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– Solo puede adoptar una pareja casada. Tendríamos que solicitarlo ambos.

Ruby tembló de emoción.

– ¿Se trata de una oferta? Raja la miró largamente.

– No -dijo al fin-. Significa que te apoyaré en lo que decidas.

Ruby comprendió muy bien el mensaje implícito en aquellas palabras. Una «pareja casada» era una pareja que planeaba seguir estándolo. Bajando la mirada y sin saber qué contestar, fue a darse una ducha.

Mientras se secaba, reflexionó sobre sus circunstancias.

Puesto que estaba enamorada de Raja, lo mejor era aceptarlo. Estaba locamente enamorada de él. Aparte de su obsesivo sentido del deber con el que tanto daño le había hecho, tenía que admitir, que le gustaba todo lo demás: su fuerza, su inteligencia, su generosidad, su consideración, su comprensión, su tolerancia. No era solo espectacularmente guapo y sexy, sino que era el hombre al que había llegado a amar incluso a pesar de haber intentado resistirse a su arrollador atractivo.

Aquella noche, no colocó la almohada en medio de la cama, e incluso llegó a preguntarse si no la habría estado poniéndola como barrera para sí misma y no para él.

Treinta minutos más tarde, Raja entró y fue lo primero que observó. Se metió en la cama y permaneció inmóvil.

Que no hubiera una almohada entre ambos no significaba nada porque pensaba actuar como si hubiera un muro divisorio ya que no estaba dispuesto a que Ruby creyera que había puesto un precio al apoyo que le había ofrecido para adoptar a Leyla.

Le había impresionado la entrega de Ruby a la niña, así como la voluntad de convertirse en madre a una edad tan joven, cuando la mayoría de las mujeres que conocía habrían preferido poder disfrutar lo más posible de su ilimitada riqueza.

Apenas unos centímetros de él, Ruby también estaba despierta. Deseaba a Raja con una intensidad casi dolorosa, pero también sabía que volver a introducir el sexo en su relación cuando las cosas entre ellos seguían sin estar claras, era extremadamente imprudente, pero por otro lado, ansiaba que Raja aceptara la muda invitación.

Sin embargo, la invitación fue ignorada y Ruby tardó horas en conciliar el sueño, durante las que pensó en Leyla, preguntándose si conseguirían proporcionarle un hogar y si Raja llegaría a amarla.

Debía haber hablado más detalladamente del tema con él.

Tenía que aprender a ser la mitad de una pareja, y se preguntó por qué esa era una capacidad que Raja parecía tener por naturaleza.

Capítulo 9

– SEGÚN Wajid, la adopción de un niño ashurí representaría una perfecta campaña de relaciones públicas -dijo Raja manteniendo la mirada al frente mientras iban al aeropuerto a media mañana del día siguiente-. La directora del orfanato está encantada con nuestra decisión porque espera que sirva como modelo y se produzcan más adopciones.

– ¡Dios mío, qué rápido has actuado! -dijo Ruby, sintiéndose culpable de que Raja hubiese dedicado su tiempo a satisfacer sus deseos.

Se había despertado antes del amanecer y había tenido que ir al cuarto de baño porque tenía náuseas. Luego había vuelto a la cama y había dormido hasta más tarde de lo habitual. En aquel momento, que se encontraba bien, se preguntó si habría sido una mera indigestión o si se trataba de un síntoma más de un posible embarazo.

¿Cuándo podría averiguar si estaba embarazada? ¿Y cómo podría lograrlo discretamente?

Al ver que la limusina entraba por la verja del orfanato, se sorprendió.

– Ceo que ha llegado el momento de que conozca a Leyla -dijo Raja a modo de explicación al darse cuenta de que le desconcertaba el cambio de itinerario-. Y supongo que querrás despedirte antes de partir.

Los Baldwin salieron a recibirlos a la puerta para expresar su agradecimiento por la generosa donación que había hecho Raja. No se lo había contado a Ruby y se mostró claramente incómodo con las demostraciones de agradecimiento de la pareja. Los acompañaron a un despacho al que luego llevaron a Leyla. En cuanto la niña vio a Ruby su rostro se iluminó y corrió hacia ella hasta que, al ver a Raja, se paró en seco. Él se puso en cuclillas y le ofreció una pelota que sacó del bolsillo y que ella tomó en su pequeña manita mientras estudiaba a Raja con suspicacia. Pero él, actuando como si acostumbrara a relacionarse con niños a diario, le habló, sonrió y bromeó hasta que la niña estalló en una carcajada y ocultó el rostro en las manos.

Ruby observó el proceso atónita.

– Se ve que tienes práctica con niños -comentó.

– Más me vale. Tengo cinco sobrinos de mis hermanas y unos treinta de mis primos -explicó él, incorporándose con Leyla en brazos, que se chupaba el dedo con ojos brillantes.

El esfuerzo que estaba haciendo y la amabilidad que desplegaba conquistó aún más el corazón de Ruby y por primera vez le dio lo mismo que hubiera abusado de su vulnerabilidad en el desierto y se diluyó su enfado.

Después de todo, ¿no había dado ella el último paso?

Por otro lado sabía bien que era un hombre práctico y con un profundo sentido del deber, leal a su país y a su familia, fiel a sus promesas y decidido a cumplir cualquier expectativa puesta en él. Y en términos básicos, lo único que había querido de ella era que estuviera dispuesta a intentar que su matrimonio funcionara.

El hombre con que el tanto se había enfadado por la frialdad con la que concebía su relación, era el mismo que en aquel momento sostenía en brazos a la niña con la que ella se había encariñado y cuya adopción Raja estaba dispuesto a considerar por su felicidad. Ningún otro hombre había dedicado una décima parte del esfuerzo que él ponía en hacerla feliz.

Aterrizar en Najar fue una experiencia muy diferente a la de llegar a Ashur. En primer lugar, el aeropuerto era grande y sofisticado. De hecho, según avanzaban por las calles de la ciudad, rodeados de los coches de escolta, Ruby contempló asombrada lo distinto que era todo a Ashur. Había rascacielos, tiendas exquisitas, mezquitas con cúpulas que parecían de oro; y todo ello formaba un conjunto ordenado y limpio, de amplias avenidas.

Contemplándolo, Ruby comprendió bien la incredulidad con la que Raja había recibido su acusación de querer apoderarse del trono de Ashur. Su país de nacimiento era el hermano pobre, muy detrás de su rico vecino en tecnología y desarrollo. El palacio, por otro lado, estaba situado en la antigua ciudadela, aislado de la moderna ciudad por un gigantesco parque público que se extendía más al á de las murallas.

Su aspecto exterior antiguo, sin embargo, no se correspondía con el interior, tal y como Ruby descubrió muy pronto al contemplar con pasmo la grandeza y opulencia de los materiales y del mobiliario que apreció nada más entrar.

Estaba pellizcando con un gesto nervioso la tela del sencillo vestido negro que llevaba, sintiendo cómo se acumulaba la tensión en su interior, cuando se abrió una puerta y apareció un grupo de mujeres que corrieron a darles una calurosa bienvenida.

Raja la tomó por el codo y la animó a dar un paso a delante.

– Os presento a Ruby.

Y esta habría querido matarlo por no haberle avisado de que las mujeres de su familia vestían de alta costura a diario. Bastaba mirarlas para sentirse el Patito Feo. Todas ellas iban vestidas como si fueran a acudir a una fiesta, con espectaculares trajes de seda y satén, complicados peinados, maquillaje, y fantásticas joyas.

Entraron en la sala de la que las mujeres acababan de salir rodeados de animación y en un continuo parloteo al que se unieron los sobrinos de Raja, mientras que los hombres, que permanecían de pie, fingían no sentir tanto interés como sus esposas por la nueva mujer de Raja.

Solo uno de ellos acudió para estrechar su mano con una formalidad que contradecía una encantadora sonrisa.

– Raja había dicho que eras aún más hermosa que en la fotografía, y tenía razón. Soy su hermano, Haroun -dijo, calurosamente.

A Ruby le halagó que Raja le dedicara piropos a su espalda, y se preguntó si no se los diría a ella por temor a que se envaneciera o porque no le parecía apropiado dentro de una relación platónica. Haroun parecía una versión menor, más joven y menos intensa de su hermano, y en pocos minutos estaba haciendo bromas políticamente incorrectas sobre Ashur.