mujer tan inusual como Ruby.
Lo menos que podía hacer era disculparse aunque no hubiera hecho nada que no debiera, pero suponía que a ojos de Ruby era culpable y por el bien de las relaciones maritales asumía que debía responder adecuadamente.
También le compraría algún regalo. ¿Flores? La idea le dilató las aletas de la nariz y contrajo su rostro en una mueca de desagrado. Las flores tenían para él el mismo efecto que la poesía. ¿Unos diamantes? No conocía ninguna mujer que no se derritiera al recibirlos…
Capítulo 8
PARA evitar ponerse de nuevo el traje rojo, Ruby eligió un vestido negro y una rebeca beige que había comprado para el funeral de su madre. Con un poco de maquillaje para disimular la hinchazón de los ojos y la palidez, y tras recogerse el cabello en una cola de caballo, tomó aire y salió al comedor para reunirse con Raja a desayunar.
– Buenos días -la saludó él como si no se hubieran peleado la noche anterior.
– Buenos días -respondió ella.
Bastó una mirada a aquel espectacular rostro para que se le acelerara el corazón al tiempo que una bola candente le presionaba la pelvis y le obligaba a apretar los muslos al sentarse frente a él. Con las mejillas acaloradas, se consoló pensando que no tenía la culpa de ser tan débil, que realmente era un hombre tan hermoso como para cortar el aliento. Su único error era no haberse dado cuenta de hasta qué punto podía ser astuto y manipulador, pero a partir de entonces no volvería a tomarla desprevenida.
– He dispuesto que te hagan un vestuario completo en Najar -le informó Raja.
– Aunque necesito ropa nueva porque no tengo nada adecuado, preferiría prendas discretas y sencillas -dijo Ruby mientras se preparaba una tostada y él le se servía una taza de té-. Tal y como está el país, sería una falta de respeto vestirme como si fuera una celebridad.
– Wajid no opinaría lo mismo. Según él la vida en Ashur es tan triste que tú puedes representar el brillo y el colorido de un futuro mejor. Te guste o no, aquí eres una celebridad, y debes vestirte como tal.
Zuhrah llegó con Asim, el asistente personal de Raja.
Comentaron las visitas de Ruby a un orfanato y a una escuela y leproporcionaron una carpeta con documentación; y al descubrir que las responsabilidades de más peso, como visitar un campamento de refugiados o un hospital provisional recaían en Raja, asumió que Wajid consideraba que no eran adecuadas para una mujer.
En cierto momento entró una sirvienta con unas maravillosas rosas blancas en un precioso florero que colocó sobre la mesa.
– ¡Qué hermosura! -exclamó Ruby. Al inclinarse a olerlas descubrió una nota con su nombre, escrito con una caligrafía que identificó como de Raja.