Con la mirada velada, la tomó y se sentó a leerla: Siento haberte disgustado. Raja.
Ruby apretó los dientes sin que el detalle la ablandara lo más mínimo, convencida como estaba de que cualquier cosa que Raja hiciera solo tenía como objetivo el tratado de paz entre los dos países. Una mujer que apenas lo mirara o hablara con él no era más que un problema que tenía que resolver.
– Gracias -dijo con la entonación monocorde de un autómata y una sonrisa forzada.
Wajid habría estado orgulloso de ella por reprimir el impulso de tirarle las flores a la cara. Si de verdad lo sentía, ¿no se habría limitado a decírselo de palabra?
Raja identificó la falsedad de su sonrisa y en cierto momento le pareció que apartaba de sí el jarrón como si no quisiera verlo, lo que le hizo irritarse consigo mismo por prestar atención a detalles tan triviales y dotarlos de significado.
Dejó la habitación para ir a llamar a su joyero y pedirle un diamante de la mayor pureza. Él nunca se sentía avergonzado, pero el silencio de Ruby le había incomodado. No quería que el personal percibiera que había desavenencias entre ellos y que se extendiera el rumor de que el matrimonio podía fracasar.
Wajid la acompañó a visitar el orfanato y le explicó a Ruby que Raja le había pedido que lo hiciera al saber que harían visitas separadas.
– Su Alteza quiere protegerla. Si no está con usted quiere que cuente con mi apoyo -dijo con aprobación.
Ruby encontró irónico que el hombre que pretendía protegerla fuera el que más poder tenía para herirla. Más que protegerla, lo que sucedía con Raja era que se trataba de ese tipo de hombres para los que una mujer era un ser frágil e inútil. Lo que no llegaba a entender era por qué había conseguido hacerle tanto daño. Y solo a regañadientes y en un esfuerzo de honestidad tuvo que admitir que para ella no se había tratado solo de sexo.
Raja era inteligente y habilidoso y esas eran dos características que ella admiraba. Combinadas con un aspecto espectacular, un sex-appeal incuestionable y un encanto equiparable, tenía sentido que sus defensas hubieran empezado a desmoronarse sin que ella ni siquiera se hubiera dado cuenta.
Como era lógico, jamás había conocido a nadie como Raja al-Somari. Procedía de otro mundo, de otra cultura, y al mismo tiempo había recibido la educación que proporcionaban el estatus y la riqueza. Hacía algo más de veintidós años, la madre de Ruby, Vanesa había cometido el error de enamorarse de un hombre parecido y ella tendría que hacer lo que fuera necesario para evitar caer en la misma trampa.
La limusina en la que viajaban se detuvo a las puertas del orfanato, donde acudió a recibirlos la pareja que había conocido la noche anterior.
Ruby siempre había adorado a los niños y a medida que avanzó la visita pasó alternativamente del espanto ante las trágicas historias de los pequeños a la emoción por su capacidad de superar el horror. El orfanato necesitaba desesperadamente más personal, ropa de cama y juguetes, y aun así los niños tenían la capacidad de reír y jugar.
Una niña pequeña se asió a Ruby prácticamente desde el momento que entró. Se llamaba Leyla, tenía tres años, grandes ojos negros, una mata de rizos negros, y se chupaba el pulgar con fruición.
Al director de orfanato le sorprendió su comportamiento porque acostumbraba a rehuir a la gente. Sus padres habían muerto durante la guerra y desafortunadamente en Ashur no era frecuente la adopción y menos aún en un momento en el que las familias apenas podían subsistir.
Cuando llegó el momento de partir, Leyla se asió a Ruby como si su vida dependiera de ello y lloró inconsolablemente. A Ruby le sorprendió cuánto le costaba separarse de ella y sentir el vacío que dejó su cuerpecito caliente al bajarla de sus brazos, le hizo llorar.
De pronto sus problemas personales le parecieron nimiedades, y a pesar de la mirada de desaprobación de Wajid, prometió volver. La visita al colegio fue más breve e informal, y Ruby se mezcló con los adolescentes que la bombardearon con preguntas que intentó contestar en la medida de sus posibilidades. En varias ocasiones tuvo que reprimir el impulso de amonestar a su asesor cuando este recriminó a algún muchacho por tratarla con demasiada familiaridad.
– A mí no me gusta la etiqueta. Prefiero un trato más próximo -explicó a Wajid, ya en el coche.
– La realeza debe mantener cierta reserva -la sermoneó él.
Ruby le dirigió una mirada de determinación con la que su esposo empezaba a familiarizarse.
– Cumpliré con mis obligaciones como la persona normal y corriente que soy, Wajid. Solo puedo hacer este tipo de cosas porque me gusta mezclarme entre la gente y charlar.
– La princesa Bariah jamás habría tomado en brazos a un niño -dijo el consejero.
– Yo no soy Bariah y me he educado en una sociedad distinta.
– Pronto será reina y los súbditos no podrán tratarla con tanta familiaridad.
Consciente de que era lógico que un hombre de su edad mantuviera una perspectiva tan conservadora, Ruby dejó el tema. Pero el día anterior había observado a Raja y más que distante lo había encontrado cortés y natural con todo el mundo.
Cuando llegó a palacio estaba tan cansada que se echó y durante un buen rato pensó en Leyla con tristeza. La pequeña le había tocado el corazón, y antes de quedarse dormida durante varias horas, intentó pensar en distintas maneras de ayudarla. Despertó al oír una llamada a la puerta, tras la que una sirvienta entró con una bolsa con ropa. Al abrirla, Ruby descubrió un sofisticado vestido azul zafiro y unos zapatos de tacón.
Unos minutos más tarde, Raja entró en la habitación.
– ¿Te has ocupado tú de esto? -le preguntó Ruby, señalando el vestido.
– Sí. Esta tarde vas a conocer a los amigos y familiares de tu difunto tío. Te habrías sentido incómoda si no hubieras tenido la ropa adecuada -dijo Raja.
– Hasta has acertado con la talla -comentó Ruby, pensando como tantas otras veces que era irresistible-. Se ve que acostumbras a comprar ropa a mujeres.
Raja frunció el entrecejo al tiempo que se quitaba la chaqueta.
– Sin comentarios -se limitó a decir-. Me alegro de que te guste.
Ruby le lanzó una mirada de rabia.
– ¿No piensas contestar?
– Nunca dije que fuera virgen -dijo él con sarcasmo.
– Ya me había dado cuenta -replicó Ruby, pensando en la facilidad con la que la había seducido.
En retrospectiva, su gran experiencia como amante resultaba tan evidente que, inevitablemente, se cuestionó qué habría pensado él de ella como amante en comparación con las otras.
¿Cómo le gustarían, rubias, morenas, pelirrojas? ¿La habría considerado atractiva de no haber sido una princesa ashurí? Con cada pregunta que se hacía, más se irritaba consigo misma. ¿Por qué permitía que Raja le hiciera sentir insegura y vulnerable? Después de lo que había averiguado que Raja pensaba verdaderamente, lo mejor que podía hacer era protegerse con una coraza de acero.
– En mi cama no habrá ninguna otra mientras tú seas mi esposa -dijo Raja bruscamente, mirándola fijamente.
– ¿De verdad crees que me importa? -dijo Ruby con una sonrisa sarcástica-. Me da lo mismo lo que hagas. Tengo que aceptar que si no podemos librarnos el uno del otro, no vale la pena discutir continuamente.
– Me parece una buena idea -dijo Raja, aunque sus ojos habían centelleado al oírle decir que le daba lo mismo lo que hiciera.
– Ni siquiera voy a pedirte que duermas en el sofá, ni voy a dormir yo. Somos adultos y estoy segura de que sabrás respetar el acuerdo al que llegamos y olvidar el sexo.
Raja la miró perplejo. ¿Cómo podía Ruby pensar que eso era posible cuando era la combinación de todas sus fantasías, con sus preciosos ojos, sus voluptuosos labios y unas piernas que eran una continua tentación?